sábado, 20 de febrero de 2010

Víctor Raik-Buenos Aires, Argentina/Febrero de 2010


T O S T A D O D E L M O N T E



Cuando bajaban del monte, se le animó. Tata. ¿yo tengo nombre…?

El viejo hachero, con la piel llena de picaduras y heridas cicatrizadas como caparazón de tortuga, lo miró en silencio. Era la primera vez que su hijo se le atrevía. Se manejaban con miradas, con gestos y respondían solamente a las necesidades del impenetrable monte.

Era parco el viejo, su voz no tenía uso. Solamente el quejido del esfuerzo gastaba su lengua áspera y reseca. En el mango de su hacha tenía cavada las formas de sus manos y en la filosa hoja de acero, la sabia moribunda del árbol caído.

Tostado… te llamás Tostado- balbuceó el viejo. Y agregó sin mucha convicción-: del Monte. Eso… te llamás Tostado del Monte. El pecho del gurí se hinchó de orgullo. Ya tenía nombre, faltaba lo más difícil.

Tata… yo soy hombre o animal…?

La pregunta recorrió el monte y penetró como una flecha envenenada en el pecho del hachero.

El machete abre caminos y descabeza serpientes. Rebeldes matas, espinas, chanchos salvajes y raíces asesinas dificultan el descenso. Fueron cuarenta días sin luz, lejos de los hombres y acosados por bichos y alimañas. Largas noches de insomnio, de dormir a ratos con el oído atento y el arma lista. Alguna mulita, carne cocida mantenida en sal gruesa y un hilo de agua que gotea desde las húmedas hojas de un imponente algarrobo, mitigaban el hambre y la sed. Sólo la música del golpe seco y regular del hacha paterna acompañaba la soledad. El mundo estaba lejos. Algunas veces el murmullo ahogado de motores que surcan el cielo les hace levantar la cabeza, pero es inútil: gigantescos follajes impiden la visión.

-Los animales no hablan, sólo los cristianos…

-Tata… tengo miedo

-Miedo… ¿de qué tiene miedo?

-Del diablo, tata, me pone fuego… en el cuerpo, siempre viene de noche y no me deja dormir.

-No es el diablo m´hijo, es el calor del monte…

-No tata, es mi cuerpo… se mueve todo y sudo mucho.

-Es que usted ya tiene catorce inviernos.

-Tata, ahora que tengo nombre y muchos inviernos, puedo tener hembra?

Jacinto está aturdido; su rostro es una grieta ancha de tierra seca. Sus dientes chamuscados de masticar tabaco, muerden la espesa saliva y su mirada de halcón se vuelve de paloma. Su gurí ya es un hombre.

Le recuerda su infancia, la experiencia con su tata en el monte. La venganza fatal del quebracho rebelde que lo aplastó. El hacha como herencia y el silencio como código de vida. Recuerda la tapera de adobe y techo de paja. A la mama esperando con el locro humeante y a los críos revolcados en el gallinero. A la Rosaura recostada en los surcos de los algodonales provocándolo con un amor tímido, pero con la pasión salvaje de los animales. Se avivan los recuerdos. La locura y el rancho en cenizas.

Bajaba del monte en busca de la paga, los parroquianos en silencio, miradas esquivas y leves murmullos lo alertaron. Después lo supo; su compañera se cansó del monte y del abandono, se cansó de buscar sombra entre los yuyos de la tapera, se cansó de los críos llorando de hambre, y una noche de luna llena, bajo la mirada de caranchos expectantes, se inmoló junto a sus hijos. Sólo el gurí se escurrió de la tragedia.

Con la barba tapando angustias y el Tostado siguiéndolo como perro de carro, cruza como forastero el pueblo camino al rancho. Esta vez el regreso es diferente. Ya no tiene nada que perder y ahora lo acompaña un hombre…

Lonjas de tocino, maíz para el locro, yerba , harina para la torta frita, un pan de grasa, arroz para el guiso, vino y la ginebra que lo ayuda a vivir hablan de una paga mezquina. Después, los recuerdos y los sueños. Siempre en el silencio.

El rancho sigue igual. Los yuyos y la bomba seca hablan del abandono. No hay muebles, sólo dos camastros sobre el piso de tierra. Los colchones son mantas de cuero de vaca y las cobijas son ponchos de mil amaneceres. Se cortan el pelo y las uñas, se sacan las espinas que traen como heridas de guerra y hierven la ropa. Se lavan y se sientan a comer. Hacía rato que no comían guiso. Se están desquitando. El hambre y la sed saciados los amodorran. Con la panza llena y el corazón bombeando alcohol, se afloja el pico.

-Tata, ¿dónde está mi hembra?

-Ya va a llegar…m´hijo, ella también lo está buscando.

-Tata, ¿ no me estará buscando en el monte?

La noche cae lenta. El viejo se adormece, extraña el monte, el peligro. Entre sus sueños se le, aparecen animales muertos, árboles caídos y la luna llena que, como mandinga, provoca la locura y pare lobizones.

E gurí no puede dormir, está afiebrado. A su cuerpo, como al viento norte, lo sacuden ráfagas de fuego. En el aire vuelan trenzas atadas con cintas rojas. El tata no miente. Su hembra lo está buscando.


1° premio del certamen Nacional Elvira Laitano, organizado en Navarro, prov. de Bs. As.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué cuento Victor!!! como no va a ser premiado,es muy meritorio, está buenísimo!!!

Un beso Jóse y Felicitaciones

Anónimo dijo...

Víctor: un bellísimo cuento. Felicitaciones!!, Laura Beatriz Chiesa.