miércoles, 21 de diciembre de 2011

Lilia Elena Durand-Buenos Aires, Argentina/Diciembre de 2011

Naufragio

Me distraigo observando el agreste paisaje que solo me muestra talas y espinillos, como si brotaran de la propia profundidad de mis recuerdos. Huyo, en este viaje sin destino. En vano busco el bálsamo verde de los paraísos de mi infancia. En vano busco el bálsamo azul de las glicinas apergoladas en el camino a la costanera. En vano busco una respuesta a tantos por qué.
        
Una explosión y el ómnibus se detiene. Un reventón. en la cubierta trasera.
          Todos abajo, indica el chofer.
         
Las sombras van venciendo los arreboles de la tarde. Colorido maridaje de cielo y horizonte, me llenan de nostalgia. Respiro el aire fresco que empieza a soplar anunciando una  baja de temperatura.
          El ómnibus ha sido retirado a la banquina. Chofer y herramientas asoman bajo el chasis. Voluntarios ayudan en la tarea. El resto del pasaje busca abrigo junto al altar levantado en homenaje a una cantante, accidentada y muerta en el lugar.
          Quedo sola frente a la nada en esa curva del camino.
        
Veo el agua caminar hacia mí. El sol ya se ha puesto. No, no puede ser espejismo.
          Mis pies se enfrían. Húmedos, se enfrían. Alguien mojado trepa por mis piernas apenas enfundadas en medias de algodón. Una voz me dice, no te detengas. Acompáñame en este sueño infinito. No puedo, le temo al agua. Eres un pez de río, por qué le temes al agua. No lo sé. Hay tantas cosas que no sabes y no te causan miedo. Por qué el agua. Piénsalo. No, no quiero pensarlo. Qué recuerdos remueve el acuoso frío que tirita tu piel; lo sabes, dítelo.
         
Veo la canoa a punto de volcar. Oigo el llanto miedoso de mi hermana. Tapo mis  oídos. Una correntada nos empapa. Mi hermana cae. Quiero gritar. La voz se estrangula en mi garganta  Solo me aferro a unas piernas desconocidas.
         
Todos arriba, grita el chofer.
         
Subo a la parte alta. Ocupo el primer asiento. La visión es panorámica. Algunos nubes rojizas resisten las sombras. Atrás queda la curva.
         
Tomo mi libreta de notas. Empiezo la carta. Té  acordás hermana, sólo Dios pudo el milagro…

1º Premio Concurso Nacional de Poesía y Narrativa 2010 Fundación de Poetas René Villa-Mar del Plata

                                                                                      
               

                                                                                                                                   
La elección

            Tantos años han pasado que, cuando quiero narrar alguna aventura de mi infancia, me pierdo en un laberinto de realidades y fantasías y se me hace complicado separar lo ficticio (soñado o imaginado) de lo histórico.
             Recuerdo esa mañana en que festejábamos el Día del estudiante. Una lluvia intensa frustró nuestro paseo a la estancia de los Greissing, gringo gaucho que festejaba con nosotros carneando alguna vaquillona que luego compartía con la peonada. Ante la adversidad del clima,  decidimos pasar el día en el corralón de acopio de forrajes.  Con los bártulos a cuestas, recorríamos la distancia que nos separaba desde los asadores hasta los depósitos, cuando una de esas tormentas primaverales que no dejan títeres con cabeza, levantó una polvareda que, en su enloquecido recorrido montó sobre su lomo al pequeño marrano, quien resultó un eximio jinete y se salvó del sacrificio.  
            Niños aún, (recién iniciada la secundaria), nos pensábamos adolescentes. Tina, Laura, Teresita y yo, encargamos a los varones el destape de las bebidas y, escondidas detrás de  unas bolsas de cereales, pintamos labios, uñas y ojos con las vituallas cosméticas sustraídas a los botiquines de nuestras hermanas mayores y con oronda timidez hicimos nuestra entrada en el salón donde ya los muchachos daban cuenta del variado menú acondicionado en las mesas. Al principio, fue todo algarabía. Cincuenta voces en una sola voz. Entre gritos y anécdotas y porqué no, críticas a algún profesor, llegó el momento de elegir la reina que abriría el baile de gala de la noche. Una de otro grupo, cuyo nombre omito por razones obvias, no había sido muy agraciada en el tamaño de su nariz. Teresita se ofreció a pintarla y lo hizo de tal modo  en su intento por disimularla, que el resto de la cara aparecía deslucida ante el reflejo de las luces y aquella nariz, como un peñón se abría paso entre dos pómulos descoloridos.
            La elección corrió por cuenta de los varones. Nos pusimos en fila y cada una de nosotras miraba con recelo a la contigua, tratando de encontrarle algún defecto para ilusamente descalificarla.  El cuchicheo entre el jurado contribuía a dar más expectativa a la decisión.
            Y llegó el gran momento. Previo a la lectura del veredicto, el presidente  destacó que, para la elección se habían tomado en cuenta, no sólo la belleza sino también la humildad, bondad  y el compañerismo de las concursantes. Hizo una breve pausa. Lentamente abrió el sobre y leyó:
                               
 La elegida es…


En la habitación que fuera el dormitorio de mi madre, cuelga la amarillenta fotografía de una niña luciendo orgullosa una hermosa corona





  

2 comentarios:

Laura Beatriz Chiesa dijo...

LILIA: sólamente una expresión sintetizadora, MUY BUENO !!!, te abraza,

Anónimo dijo...

Lilia!!!! que bien narrado !!!!!

Muy buenos los dos relatos.

Besos Lilia

cariños Jóse