lunes, 23 de noviembre de 2009

Norma Guerra-Argentina/Noviembre de 2009



LOS VIERNES DE ABEL

Hoy soñé con Larsen. Lo vi caminando por el corredor con piso de ladrillos y paredes cuarteadas por la humedad. Iba rumbo a la sala donde cada mañana lo esperaba para departir. Entraba enfundado en su sobretodo gris oscuro, y yo me quedaba viéndolo en silencio, invadido por cierto temor. ¿Cuántos años han pasado? Es probable que muchos, pero aún lo tengo presente. Todavía puedo verlo parado frente a mí, hablándome como si me conociera de toda la vida. “Cuénteme Stinnerman”, dijo, y entonces yo, por primera vez, pude revelarle a alguien mi historia, que no es otra que la que pretendo referirles.
No sé con seguridad cuándo dejé de ser la persona que fui, es extraño, pero no lo recuerdo. Tal vez fue un viernes, quién sabe... Pocas veces me siento con ánimo suficiente como para seguir buscándome, porque me pasa eso, que estoy perdido dentro de mí. Cuando el resplandor desaparece, me invade una pequeña esperanza que me tranquiliza. Hoy, por ejemplo, es uno de esos días claros en que puedo desahogarme platicándoles. Ustedes no me conocen, yo soy Abel Stinnerman, tengo 35 años, y recorro desde hace mucho un calvario, un camino con espinas, un túnel infinito. He soportado hasta más allá de la resistencia. Más de una vez me he preguntado por qué estoy en el medio de dos vidas y no puedo vivir ninguna. Resulta paradójico llamarme Abel, no me gusta, no me cuadra. De hecho ustedes deben saber que no soy bueno. Yo quedé afuera de todos los cielos, paraísos o edenes. Tal vez lo merecía, aunque algo dentro de mí me dice que encontraré la manera de regresar. Entenderán que mi vida no ha sido grata. En las escasas ocasiones en que me asalta esta suerte de verborrea me gusta retroceder en el tiempo. Quedan pocos recuerdos lindos, son difusos, pero los disfruto porque son placenteros. Si supieran cómo me alegran, cómo los aprovecho, cómo desearía que se queden en mí borrando para siempre esta catarata de sucesos sombríos que tanto me mortifican y ofendieron a mi madre. Sé que para ella no fue fácil soportar tal infortunio. Reconozco que hizo lo que pudo, lo que creyó mejor. Nadie hubiese podido predecir que aquel muchacho prometedor se convertiría en esto que soy.
Sé muy bien el desengaño que ocasioné, y créanme que lo lamento. Destruí el paradigma de la familia ideal. Soy un estigma. Soy el que tuvo la desdicha de mostrarle a los que nos conocen, que no todo en la vida de mi madre fue perfecto. Al principio se la veía sorprendida, hasta diría sin esperanza. Trató de indagar; alguien que no fuera ella debía tener un gen podrido. ¿Y qué encontró?...nada. Eso le disgustó, y decidió aislarme de todos; no tenían que verme. Decía: ¡Es para protegerte Abel! Yo lo único que hacía era rezar, rezar, rezar. ¿Y saben qué?... fue en esa época cuando empecé a buscarme, porque sé que sólo estoy perdido dentro de mí. No puedo apartarme de esas frases suyas. Son como sentencias. Yo era Abel el prodigio. Abel, el mejor. Abel, el más calificado. Estaba convencida, pero Dios castiga la vanidad. Después fracasé y conmigo ella. Faltó un paso y luego llegó su desconsuelo. Me convertí en su maldición, su mal sueño, su boca agria para siempre. Ese día dejé de ser el que fui. No sé por qué se me figura viernes, viernes aciago. Fue esa vez cuando apareció este resplandor que me aterra y que muy de vez en cuando, me da un respiro y un poco de tranquilidad como para poder conversar. Me alivia hablarles. Quiero que sepan que en más de una oportunidad le oí gritar que yo era un loco de mierda que sólo servía para complicarle la vida. Loco de mierda... Saben qué era lo que más me dolía: que todos me hubieran olvidado.
A pesar de todo, agradezco a mi madre por haberme iniciado en un oficio ancestral que me fue de gran ayuda. Era una actividad entretenida, porque mientras trenzaba con esmero aquellas cuerdas, me quedaba mucho tiempo para pensar y rezar. Supe ser un buen artesano, tan bueno que Larsen, conocedor del tema, me felicitó entusiasmado. A partir de aquel día en que hablamos, Larsen y yo fuimos inseparables, y mi apego hacia él precipitó aún más el rencor de mi madre hacia mí. Él solía decirme: “tiempo al tiempo Stinnerman, usted no está solo”. De algún modo Larsen llegó para atenuar mis infortunios. Tenía la virtud de escucharme y de hablar lo justo, lo que yo necesitaba oír. Por mucho tiempo fue mi único amigo. Siempre me llamó Stinnerman a secas, cosa que me alegraba, porque yo odio mi nombre.
Alto, flaco, casi descarnado, la cara cetrina y huesuda no desentonaba con sus ojos negros carentes de toda expresión. Era repulsivo, sin escrúpulos, un ser abominable capaz de decir con serenidad las cosas más terribles que puedan imaginar. Sin embargo yo confiaba en él porque su historia no difería en mucho de la mía, al menos en lo familiar. Larsen se convirtió poco a poco en mi sombra, fue mi abogado y mi juez y controlaba mi vida de tal forma que yo era sólo una pertenencia suya. Le permití que se involucrara en mis asuntos y no hice nada por evitar lo que llegó después. Estaba cerca de mí para satisfacer su odio. Como si fuera hoy recuerdo aquel Viernes Santo. Desperté de golpe, sobresaltado, y frente a mí, el cadáver de mi madre. La soga que yo había terminado de trenzar la noche anterior estaba enroscada en su cuello. No lloré, no tuve ningún sentimiento de dolor. Lo único que pude hacer fue dar vueltas sin parar alrededor de esa persona muerta que era mi madre. Desde ese día fatídico Larsen escapó de mi lado. Mis días sin él pasan en soledad, en reclusión, rumiando recuerdos y rezando. Mi única distracción llega los viernes, día de visitas, el enfermero me avisa con voz potente: ¡Stinnerman, salga! Entonces yo me calzo el sobretodo gris oscuro, camino lento por el corredor con piso de ladrillos y paredes cuarteadas por la humedad y entro en esa sala perfumada con hedores nauseabundos, con incontables desquiciados y exiguos visitantes cuerdos que invariablemente, se quedan mirando con repulsión mi cara cetrina y huesuda. Sé que me temen, entonces yo les correspondo mirándolos de soslayo con mis ojos negros carentes de toda expresión, como si fuera el mismísimo Larsen.


7 comentarios:

NORMA dijo...

Graciela, te agradezco la gentileza!Es una alegría estar en Literarte.
Me gusta mucho la ilustración que acompaña al cuento, es muy adecuada.Te mando un fuerte abrazo.
Norma

Anónimo dijo...

Felicitaciones Norma por esta publicación tuya en Literarte.
Un excelente texto y premiado además.
Besito, Amiga
Mirta

NORMA dijo...

Gracias, Mirta.
Un beso.
Norma

Anónimo dijo...

ME encanto norma, como todo lo que escribis!!!FELICITACIONES!. besos. laura.

NORMA dijo...

Gracias, Laura.

Anónimo dijo...

Norma: una trama bien llevada y un desenlace anunciado. Un abrazo, Laura Beatriz Chiesa.

Anónimo dijo...

Querida Normirijilla: aplaudote, excelente narrativa... muy bien llevado el argumento y, en el plano discursivo, 2 buenos recursos para lograr credibilidad: un narrador poco confiable (duda e incertidumbre) y ese final antes anunciado.
Autor cumple el trato con el lector y el vínculo entre ambos queda sellado. Felicitaciones.
Abrazote y cuidate.

Juanca.