La potencia expresiva del mutismo
Creo que los gatos son
espíritus encarnados en la tierra.
Un gato, estoy seguro, podría caminar
sobre una nube sin atravesarla.
Jules Verne
Hoy volví a hablar con el gato. Y no es la primera vez. Pero hoy nos quedamos un poco más. Y hablamos de lo que se puede hablar entre un gato (él) y una persona (yo, creo).
Cada uno en su propio código, cada uno con su propia gestualidad, pero a sabiendas que ese frágil y delicado puente se ha tendido nuevamente, casi a primera vista, una primera vista de ojos de luna, suaves y atentos, pero a la vez asombrados de esa aproximación corporal que permite desplazarnos suavemente por el césped del Jardín Botánico, practicando el arte del Tai chi en esta soleada mañana de domingo de comienzos de primavera en Buenos Aires.
Cambia. Todo cambia cuando traspongo los portones del Botánico sobre la calle Malabia. Es sólo un pequeño tramo de sendero de ladrillo picado el que me separa del verde prolijamente cortado. Y respiro profundo. Levanto mis brazos hacia el cielo, como liberando cargas, como alejando sombras. Trasponer las rejas. ¿De qué lado de las rejas, me digo, me pregunto, están las sombras?
El Tai chi tiene eso, que a la vez que te permite tirar la sonda hacia muy adentro de uno mismo, también rompe esas barreras construidas de tanto superponer capas de odios, prejuicios, miedos, incertidumbres y paradojas, que uno va afianzando y solidificando al punto de creer que esa coraza es componente natural de nuestro ser. Eso. El tai, tiene eso.
Y también el Tai tiene ese componente natural de las artes marciales, esa suave agresividad, esa violencia contenida que desborda lenta y armoniosamente en cada mano que se eleva en cada puño cerrado que se abre, en ese empujar el cuerpo para enfrentarlo con el otro inexistente pero al borde de las yemas de nuestros dedos.
Ya le he puesto nombre a mi gato. Se llama Gato. Suena tan lindo. Suave, cortito, sonoro. Y lo llamo. Gato. Gato. Y también le digo. Miauuuu, todo un dechado de creatividad vocal para seducir un felino y ponerlo de nuestro lado, confidente al fin.
Y él viene, despacio, como estudiándome, como advirtiendo que las cosas no serán tan fáciles como yo las pienso. Acorta distancias morosamente. Y yo también. Creo que le han interesado mis movimientos en círculo sobre el césped. Porque reconozco, me he salido de la rutina del tai que exige movimientos no tan largos ni tan circulares como los que tuve que emplear para el acercamiento.
El movimiento de ambos (yo-él, no nosotros, todavía) es armónico, es de los dos. Cada distancia ganada es equivalente al del oponente (yo-el-nosotros, como prefieras). Sólo un pequeño rellano en esta escalera imperceptible del acercamiento. Sus pisadas son más cautelosas que en el comienzo. Y mis movimientos cada vez más lentos.
Hemos quedado frente a frente. Y no hacemos otra cosa que mirarnos. Hasta que nos soltamos un poco más, entramos sutilmente en confianza. Él me roza la pierna más cercana, primero con su cabeza. Luego el cuello y el lomo en toda su extensión mientras me suelta un silabeo mimoso y tierno. Como para que tengas, creo que me dice.
Es en ese preciso instante que mi mano baja suavemente en un círculo amplio y delicado hasta rozar su pelo. Sí, es suave. Se asemeja a un vuelo rasante sobre un extendido campo de algodón. Su pelaje es blanco. Intensamente blanco. Ahora que se ha acercado más descubro pequeñas vetas grises en su pelambre. Es la aproximación cada vez más comprometida. Ya no es la primera vista, sino esa caída más lógica con lo real y cotidiano, cuando uno va descubriendo otros colores, otras formas a las cosas que nos rodean. (un nosotros, ya).
La caída sobre el césped es inevitable, y creo, deseada. (uno nunca termina de saberlo). Casi al unísono nos ponemos de espaldas en el césped, mirando el cielo, buscando el sol instalado entre los grandiosos árboles del Jardín. Que tan cerca el Universo, ¿no gato? Él no me contesta. Sólo se contorsiona de espaldas y de costado, elongando hasta la envidia por tanta elasticidad.
Como pasa el tiempo. Debo ya volver a casa. Ella me está esperando. Al mediodía va al gimnasio. Nada de Tai. Todo fierros, dice, cuestión de tonicidad. Por suerte cuando iba saliendo del Botánico pasé por la fuentecilla para lavarme las manos. No sea que ella sienta el olor a gato en mis manos y vuelva a regañarme, aduciendo que puedo dañar al bebé, que puedo transmitirle (si toqué al gato) alguna de esas raras y exóticas enfermedades que transmiten los felinos caseros.
Que ella lo sabe porqué lo vió en la tele, en "Cuidemos nuestro cuerpo", que va todos los domingos, de 10 a 12. La misma hora en que yo voy al Botánico.
7 comentarios:
Hay un gato que se desliza en cada palabra como maullando como contorsionándose como pidiendo con su belleza una caricia a tu alma felina pero fiel de escritor.
Un abrazo y el deseo de un feliz 2012 !!!!
Deb Stofen
!!ah!!Raúl, un relato de gatos, y buenisimo, te lo digo yo que sé de los gatos y de su lenguaje, y de Tai, en algún atardecer y también de los advertencias del consejero mayor, el televisor.
con cariño te deseo bendiciones para el año que se inicia.
Esther Moro
Raúl, excelente este relato de la última Bohemia. Como amante de los felinos lo disfruté muchísimo. Gracias. Te abraza,
Qué buen título!!!!!!
Que entendimiento sin palabras, que comunicación tan necesaria, y el disfrute de ambos es enternecedor.
Muy lindo tu cuento.
Felicitaciones
Josefina
Precioso el cuento, suave como el pelaje gatuno, gris como el cielo cuando viene la tormenta, ya he oido
de gente que ni visita a dueños de gatos cuando están embarazadas...me pone triste eso... ver el mundo lleno de riesgos y despreciar a los mininos
Feliz 2012; Lorraine Smith
Si estimado escritor comparto este mensaje anterior, es un cuento, suave
delicado, tierno, y muy bien narrado.
Soy gatuna y me encantó la trama.
Saludos Feli
Raul, me emociona este relato lleno de ternura y la recíproca comunicación con el gato. Título incluído ¡Aplausos!
Muy felíz Año te desea Beatriz Pozzi
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