Fragmento de la novela EL ACAMPE que, publicada por EDICIONES DIOTIMA, se podrá conseguir en todas las librerías del país.
Al promediar un ágape de lo más abúlico y acartonado, tal vez para moderar el estado de decepción imperante, a modo de ley escrita a las apuradas, con el fin de no serrucharle el piso a nadie y de que nadie se lo serruche a sí mismo, se convino en que todo lo presumido de fronterizo debía ser inspeccionado tomando los recaudos necesarios, en forma de cooperativa, sin aventurarse a ir más allá por temor a ser castrado o preñada.
Meses o años después, al cabo de una merienda salpicada de estímulos, el sol agrisándose a todo trapo, en medio de un bombardeo de preguntas y su correspondiente falta de respuestas, de buenas a primeras en el acampe se instaló una creencia: habían existido varios grupos organizados para inspeccionar el terreno que, en medio de un silencio tan atroz que ni los perros se animaron a interrumpir, salieron a cumplir su misión bien de madrugada, los cuerpos alejándose inclinados hacia la tierra firme, las muchas ganas de llegar a una ciudad, el ansia de saber qué pasaba con el virus, el deseo de un camino confiable, el arribo a la zona de la frustración, la casi certeza de un regreso al calor de la carreta.
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