lunes, 11 de febrero de 2019

Norberto Pannone/Enero de 2019


EL CIRCO DE LA VIDA

Confieso que he quitado:
al espejo el narciso de mis días;
al calendario, los excesos de la vida
y al cotidiano andar, mis alegrías.
Tuve un fuego, una mesa, una familia,
un sueño de vino y copas finas;
un insomnio procurando poesía
en noches de amor sin alegrías.
Confieso que he robado
el cándido rubor de su mejilla
el temblor primero de su beso
y el ángel de una loca fantasía.
Confieso que he guardado.
Las risas felices de los niños
festejando al enano que lucía
de su bota, la punta retorcida.
Y ahora que el circo se detiene
y no hay luces que apuntan al proscenio,
y el rugir de las fieras es un recuerdo
repartiendo el olvido por las sillas;
y el blanco corcel y la écuyère
no muestran su orgullo por la arena,
ni el trapecio en su balance inquieta,
ni hechiza el batir de los redobles;
ni se oye al león que enflaquecía
al restallo del amo que ostentaba
el fatuo sonido de la cuerda
sepulto en el gris de cuatro rejas,
me duelen aquellos que se han ido,
los que emigraron quizá, en otra gira.
Confieso vanamente que no olvido
el rumor del aplauso y la alegría.
Cobraré por mis servicios al Averno
para hacerme de un puñado de monedas
y volver alguna vez al viejo sueño
de comprarme un circo que no duela.
Confieso que crueles me han robado:
el narciso, el andar y el calendario;
mi jarra de vino, la poesía,
y este circo vivido con los años.

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