martes, 19 de febrero de 2019

Fernando Luis Pérez Poza-México/Febrero de 2019


A LA DULCE POTOSINA

A veces las estrellas sueñan
y vuelven realidad la realidad
escondida en el cerebro.
Entonces ríe la luz en los ojos,
y el amor te roba hasta los huesos
y se hace verso
en el que esperas quedarte instalado para siempre,
a pesar de que la vida era un féretro a la sombra.
En la sangre los astros cantan,
el corazón se siente a flor de músculo
y el alma se diluye como humo en las alturas.
El destino era un tiempo estancado entre relojes
y la tristeza, agua de lágrimas en llanto
que secaba los océanos,
pero llegaste tú
y dejé de trasquilar las volutas solitarias
y las esquilas de la angustia
se fueron a doblar a la quebrada.
Ahora en el patio de la casa crece la moringa
y un montón de papayos
aseguran mi canción en el retrete,
también hay un limonero
y una menta que nos hace respirar el mismo viento.
Ahora sé que cuando hacemos el amor
nos subimos al trapecio,
la escala musical se fuga de las vértebras,
recorremos la espina dorsal del universo,
y, en la transparencia del aire,
damos cuerda a todos los relojes.
Cuando ya escuchaba el ataúd,
con el tono absurdo de su risa
y resbalaban los pies el cementerio,
conjugó el amor el dos en uno,
y nos hizo tres,
sin pedirle más oferta
que unas noches de pasión y de esperanza.
Ahora, también deseo que sepas
que estoy aquí y para siempre,
y aunque el siempre se convierta
en estrella fugaz del pensamiento,
espero irme sin dejar
un átomo de vida y un te quiero
estancado en el tintero
en el que la eternidad moja su pluma.

No hay comentarios: