COSA JUZGADA
_Señor Juez, acá estoy, he venido a decirle que yo lo maté.
No, no, escúcheme por favor, luego haga lo que quiera, pero como usted
verá ésta ya no es una vida, esto que ve acá no es ni siquiera la sombra de lo
que fui, y menos aún de lo que seré, porque sin ella, Señor Juez, mi vida ya no tiene sentido.
Dedíqueme un ratito de su tiempo por favor. Sé que está ocupado, que tiene muchos casos que resolver, pero éste ya está resuelto, ya es cosa juzgada. Así que apiádese de mí y sólo escuche lo que le cuento. Luego de esto le prometo no hablar más.
Un día apareció en mi vida. Era joven, fresca, alegre… fue verla y
enamorarme, ¡ y usted sabe que creo que a ella también le gusté!.... ¡no
podía creerlo!, ¡que se fijara en mí!, en este triste soñador de ilusiones,
hacedor de fantasías y divagues, ya de vuelta de mil y un atajos; con el cabello
cano, el andar cansino por cada golpe que la vida le fue dando.
No lo quise creer, no aguanté que mi corazón latiera como hacía años no lo
sentía, me asustó el cosquilleo de la sangre por mis venas, me asombró los
vericuetos que tomaba mi mente en viaje rápido donde ella era la brújula que
me guiaba, entonces me fui, huí, ya no soportaría ilusiones estériles ni delirios
absurdos.
Pasaron varios días, y cuando la vi nuevamente se acercó y me dijo con toda
su candidez y dulzura:
_ ¡Hola!, ¡qué suerte que viniste, tenía muchas ganas de verte!...
_Y ese fue el detonante. No nos separamos más. Cada día era un nuevo día para el amor, para la pasión, para el compañerismo.
Me hizo sentir joven, audaz, apasionado, importante. Descubrí que tenía nuevos límites, que los que yo creía tener ya no existían. Éstos eran poderosos, invencibles, únicos.
Pero los celos comenzaron a carcomer mi alma y cada vez se fueron haciendo tan fuertes y punzantes que me lastimaban, me herían.
Mi mente elaboraba situaciones donde ella era la protagonista de amores volcánicos, colosales, pero no conmigo… y la veía señor Juez, ¡le juro que la
veía en brazos de otro!, y era tan grande mi vivencia que empecé a maltratarla, a desconfiar de sus dichos.
Mi vida se fue convirtiendo en un infierno donde estuve ardiendo casi un año.
Pero también la puse a ella en ese infierno, cada vez que se acercaba a mí
la rechazaba porque pensaba que venía sólo para limpiar culpas; ella
lloraba, suplicaba, me daba muestras fehacientes de su amor por mí, pero yo
Señor Juez, estaba ciego y sordo ante todo razonamiento normal.
Y de a poco se fue alejando. Pero yo, tan autómata y enfermo estaba que tampoco de eso me daba cuenta.
Y esta mañana, Señor Juez, al levantarme, encontré esta carta.
Ella se fue, me abandonó, se cansó de amarme inútilmente, fueron vanos todos sus intentos de llegar a mí. Ahora entiendo todo. ¡Sólo ahora, cuando ya no hay tiempo!, ¡sólo ahora cuando lo maté!
Porque yo soy el culpable. Yo maté al amor, y con él, maté todas las
ilusiones, las expectativas, el futuro.
Soy el único culpable Señor Juez, haga usted de mí, lo que quiera.
_¿Pero qué está diciendo?, ¿qué puedo irme?... si, si, lo escucho, ¡usted me dice que cada uno recoge lo que siembra y que somos los únicos responsables de malograr al amor por nuestras propias inseguridades y limitaciones!
_¿Pero qué está diciendo?, ¿qué puedo irme?... si, si, lo escucho, ¡usted me dice que cada uno recoge lo que siembra y que somos los únicos responsables de malograr al amor por nuestras propias inseguridades y limitaciones!
Entiendo también ahora que amar es confiar, disfrutar, creer, y que eso es precisamente todo lo que no hice. Por eso que le pregunto, ¿y mi condena?
¡Tiene razón! , ya he sido condenado, pero a este destierro sin futuro, a esta vida sin amor, a esta culpa sin retorno, a esta herida sin cicatriz.
Sí, Señor Juez, tiene usted razón, esto ya es “cosa juzgada”.
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