lunes, 20 de diciembre de 2010

Etelvina Maldonado-Buenos Aires, Argentina/Diciembre de 2010

                                                                        
La casa

  “El patrón me dijo si  le podía cuidar una casa  para que no se la ocupen, está un poco lejos, pero me ahorraría  lo que pago en la pensión. Si vos te animás a viajar sola, te mando para el pasaje” Elvira leyó la carta de Julio varias veces.” ¡Vivir juntos ¡ A ella le parecía un sueño. En poco tiempo preparó  el viaje y con un pequeño bolso llegó a Retiro  donde la esperaba Julio. Viajaron  en tren, después en  colectivo y al fin llegaron. Julio, desde lejos,  le señaló la  casa. Era grande, con mucho terreno. Estaba en  total abandono, las paredes descascaradas, con algunas grietas  y verdosas de humedad. Las puertas de la vivienda de un blanco grisáceo tenían cruzada una cadena con un gran candado. Para ella, acostumbrada a vivir en  una habitación de adobe, pese al abandono, la casa era una mansión.   Vivir juntos y a planear el futuro era todo un logro. Julio, comenzó a trabajar de noche para aprovechar algunas horas  durante el día  en arreglar la casa. Al principio fue así, pero pronto se cansó, era mucho sacrificio, el viaje al trabajo, volver a la mañana cabeceando en el colectivo y luego  tratar de dormir. Cuando se levantaba ya no tenía ganas de hacer nada.
La presencia de Elvira y sus continuos reclamos, comenzaron a fastidiarlo, la familia
no se concretaba. Él quería un hijo.
Elvira también estaba mal,  tenía miedo de quedarse sola en las noches. De día, 
para que él durmiera, no debía hacer el menor ruido. Pasaba su tiempo sentada
ojeando alguna revista o tejiendo. A veces se entretenía mirando por la ventana,
rara vez veía alguna persona.
Cada tanto pasaba algún camión  a descargar en un  basurero cercano.
Fue  en esos momentos  de silencio cuando comenzó a escuchar ese ruidito,
no podía precisar de donde venía, y cuando ella  se había  olvidado,
lo escuchaba nuevamente era como si alguien  hubiese arañado la puerta o a veces
como si estrujaran un papel.
Después de mucho insistir había conseguido que Julio bajara al sótano para
limpiar y ordenar, pero al rato  había cerrado la puerta diciendo:
-Es mucho trabajo para uno solo, así que dejáte de joder con los ruidos.- Cuando vio la cara de ella, agregó-: Un día le digo al Negro que me ayude.

Pasó el tiempo y nunca  limpió el sótano.  Elvira estaba cada día más alterada.
Extenuada  y ojerosa., deambulaba por la casa. Los ruidos ya los escuchaba
en todos lados. En la noche, cuando se quedaba sola, no dormía; levantaba el
volumen de la radio, encendía todas las luces, pero el miedo estaba allí
impidiéndole pensar. Se encerraba en el dormitorio asegurando la puerta con
 un mueble y allí esperaba que amaneciera, temblando, con la boca seca.
A medida que fue pasando el tiempo Elvira se sentía acorralada. Veía
figuras que se cruzaban, sentía el aire frío que dejaban al pasar cerca de ella.
Julio se había cansado de sus quejas, por eso, a veces fingía dormir y ella iba 
una y otra vez a la habitación con el mate esperando verlo despierto. El día
que tenía franco, se reunía con los amigos en el bar, argumentando que
ya se había acostumbrado a dormir de día.

Siempre discutían por lo mismo y la discusión terminaba con el portazo que daba
Julio al salir. Pero ese día pelearon más que de costumbre. Elvira  lo  había seguido 
hasta la puerta intentado retenerlo, sujetándolo de la ropa,  llorando  le suplicaba 
que no se fuera.  Él fue terminante:
---Me tenés  harto con tus reclamos, si no te acostumbras volvé al pueblo.

Al quedar sola comenzó a temblar, los dientes le rechinaban Se alejó de la puerta y
caminó hacia la cocina, contuvo el llanto para escuchar. Habían comenzado los ruidos.  
Esa noche Julio, mientras bebía su cerveza, no podía olvidar la imagen de  la mujer.
Nunca la había visto tan desesperada, estaba intranquilo, no se podía concentrar en lo
que hablaban sus amigos. Al rato vio los relámpagos a través de la ventana y decidió
que volvería más temprano a la casa. Mientras tanto Elvira, antes de encerrarse en
 el dormitorio, con la mirada enajenada cargó la escopeta y se quedó sentada en la
cama con la espalda apoyada en el respaldo. Se cortó la luz por la tormenta
y los fantasmas se multiplicaron. A Elvira el corazón le saltaba de tal forma que le dolía
 el pecho y le zumbaban los oídos. Al borde del desmayo, escuchó que alguien
la nombraba; la voz  se alargaba y se volvía eco. Los golpes en la puerta y 
los empujones hasta  abrirla, la obligaron a disparar el arma, fue tan fuerte el
estampido que la tiró de espaldas en la cama.
El amigo que lo había traído a Julio hasta la casa, a poco de andar escuchó el disparo y se volvió, Al entrar en el jardín vio cantidades de ratas que entre chillidos escapaban de la casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay Etel, que susto en este final!!!!!

No dejás de sorprenderme con tus cuentos.

Buenísimo. besos y abrazo Navideño con mucho cariño

Josefina

Anónimo dijo...

Etelvina: un muy buen cuento de intriga y miedos. Bien resuelto. Un abrazo de Laura Beatriz Chiesa.