lunes, 26 de septiembre de 2011

Loreto Silva-Chile/Septiembre de 2011

Luz de Fuego                                                                                                        

Piedras Candentes es infernal todo el año, pocos soportan su temperatura y sequedad, sobre todo pasado el mediodía; es una interminable banda de asfalto que cruza el desierto en línea recta por cientos de kilómetros entre la nada; la usan los audaces en practicas para la competencia de Entre Fuegos la más larga y difícil de todas; es famosa a nivel internacional y me he propuesto ganarla a costa de cualquier sacrificio, deseo eso más que nada en el mundo; desde joven practico aquí, he dejado en este camino incontables años de sudor y fatiga, mi cuerpo tiene color tierra y está correoso, mis ojos perdieron su luz mirando al horizonte, aunque trasminados podría cerrarlos e igual  recorrería la pista de un extremo al otro en mi caballo de metal que, oxidado por el tiempo, es mi única compañía, ambos estamos mimetizados con la arena y eso tiene una belleza fundamental, primigenia; a veces la soledad del panorama me agobia, cuesta acostumbrarse a estar siempre bajo el mismo sol inclemente, por la carretera alucinante viendo el horizonte tallado a perpetuidad en las rocas; llevo tiempo pedaleando y como es de esperar no encuentro otra alma, aunque esta ocasión puede ser diferente, me parece ver que atrás viene alguien, seguro debe estar practicando igual que yo; sería buena idea tener compañía, ¡que raro!, he disminuido la velocidad y no me alcanza, ¿es posible que sea mi imaginación?, a algunas personas les afecta el calor y alucinan, ¡Uhm! eso no me ha ocurrido;  la sombra sigue allá lejos, hace horas que la diviso, esta es mi  segunda parada esperándolo y aún así no aparece. 

El joven retoma la pista en su bicicleta, arriba, impávido, brilla el sol. El camino exhala ondas de calor que hacen ver vidriado a la distancia, entre estos vahos se diluye el ciclista hacia el horizonte, la alta temperatura desincentivaría a cualquiera, menos a este muchacho obsesionado por el triunfo.

Al conductor del bus el impacto lo coge por sorpresa, con seguridad se ha hipnotizado mientras manejaba, mas un grito lo despierta, se da cuenta que lo ha chocado de lleno, las manchas rojas sobre el parabrisas astillado indican con precisión la fuerza del golpe a esa velocidad, «¡maldito sol!, ¡maldita carretera!, ¡malditos ciclistas estúpidos!, ¡nadie en su sano juicio usaría esta ruta desolada!», producto del frenazo el vehículo se mueve de lado de manera brusca espantando a los exiguos y amodorrados pasajeros; el sol incandescente acomete su misión.

_ ¡Hola!, ¡por fin llegas!, -es mi saludo, me mira sonriente y responde:
_ ¡Uf!, ¡por fin!, te divisaba, ibas muy adelante y veloz; venía agotado, de pronto mi cansancio desapareció y te alcancé. -Tratando de retener mi excitación, respondo de inmediato:
_¡Que bien tener un amigo!, en este lugar el tiempo parece detenerse.
_Así es, no me gustaría terminar como Luz de Fuego -parece que mi rostro trasunta la sorpresa, porque él agrega:
_Es un mito urbano ni se sabe si es real ni cuándo se inició, según él un muchacho que deseaba ganar la Entre Fuegos, practicó en esta ruta hasta desaparecer sin rastros, es extraño que no lo sepas...

Aun sobrecogido cree ver dos luces rojizas alejándose por el camino, se frota los ojos  y ya no están, irritado piensa que es a causa de ese infierno, observa el destino inhóspito de ese camino sin fin... Iracundo se aferra al volante, mira la sangre deslizándose por los restos de vidrios, antes de enfrentar lo ocurrido toma aliento y después de segundos que se tornan eternos se levanta. En lo alto, felón, casi perverso, esparciendo sus rayos por doquier, reverbera el sol sobre la ruta.

Con Mención en el I Concurso Jorge Luis Borges de cuentos, realizado por la revista Virtual Mandal Literaria el año 2011.  

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