ETERNOS
Sentados en el sillón bengalí,
frente al crepitante hogar a leños,
ella me leía aquellos cuentos
que yo imaginaba,
durante las noches más oscuras.
Al finalizar, tome aquel libro de sus manos,
y lo cerré suavemente.
Ella se quitó las gafas
con una cadencia delicada, bellísima.
La observé un instante eterno,
luego le dije:
'Sueño con besarte
y que me correspondas".
Se sonrojó, mientras desviaba la mirada
buscando alguna pueril excusa
que no deseaba hallar.
Luego volteó hacia ambos costados
y pregunto: "¿En verdad estamos solos?"
Respondí cálidamente, le tome sus manos
y la imaginé sonreír:
"Solos, en verdad extremadamente solos.
Cómo en todas nuestras vidas".
Nos acercamos, demasiado,
hasta que los alientos se rozaron
y casi fueron uno y ninguno.
Nuestros labios cómplices
se fusionaron como en diferentes siglos.
La noche dejó de cuestionarnos,
discreta por cansancio, aunque no tanto.
Mientras el estilizado reloj oblongo de piso,
abrazado en caoba y bronce,
suspiró con una cadencia envidiable.
Eternos.
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