martes, 20 de octubre de 2020

Eduardo Magoo Nico/Octubre de 2020


 

El guardián nocturno

 

 

Ha escavado su cueva

En lo alto de un acantilado

Escribe a grandes trazos en la arena

Cuando baja por berberechos

(O va de pesca)  

Unos hombrecitos

Que cada tanto vuelan

Sobre ese segmento de costa

(Casi inaccesible)

Lo saludan

 

Y como una vez aprendió

En el Acuario de Trieste

A comunicar con los pulpos

Ha creado en torno a sí

Una comunidad de cefalópodos

Que acuden a su llamado

Cuando golpea con un palo

Un frasco de vidrio

Con la boca a pelo de agua

 

Ya no los alimenta

Pero igualmente suben a los arrecifes

Para observarlo con sus ojazos

De negro terciopelo abismal

Y reflejos de oro purpúreo

Cuando el sol se encuentra

En el trágico trance

De ser devorado por el mar

 

A ellos entonces recita

Con los gestos ampulosos  

(Tentaculares)

De la diosa Kali

Desafiándolos a bailar el “tandava”

Mientras las Tres Deidades transparentes

Afloran y se desvanecen 

Como burbujas

Que surgen desde un profundo

“Más allá”

 

Para su sorpresa

La banda de forajidos

Que lo contempla

Ha comenzado con el tiempo a imitarlo

¡Que hermosa danza!

¡Que hermosa danza, hermanos...!

¡Que hermosa danza!

 

En el interludio sacro

Sus cuerpos calcan

Los colores cambiantes

Del firmamento

Mutan al ritmo de las palabras

Y terminan por lanzar al aire

Chorros de tinta negra

Que crean trazos 

De una escritura

Que él cree de algún modo

Interpretar

 

Otro reguero

Acuosamente borbotante

Se entremezcla

Y resplandece a veces en sus pieles

Tan rojamente vivo

Como su propia sangre

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