martes, 27 de septiembre de 2011

Marta Susana Díaz-Buenos Aires, Argentina/Septiembre de 2011

EL VIOLINISTA DE LIMA

Llegaron de pronto. En medio de la noche. Tiraron la puerta abajo.
A gritos y empellones me sacaron de la cama donde dormía.
Mis hijas lloraban y mi mujer gritaba diciendo que yo no había hecho nada.
Pero ellos no escuchaban. Dijeron que cumplían órdenes.
Me esposaron. No me golpearon porque no me resistí. Me taparon la cabeza con una toalla y entre dos me sacaron a la calle.
Yo oía los murmullos de los vecinos agolpados en la entrada de mi casa.
Me metieron en el auto policial y ni bien llegamos a la comisaría, empezó el interrogatorio.
  - ¿Juan Oribe?
  - Sí.
  - ¿Nacionalidad?
  - Peruano.
  - ¿De que trabaja?
  - Toco el violín en la estación  Lima de la línea “A”
  - No me jodás viejo. Quiero la verdad. Para terminar pronto. Me quiero ir a dormir. ¿En qué andás? La verdad  y acabo con las preguntas. Te dejo tranquilo. Yo me voy a mi casa y vos te vas a seguir durmiendo al calabozo. ¡Hagámosla corta!
El oficial Ortíz, tenía un vozarrón grueso y golpeaba la mesa repetidas veces mientras vociferaba. Yo me sobresaltaba cada vez que gritaba.
  -¡Hablá boludo! ¿Dónde guardan la merca? ¡Cantá el nombre de tus cómplices! Vos estuviste metido en la operación “Rosa Azul” Tenemos información que fuiste el chofer del camión que transportó media tonelada de cocaína de la mejor de Salta a Villa Lugano. ¡Hay filmaciones en dos  peajes! Además, un cómplice tuyo cantó. ¡No perdamos más tiempo! Hablá y terminamos.
Yo quería decirle que no tenía nada que ver. Que es verdad que toco el violín en la estación Lima. Todos me conocen ahí. Pero ¿cómo explicarle a un irracional que cree que es el dueño de la verdad? Y encima, con la fuerza de su lado. Además, yo estaba tan asustado y confundido que sentía que no podía pensar claramente. El sudor me había empapado.
El ventilador apenas largaba un aire caliente y pegajoso.
El ruido de las aspas al girar chirriaban con una  cantinela inaguantable.
Las esposas me lastimaban las muñecas.
Cada tanto un mosquito revoloteaba delante de mi cara.
Un fuerte olor a hamburguesas grasientas se había colado por el ventilete inundando toda la habitación.
Por momentos me parecía que estaba soñando.
      -Bueno, dijo Ortíz. Te doy una última oportunidad. Si no cantás en los próximos diez minutos,  vamos a la  salita  del fondo y ahí si vas a cantar.
¡Aunque no quieras vas a cantar! Y a temblar también – agregó casi en un susurro que sólo yo pude oír.
Se paró atrás mío.  Encendió un cigarrillo y se dispuso a esperar que pasaran los diez minutos.
                  -Oficial: quisiera ir al baño. -Y me incorporé como pude para tratar de ir.
            Yo no se si eran los nervios, pero sentía que la vejiga me iba a estallar.
  - Oribe. ¡No me joda! ¡Méese encima, pero hable!
  - Oficial. Disculpe. Mi apellido es Uribe. Soy Juan Uribe.   Y llame a un agente para que me acompañe al baño por favor.  
          Con el apuro de ustedes por sacarme de mi casa,  no pude traer mi bastón blanco.
                                          

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen cuento Marta !!!!

felicitaciones Josefina Fidalgo

abelespil dijo...

Amiga Marta,has logrado en este cuento,la sintesis exacta para que se genere un vaso comunicante entre el autor y el lector.
No hay nada por agregar,ni nada para eliminar.
Me encantó.
Un abrazo
Abel Espil