sábado, 20 de febrero de 2010

Roxana Ini-Buenos Aires, Argentina/Febrero de 2010


A G U A V I V A



Caminó hasta la orilla. El agua salada le mojó las pantorrillas con un lengüetazo helado y lascivo que estremeció su cuerpo. Se escurrió en la arena y desapareció. Iba y venía jugando a la mancha, toco y me voy, te sigo, te persigo, me hundo, me escapo, y vuelta a tocarte. De pronto me inflo en una ola cilíndrica, me escondo. Un, dos, tres, cuatro, cinco…hasta que, piedra libre, estallo en espuma, cincelo los muslos, burbujeo mi aliento sobre la piel morena, hago cosquillas con mis dedos algodonosos. Poco a poco la atraigo hacia mí, la tiento con remolinos de caricias, cabalgatas sobre mi lomo desnudo y acompasado. El abdomen se achata. A través del agua transparente puedo ver como sobresalen los huesos de mi cadera dejando un resquicio entre la piel y el traje de baño por el cual entran los dedos del mar. Permito que esa mano informe incursione, atrevida, movediza, me empuja desde abajo y yo salto la ola, elástica, vahído en la panza, ¿vahído?

Me zambullo, salgo a flote con el cuerpo resbaloso, untado de sal y espuma, giro, nado, coqueteo con las olas, las esquivo, las perforo, mi piel y la suya patinan, se incitan, remolonean, gozozas, la hamaco, la sostengo, la protejo, la impulso hacia arriba, hacia adentro, la trago y la vomito, a voluntad.

La superficie se erizó, se rizó, izó los hombros, los codos, se desperezó. Un gigante apresado en una bolsa, pugna por estirarse, liberarse del conjunto del espacio, despegarse de las cuencas milenarias, y disfrutar en partes y en todo, este romance amniótico, neurótico, tan desproporcionado. Ella desconfía. Las olas vienen cada vez más seguidas, no dan respiro. A veces revientan antes de tiempo, no tengo más remedio que lanzarme de cabeza hacia la profundidad y evitar, quizás, que me envuelvan, me revuelvan, me engullan en ese hueco traicionero, redondo, donde no se oyen ruidos, ni pasa el tiempo, y quedo suspendida en fracciones de muerte. Me pierdo. Tengo frío, tengo miedo. Percibo que las fauces sin dientes chupetean, pero también mastican, saliva salobre mandíbulas de hierro, traspasables con un dedo, trituradoras de almas, de sueños y de recuerdos, me relamo, imaginando los detritus de otra amante desleal, incapaz de entrega, sacrificio, esa pequeña pérdida de dignidad que requiere todo idilio.

Disimulo. Amanso mi cadencia, aliso mi espalda. Arremolino su pelvis, la adoro, besuqueo el tegumento ya salado por mis fluidos, busco los suyos, diluidos, desleídos en mi magma todopoderosa e impotente a la vez, nutro los surcos, las rendijas, orificios, trenzo cabellos, destrenzo ilusiones, y medito. Medito sobre su descaro, esa osadía de atreverse aún con el pensamiento, el desaire sutil, hipócrita, de un ser, no ser, ni siquiera merecedor de mi venganza. Y me hago cuerpo, de una solidez traslúcida, ácida, viscosa, de mente suprema, que mece sus brazos como tentáculos de odio, y ahora si, dotado de pulpa, se encamina a la traidora, para hacerla comprender, o al menos aprender, a la fuerza si es necesario, que no es posible seducir y después ignorar, animar y decepcionar, engañar, en fin, a quien tiene el poder de ungirse en amo y señor, amo de dueño y no de amor, porque su amor es posesión, deglución. Ya no pudo aferrarse, sentir. Ni siquiera enjugarse las lágrimas. Vertió el cáustico en su sexo, cerró el camino del alumbramiento, marchitó la flor del placer. amasó con los pseudópodos venenosos los senos que podrían haber sido nodrizas de una estirpe de marmujer, y esparció sus restos en la espuma. Introdujo su arma entre los labios, y le impidió decir, opinar, gritar, mutiló la naríz; carcomió los oídos y, aislada, huérfana, rodeada de un agua mitad helada, mitad lacerante, implorando una muerte absurda, preguntándose como sucedió, porqué no lo sospeché, la bestia engulló sus pies.

No pudo nadar.

Culminó con los ojos. Un par de tentáculos se apoyó sobre los párpados, segregó una ponzoña voraz. Las órbitas se vaciaron de una gelatina turbia con tristes máculas azules en el centro, viscosas manchas que vieron por última vez el color del cielo, la cara del verdugo, la propia calavera.

Del libro Los desanidados




3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Roxana!! Bienvenida a Literarte, un placer compartir contigo esta revista. Leo tu cuento, con un rico vocabulario,tan sensorial, tan fuerte,sorprendente.
Me gusta con que talento narrativo despiertas el interés del lector.

Un beso Josefina

Anónimo dijo...

Roxana, soy Beatríz , nos conocemos a través de Rita Rovner , ella me prestó tu libro y a mi me impactó especialmente este cuento.He leído tu libro entero tres veces como aconseja Alejandra la profe de literatura . Ahora me detengo en cada uno de tus cuentos y me enamoro de cada uno,esa multiplicidad de sentimientos que no me caracteriza, contigo me ocurre.Bienvenida a Literarte y gracias por permitirnos publicar tu maravillosa obra. Te llegará la invitación para la primera Bohemia que será el segundo sábado de abril. Un beso y espero verte

Beatríz Pozzi.

Anónimo dijo...

Excelente cuento!!!! exquisito vocabulario, mucha seducción.

Un saludo Patricia