miércoles, 16 de enero de 2013

Marta Susana Díaz-Buenos Aires, Argentina/Enero de 2013

MENTA-PEPERINA

Esta noche en las salas del hospital del pueblo no se oyen voces ni lamentos.
La salita de guardia revestida en un fuerte olor a desinfectante irradia limpieza.
El doctor Ramón Felguera cree que hoy va a poder descansar.
Le gusta recordar los años pasados junto a su mujer en la casa de las sierras.
Las noches de luna y el olor a menta-peperina siempre le recuerdan a Margarita.
Disfrutaba sentarse en la galería al atardecer. Ella le preparaba té y el estudiaba.
Le faltaba una materia y empezaba su residencia en el hospital de la zona.
La medicina lo apasionaba. Se recibió joven y a los pocos meses ya ejercía la vocación heredada del padre y el abuelo.

Aquella mañana de primavera a las siete y treinta,  Margarita cruzaba la carretera.
Seis meses de embarazo iban en su vientre y toda la felicidad del mundo en sus ojos azules.
Maestra jardinera. De niños y jardines, de huertas perfumadas, de sonrisas,  de acuarelas y delantales a cuadritos.

El hijo del intendente pasado de graduación alcohólica, esa mañana regresaba a su casa por la ruta a la más alta velocidad.
Margarita no lo vio. Los ojos azules quedaron abiertos mirando fríamente al cielo.
Él huyó. Pero en el pueblo todo se sabe. Al no haber pruebas, Ramón desistió de un juicio.

Pasaron cuatro años. Para Ramón, cuatro años llenos de dolor y soledad.
Trabaja muchas horas en el hospital y algunas noches prefiere cubrir la guardia.
La sirena de la ambulancia rompe el silencio de la noche. Cada vez más cerca, retumba su eco entre la serranía.
Ramón Felguera se incorpora. Abrocha el delantal y se calza los guantes de goma.
El enfermero carga un suero y la camilla es empujada con velocidad al quirófano.
Cuando Ramón se acerca, se le aflojan las rodillas.
Una nube de odio lo enceguece. Es él.
La lividez del paciente anuncia el final. No tiene pulso. No respira.
  - ¡Desfibrilador! -  Ramón grita con una voz tan ronca que los ayudantes se miran entre sí.
Su vocación puede más que la venganza.
Luego de varias descargas vuelve el pulso. El hombre abre los ojos y lo mira.
Nunca sabrá quien es el que salvó su vida.
Ramón sale al patio y enciende un cigarrillo.
El aroma a menta-peperina lo inunda en la noche.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Marta: Una historia terrible. Me recordó un cuento mío. Cada vez confirmo con más certeza que he conocido a una escritora de las
grandes, que he tomado café con
ella, parece mentira. Te admiro
y te felicito. Marcos.

Anónimo dijo...

Con palabras y frases simples, cala duro y desgarra. Una vez más mi admiración por tu estilo inconfundible. Cecilia

Anónimo dijo...

Recuerdo perfectamente cuando nos leiste este cuento Marta. Es redondo por donde se lo mire: en la tensión, la emoción, el estilo y la pintura del personaje central. Una vez más, te felicito.
Ricardo Nicolini

Anónimo dijo...

Recuerdo perfectamente cuando nos leiste este cuento Marta. Es redondo por donde se lo mire: en la tensión, la emoción, el estilo y la pintura del personaje central. Una vez más, te felicito.
Ricardo Nicolini

Anónimo dijo...

Marta querida, una vez más me sorprendiste, Hermoso relato,espero que no sea verídico
Un gran abrazo
RITA