sábado, 20 de marzo de 2021

Aurelio González Ovies-España/Marzo de 2021

 

CUANTO EXISTE Y OBSERVO 

 

Sábado. Agosto. Dos mil veinte.  

Me siento a contemplar el sol que ya se extingue.  

Hay un rumor de casa en todo el pueblo.  

En tardes como esta bulle algo muy hermoso  

semejante a la vida.  

La hora del regreso, la casa acogedora,  

el olor de la cena.  

La candidez del día ya oscurece.  

Todo desprende mansedumbre y oro.  

Todo es inaprensible, grandioso, casual.  

Nada a mi alrededor menos endeble.  

Me sobrepasa cuanto existe y observo,  

cuanto calla y me ignora.  

Y entiendo que soy yo el que apenas conoce  

el por qué estoy aquí, tan sin sentido a veces.  

 

Todo es muy superior.  

Me aventaja el gorrión  

que salta hasta las migas que pongo en el alfeizar. 

La higuera que, tranquila, espera hasta septiembre.  

La abeja que recorre las corolas del alba.  

El perfil de la noche con sus viejos contornos. 

Las hebras de la brisa que pasa suave y leve.  

Todo posee arraigo y entereza. Todo es continuidad, 

respuesta y testimonio.  

El pozo y el brocal. El poste y la alambrada.  

El fuego, la ceniza. Los tallos y la rosa.  

La espina que protege.  

Fluye en todo más voz que en mi palabra.  

En todo más verdad que en mi presencia,  

porque todo es impulso y situación.  

Todo un mínimo afán de lo aparente. 

 

Son más estas hortensias que cada año retoñan.  

Más esta telaraña perfecta como un día, tan breve y consistente.  

Estos cuervos que cruzan la altura del verano.  

Este suelo donde hunden su eternidad los robles.  

El libre camachuelo, con su lamento grácil.  

Más,  

son mucho más los grillos,  

las chicharras y estas solas luciérnagas que prenden.  

Más que yo en esta noche,

bajo esta magnitud de estrellas

que salpican el cielo inabarcable.  

Más que yo que no ofrezco

ni un poco

del misterio y el aplomo que ofrecen. 

 

Dicen más.  

Significan y asumen su tenor y sus límites.  

Constituyen mejor la entidad que los nombra,  

el cuerpo que los finge, la tez que los contiene.  

Cualquier tramo de luz, cualquier gesto de roca,  

cualquier tímido musgo,  

cualquier fruto carnoso me fascina y excede.  

Porque son lo que indican su quietud y su inercia,  

lo que mira la tierra, lo que lava la lluvia,  

lo que el frío transita, lo que el amor intenta.  

Son lo que acaricia el aire,  

lo que carga el vacío, lo que conforma el todo,  

algo que yo no puedo casi nunca por siempre. 


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