jueves, 22 de septiembre de 2016

Miguel Amilachwari-Venezolano, reside en España/Septiembre de 2016



LLAMADA DE SANGRE                                                                                                                                               
No  resultaba  tarea  sencilla ser un adolescente. Martìn se despertaba para ir al Colegio,  esperaba  que no fuera una jornada aburrida. Se vistió con desdèn;  finalmente  bajò a desayunar.  Su madre  estaba allì, pendiente de èl, era su niño, detalle  que exasperaba a Martìn. – Mamà…!  No soy un niño…!  le contrariaba.  No pretendía polemizar con su progenitora, se resignaba  que fuera asì, tan  sòlo en casa, no le fuera a delatar en la calle. Tenìa su secreto que no compartìa con ella,  no deseaba provocarle una ansiedad adicional, callaba  a como diera,  tarea  que  no resultaba fácil pues tenìa que lidiar con el acoso de un condiscìpulo,   grandulòn de tallas,  pero con escasa masa encefàlica;  los puños y la maldad se le daban de maravilla  para atormentar a sus semejantes.  El  maltratador gozaba de prebendas, pues era hijo de un acaudalado artífice de la política local, sin escrúpulos,  que ansiaba del poder  por todos los medios.  El vástago gozaba de protección  a pesar de las barrabasadas. No existía ley que le  pusiera coto. No se limitaba al  acoso corporal, ejercìa un  tormento  psicológico  para obligar  a  cumplir  sus  deberes so pena  de caerles  a trompadas  o sustraerles el  móvil o la  tablet. El individuo   era una plaga  viviente, le conocìan sus profesores, pero tenìan que bajar la guardia;  enfrentarse al  todopoderoso padre no prometìa buenos resultados a los  justicieros, sus trabajos pendìan de un hilo.  Expulsarlo  no era una opción, so pena que la furìa paterna  cayera sobre el instituto.
-Buenos días…!  Todo bien…!  dijo  la madre.
-Buenas… mamà…  normal…!
-Estàs  distraído…  algún problema…? preguntò  la  progenitora.
-Pura  rutina…! – respondió Martìn.
-Me comentaron algunas  vecinas  de un tal Brayan  molesta a los alumnos…  te ha fastidiado…?                          
 -No…mamà! – mintió Martìn para no sobresaltar  a la preocupada mujer.                                                   
-Se quejan que el  fulano es una pesadilla…! –insistìa la señora.
-Goza de mala fama… pero tiene  apoyo del padre… dinero y poder mandan…!-  se  excusò  el chaval, procurando cambiar  de tema.
Hablar de Brayan le enfermaba puès era una de sus  víctimas  preferidas, en màs de una ocasión  cayò bajo sus puños, dejando sus secuelas en heridas y hematomas; ante la preocupación materna, se disculpaba diciendo que fuè por  torpeza o accidente.  Se salvaba de las repetidas golpizas  haciéndole los  deberes cual esclavo, puès el acosador sabìa del buen rendimiento  de Martìn. Era un drama viejo, por temporadas arreciaba el desalmado  como si recordase al sometido  quièn monopolizaba  el  poder. Las de Brayan habían pasado a mayores fuera del Colegio, se comentaba  que había  cometido robos y desagravios  a personas.  Su saña  crecía, no sòlo le satisfacìa el botìn,  tenía que  retroalimentarse  provocando lesiones y tormento psicològico  a las vìctimas. Todo era ignorado,  las autoridades permanecían  paralizadas frente a los  desmanes  del incipiente  delincuente. Se insistìa, entre susurros,  que una anciana murió luego que èl la asaltara. No se salvaban las mascotas, si por descuido quedaban libres, no regresaban;  las  encontraban degolladas en algún contenedor  o  descampado.
Martìn  llegó al Colegio, saludo a los compañeros; se sentó. Era un chico social. Se relacionaba con todos, se divertía contando anécdotas;  no era el tìpico bufòn, de esos que saturan con sus chistes a quienes le rodean. Se encontraba ensimismado, meditando viendo el  pizarròn.  No tardò en aparecer  el bravucòn quien  pateò   la silla de Martin; èste cayò de espaldas. Los presentes  se reìan de  la inusitada escena. Martìn se incorporò del suelo y Brayan, en actitud perjuriosa, volvió a                                                                                                                                                       aventarle  con  otro empujòn; èsta vez Martìn no  cayò, logró estabilizarse dando vaivenes. No había  llegado aùn el  docente.  Martìn no tenía  miedo de pelear, tras la agresión, pero el salòn  no era el sitio para dirimir diferencias de carácter u opiniòn.  Prefirio bajar   la guardia para evitar males  mayores.
-Tienes miedo…- Cobarde…! – dijo el  envalentonado maltratador.  –A ver si tienes el valor de acusarme en la  Direcciòn…Ja! Ja!  -  seguiò  ensañándose.
-Miedo no  tengo… tù lo  sabes…! – espetò Martìn viendo a los ojos  del  agresor. –
-Me desafìas… te  atreves… Ja! Ja!   – seguía Brayan.
-No  quiero desafiarte…! -  Ni deseo pelear…! – aclarò Martìn.
Entraba el profesor;  el agrio careo se  suspendió con la premura de un soplido  de velas de una  festiva tarta.
-Algùn problema  chicos…?  preguntò el  docente al notar un extraño  ambiente  en  el salòn.
-Nada  profe…  se resbalò accidentalmente  Martìn …!  - insistieron las voces de algunos alumnos.
-Estàs bien Martin?- preguntò el  profesor.
-Todo bien…profesor… sin problemas…! –contestò  el muchacho ocultando su  rostro descompuesto.
Brayan permanecía como si no hubiera propiciado  problema  alguno, su caradurismo era envidiable.  Transcurriò el  dia  sin  sobresaltos. Sonò el timbre de salida, todos salìan  apresurados fuera  de los salones;  en el  pasillo Brayan detuvo  a  Martìn obstruyéndole  el  paso, en voz baja le amenazò:                                
-Martìn…! –Vas  a pagarla…    tu vida  será el precio…!  -Puedo cometer cualquier crimen…saldrè libre… estàs  advertido…!
-No amenazes en vano… no  te  temo…!  Deja de alardear…! – le contrariò Martìn desafiándole.
-No juegues conmigo… Martìn…! –Si estoy furioso enloquezco…! – insistìa el bravucòn.
Martìn se apartò  y siguió su camino.  No estaba tranquilo, sabìa que las amenazas del Brayan no serìan gratuitas;  no podía darse el lujo  de bajar la guardia.
Transcurrieron las semanas sin que sucediera percance entre Martìn y el acosador; el primero, se apartaba con antelación  en caso de coincidir en los pasillos o patios del Colegio; en la calle, intencionalmente cambiaba de  ruta  para evitar un encuentro; no resultaba fácil vivir con la zozobra de una emboscada, como no sucedìa nada, de a poco, fuè  descuidando la vigilia,  pensaba que fueron bravuconadas, o asì lo querìa ver.  Llegò a intuir que al  imbécil se le olvidò la venganza; màs sucedió  lo contrario. A la salida  del chalet  de una compañera de estudios, a cuenta de unos deberes pràcticos, hacia las once,  yendo  sòlo  fuè abordado en hábil emboscada por Brayan; èste  sacò un  cuchillo y amenazò  a Martìn:
-Sìgueme… no grites…! – ordenò  secamente. –Cuidado con huir…te matarè en el acto…! – amenazò el  bravucòn.
-Càlmate Brayan…! te seguirè…! a  dònde  iremos…? – intentò  apaciguar al enemigo.
-Cumple mis òrdenes…!- nada màs… y calladito…!- Oìste  mierda…?
-Te sigo…! – Caminarè en  silencio…! – respondió  Martìn, tratando de calmarse luego de la ingrata sorpresa.                                      

No se veìa la luna por la nubosidad, pero era noche de luna llena; en algún momento, los vientos despejarìan la bruma.  Transitaron por solitarias veredas hasta  arribar a una abandonada nave, plaza que tenía una ganada fama de peligrosa por unos extraños hechos acaecidos allì,  violentos decesos sin explicación, ruidos de metales    o  una jauría  de  animales  aullando o peleándose;  solìa  permanecer solitaria, salvo por algunos extraviados borrachos; los y consumidores  quienes rehuían  intencionalmente  del  proscrito sitio.
-Està maldito…! -  se repetían entre ellos, sin sumar a la conversación otros detalles.
El someter excitaba a Brayan; se sentía poderoso, fluìa la adrenalina por el  cuerpo avivando los sentidos;  la venganza alimentaba su ego,  crecía su pasión por la muerte al acorralar a la indefensa  vìctima.  Repetìa sin fatiga que apuraran el paso: - Camina … Martìn! -  No te  detengas…!  Llegaron al  sitio; no había ningún alma aparentemente.  La pèsima fama del lugar atraía al  gamberro  con hipnòtico  sadismo. –A ver sì eres valiente…renacuajo…! -  Ja!  Ja! – observò, al  llegar ambos chicos.  La ausencia de  farolas hacìa tenebroso el ambiente, una penumbra apenas permitìa  divisar  a  escasos  pasos, pero los  suficientes  como  para cometer una fechoría con  desatadas ganas. El  angustiante  silencio  era interrumpido por los cànticos  de grillos. Se sentía a distancia el  hedor de unos  desperdicios rancios.
-Llegamos Martìn…!  -  Te acuerdas lo què te dije…  no saldrás vivo… te  agarrè manìa…!-  las  frases de  Brayàn  rompìan el silencio.
-Recuerdo tus palabras…!  respondió  Martìn  tratando de  verificar los pormenores , a pesar de la escasa visibilidad,  dònde podían encontrarse;  sus  perspectivas de salida   eran  funestas,  intuìa un desenlace desfavorable, barajeaba  si habìa opciòn de  escape.  No  soplaban buenos augurios. –Escucha Brayan,  te acompañè   para ver si lográbamos limar las asperezas… no estoy cabreado… podemos ser amigos…  puedo disculparme… terminaremos el  asunto…! – probò  Martìn.                                                                                                                                                     
-Nada de disculpas o lloriqueos… lo mìo va en serio…te advertí…! – amenazaba Brayan. –No mires a los lados…no hay escapatoria…! – soltò prenda  el bravucòn con desvergonzada alevosìa, viéndose infinitamente superior  a la  sometida presa.
Recogiò el victimario  un leño del  piso que calzaba bien en su palma, artefacto suficiente para infringir graves lesiones en el cuerpo del amenazado chico.  Este retrocedió unos pasos atrás, màs una pared impedía mayor distancia en su retaguardia.
-Hasta aquí  llegaste… mocoso… ve despidiéndote  de  èsta vida…! – elevaba su voz el potencial asesino.
-Dèjate de bromas… -Estàs intoxicado…?  - No apestas  a alcohol…! – Estàs loco…desquiciado por la rabia…! –  replicaba Martìn.
.Sì,loco!... de eliminarte como cucaracha… còmo alimaña dos dos patas…! – siguió el sanguinario acosador  avanzado lentamente para infringir en la vìctima el  peso  de un  pausado  acoso psicológico .
-Dèjate de juegos… Brayan…èsto dejó de ser una broma hace un buen rato…! –Basta…! – respondió el atemorizado chico intentando apartarse de la enorme figura del delincuente.
-No corras… defiéndete…!  -A ver si eres  valiente… Ja! Ja!  -  apabullaba el torturador.
Tratò de escabullirse  Martìn pero una andanada de golpes lo derribaron;  procuraba proteger  con los brazos su cabeza, de poco le servìa el morral en la espalda ante  los inmisericordes zarpazos;  al caer su cabeza impactò con un contenedor, èsto le provocò una herida cortante en la frente y cuero cabelludo;  sangraba profusamente.  Rodaba por el piso para esquivar la sarta de leñazos;  contadas partes podían salvarse de esta artillería de golpes y patadas.
-Dèjame… Brayan… estoy herido…! –Ah! mi  muñeca… està fracturada… desgraciado… demente…!-Loco por aniquilarte…  alimaña…! -  gritaba  el  desquiciado Brayan.                                                                                                
Martìn perdía destreza para sortear   los  cascasos; las lesiones eran severas,  no podía pararse.  Apenas veìa   a cuenta de los pàrpados inflamados; la sangre  cubrìa  su  rostro.  Divisaba desde el suelo la enorme figura del asesino; se despejò la espesa bruma, la  luna llena  estaba en su apogeo. De improviso se proyectò en la agreste  calzada  la sombra  alargada  de un testigo adicional  en  el lúgubre escenario. 
-Dejà al muchacho…! – ordenò una voz  grave detrás del  bravucòn demente. –Te ordeno… suéltalo de una sòla vez…!
Oir esa vòz detuvo la maquinaria de golpes de Brayan; èste se volteo y  direccionò su mirada en la busqueda de los repentinos sonidos.  La luz de la luna permitìa divisar una imagen de un sujeto alto, escaso de carnes, con unas ropas que colgaban por su  extrema delgadez.
-Apiàdate del chico…! . sentenciò con  voz sepulcral.
-De dònde saliste  espantapájaros…? –  desafiò el maleante.  –Despuès de acabar con  èsta mugre… irè  por tì…! -  Saliò un a mandarme… !  Te harè papilla…!
Brayan empujò con violencia al  extraño; èste  dando  traspiés cayò de espaldas como un  saco  de  patatas.
-Menudo salvador  te  sacaste Martìn…! -  vociferò el enajenado grandulòn.
                                                                                                                                                             
El plenilunio brillò con intensidad la fatídica escena;  Martìn permanecía en el piso, apenas podía moverse; carecía de fuerza, el cuerpo no le daba para màs…el dolor  impedía defenderse. Volvìa el asesino por sus fueros, la muerte era inminente.  Se oyò un poderoso gruñido, seguido de  alaridos entremezclados con aullidos.  La figura caída  del espantapájaros se incorporò transformada en  un corpulento amacijo entre humanoide y  bestia;  tenía los ojos como dos carbones encendidos de una barbacoa.  La ropa que hace minutos sobraba en el enjuto cuerpo apenas contenìa una velluda aplanadora de mùsculos.  Mientras se acercaba hacia Brayan, salìa un abundante hàlito de vapor con sus  gruñidos. La silueta era del tamaño de un incorporado oso  pero con  rasgos  de un humano convertido en una bestia, un  enorme  lobo apoyado en sus patas traseras,  dispuesto  a saldar , en la brevedad de escasos segundos,  la ofensa de una descabellada desobediencia y  una no justificada  agresión.  Nada bueno le deparaba a Brayan.  Este permaneció con el taco de madera alzado en actitud de un nuevo golpe  mientras se acercaba la bestia en actitud acorralante.  Atizò un golpe en el cuello del monstruo, èste no  se inmutò, màs bien, arreciaron los  alaridos y gruñidos; no le diò oportunidad de levantar de nuevo el instrumento de tortura; un tentàculo  transformado en garra sostenìa por el cuello al sofocado  asesino; lo alzò como una pluma.  Brayan no podía gritar,  sòlo agitaba sus miembros  procurando golpear  en  alocada maquinaria  al velludo visitante.  Martìn apenas divisaba la  bizarra escenificaciòn entre el  fenómeno recién llegado y su  torturador, poco podía hacer; no podía incorporarse, perdia por momentos la consciencia; perdió la  nociòn del tiempo.  Viò que el  depredador lanzò a Brayan, con inusual soltura  hacia una pared  próxima a una altura coincidente con un segundo piso,  el impacto hizo ecos en el deshabitado sitio;  la caída al suelo  sonò a una caja de madera que estallaba llena de objetos fràgiles, èstos crujìan, mientras rodaban, por los gastados  adoquines.  El armagedon  humanoide devenido en un despiadado ente despedazaba sin  piedad   al  otrora insultante  delincuente.  No se oían auxilios, se percibìan  los gruñidos del leviatàn que  se  satisfacía descuartizando  a su presa. La gràfica de imàgenes impactò al  lesionado chico,èste  no daba crédito a lo que veìan sus ojos inflamados, poco le importaba su destino, intuìa que la próxima vìctima sería  precisamente  èl.  Esperaba que el monstruo terminase con Brayan;  su antiguo agresor ya no  se movìa,  las mordidas sacudìan el  torso en caòticas oscilaciones. Levantaba al inerte cuerpo con sus                                                                                                                                                                colmillos y lo lanzaba de un lado a otro;  el monstruo jugaba al sobrado felino sometiendo a un indefenso roedor.  Martìn oìa el poderoso jadeo con cada gruñido, una amplia estela de vapor emergìa  del  hocico  con las  espiraciones. El engendro consumìa su furia baqueteando los despojos de Brayan; finalmente los envió a una semidestruida muralla de ladrillos donde quedaron ocultos en el azabachado disfraz de la noche.  Seguìa dando vueltas el estafermo  tratando de  tranquilizarse cumplida la sangrienta refriega;  bufaba con cada zancada dando muestras de quièn era el indiscutible líder;  volteaba en dirección  de la luna y emitìa prolongados aullidos  que  estremecían la  quietud nocturna.  No cabìa duda, había triunfado apaleando al impertinente hostigador escolar.  Martìn pensó en lo peor cuando viò acercarse a la bestia; se despedía de esta vida, puès se daba por muerto.  Logrò a duras penas pronunciar con  apagada voz: -Madre… perdóname…!
Detallò las pupilas fosforescentes  del monstruo; sentía su  aliento caliente, un olor  a  pelambre canina sucia;  el engendro lo examinaba, sin atacar.  Sintiò las babas de saliva sobre su rostro; le daban asco, màs  no se atrevìa a mostrar rechazo  alguno.  Permanecìa inmóvil aguardando el lapidario zarpaso; màs no ocurrìa nada. El estafermo olfateaba. Estaba allì a su lado, lo detallaba, màs bien en actitud de proveer un cuidado primitivo de animal a un ingrato humano.  Con su lengua àspera comenzó a lamer las heridas del chaval  procurando limpiarlas de   sangre y suciedad; se tomaba su tiempo cual mèdico que examina con detalle  al enfermo de turno.  Impregnaba  con su saliva  los hematomas y heridas; un renovado calor invadìa a Martìn, dejando  la gélida estela que había penetrado previamente   sus entrañas. Se iba adormeciendo plácidamente  como si alguièn le  arruyara; perdió  la vigilìa sintiendo la presencia de una  mole que le  acompañaba en su despedida terrenal.
Pasò el tiempo; Martìn se sobresaltò, intuìa  que podía estar ya alojado en el paraíso; pues no, estaba en la oscuridad de la fatídica película recién proyectada.  El  individuo  largilucho, el < sin techo>   permanecía sentado a su lado.
-Vivo… !  - balbuceò incrédulo el  chico.
-Sì! – respondió  el vilipendiado .
-Me morìa…! -
-No era  tu hora  aùn …!  sentenciò el  casual  acompañante.                                                                                         
-La bestìa…dònde  està! – preguntò atemorizado Martìn.                                                                   
-Se fuè…!  Cumpliò su cometido …! – respondió con  grave entonación.
-Me salvaste…?
-Sì!...- al  que llamas  bestia…!-  contestò  la quijotesca  figura.  –Sin dudas, ibas a morir …!
Martìn se sorprendió que podía moverse sin los impedimentos  previas; no había dolor ; rotaba la muñeca.  Se palpò el rostro y detallò  la ausencia de inflamación. Podìa abrir los ojos sin dificultad.   Las  heridas habían cicatrizado.
                                                                                                                                                            
-Me siento curado… no lo puedo creer…!  -Còmo lograste ese milagro…! – repreguntò Martìn aùn sin creer la sobrenatural recuperación.
-Bienvenido a la manada…! – contestò  el   interlocutor  dando a las palabras pronunciadas un aire de misterio.
-Manada…?  -Animales…?  -Lobos…?
-Con el tiempo lo entenderas… lobezno…!  -El germen de una antigua tribu  te salvò… tienes un don… lo descubrirás y sabràs usarlo… para bien o mal… dependerá de tì…!-reflexionò  el  autoinvitado  maestro.  –Recupèrate  y màrchate…!  -Yo seguirè mi camino…!
El  desconocido se desvaneció en la penumbra que insistìa  retornar.  Vibraba el móvil  de Martìn con la  llamada de su atormentada madre.
-Hijo estàs bien…! es tardìsimo…! te  pasò algo grave…! – preguntaba  llorando  la   desconsolada mujer, incrédula de oir la voz  de su retoño a esas horas de la madrugada.  – Seguro què estàs bien… dime la verdad…!  - insistìa.
-Estoy bien  mamà…  pronto  nos veremos en casa!
La noche recobraba su  tenaz  oscuridad;  disminuìa  su fulgor el plenilunio.  Martìn trataba de entender lo sucedido abandonando apresuradamente la trágica instantánea fotográfica   de hace apenas unas horas atrás…  sobraban las preguntas… se  carecían de respuestas, por los momentos.




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