miércoles, 17 de febrero de 2010

Lilia Elena Durand-Buenos Aires, ArgentinaFebrero de 2010



Ella y la rosa


Disturbios en la calle rompieron el desacompasado sueño de Miguel.

Le habían asignado una habitación que daba al callejón por el que se desplazaba una muchedumbre que, a voz en cuello, reclamaba algo. Ni siquiera supo qué. A paso lento se acercó a la ventana. Tantas veces se había visto impelido a levantarse, pasear la mirada por el desierto callejón y constatar que sólo había estado soñando o peor aún, intuir que él era el sueño de ese callejón, cuyo habitual vacío se había llenado con los gritos y cánticos de los manifestantes

.

Con los ojos secos y un sabor salitre en la boca, giró para volver a la cama, echó una mirada indiferente a ese enjambre de hombres y mujeres que sólo se veía a sí mismo, que sólo se oía a sí mismo.

La manifestación acodaba la esquina, cuando el fresco rojo de una rosa, clavó su brillo en el corazón de su memoria. Un torbellino de recuerdos lo acosó. Poco a poco, una pizca de lucidez iba abriendo paso entre esa maraña de retazos de vida que creyó irrecuperables. Se sorprendió descubriendo el despertar de su conciencia. En tanto la rosa, montada en la canosa cabellera de la anciana señora, alejaba su coqueto vaivén cerrando la manifestación,

Miguel, quedó pensativo, recompuso esa cabellera, desató el rodete, soltó los largos cabellos y los tiñó de negro.

La luz del sol, comenzó a proyectar los movedizos contornos de los transeúntes que, a esa hora, rondaban el callejón. Dos siluetas, a la par, formaron una sola sombra, esbelta, alargada sombra. Entonces, con el corazón en los labios, Miguel lanzó un nombre, María Elena. No dijo más, la voz estranguló su garganta.

Empujado por sentimientos encontrados, caminó el callejón .Preguntó a quienes se acercaban. Todos le miraban sorprendidos, nadie supo decirle nada.

El cuerpo de Miguel comenzó a encogerse. Una enfermera lo llevó a

la habitación. La miró desde el fondo de su desvarío. Se sentó en el borde de la cama. Cruzó las manos haciendo sonar sus nudillos.

“Siempre llevaré tu rosa en mi pelo. Así me reconocerás entre miles” eso me dijo antes de marcharse.

Y

estaban ahí. Estaban ahí, enfermera. Ella y la rosa, estaban ahí.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Lilia!!! que tal???Me gustó mucho este cuento.

un beso Jóse

Anónimo dijo...

Hola Lilia, me encantó el cuento y como me llevaste por todo el recorrido de ese recurdo tan vívido, un beso y Felicitaciones, Alicia Balista.

Anónimo dijo...

Lilia: un lindo cuento, con un buen final. La significación de la rosa, para su recuerdo, hizo de desenlace perfecto. Un abrazo, Laura Beatriz Chiesa.