miércoles, 16 de enero de 2013

Stella Mayol/Enero de 2013

     CAMINATA  1

        La mujer, por la playa de arenas blancas, anda al acecho de los recuerdos.
        Se detiene para observar las nervaduras profundas del tronco caído. Lo acaricia, desliza las manos hundiendo los dedos en las estrías. Parece un duro armazón tallado con figuras caprichosas, vacío de savia fértil, como ella.
        Imagina que la intemperie lo fue secando,vestigio de alguna barcaza, donde el náufrago, asido al mástil, luchando para no ser sepultado por la tempestad, sucumbió. Pero el magnífico tronco lo rememora.
        Continúa, busca el agua, como si el mar pudiera enfriar el infierno del alma. Al replegar el oleaje, atrapa con celo, los restos de sombra debajo de los pies.
        Aturdida por la encrucijada del destino, sin encontrar el rumbo, se acuesta en la arena. Divisa las nubes amenazantes, cargadas de odio, fundiéndose unas a otras. Esperan el momento justo para estallar, igual que ella.
        Entonces, se incorpora y retoma la senda. No quiere quedar atrapada en la tormenta. Apresura los pasos, el mar ruge y el viento huracanado la ciega de arena. En la vorágine de truenos y rayos, se da cuenta de que, aún no sabe dónde, está erigido el patíbulo para cumplir la inexorable sentencia.                                                                          


                                             CAMINATA 2

          La sentencia me quedó clara. Después  de mucho esfuerzo llego a la cabaña, con el cuerpo helado, revestido de lluvia, y arena, cubriéndolo todo.
          Me recibe Galia, mi perra, la única incondicional. Preocupada por la tardanza, sus besos recorren mi cara, la acaricio, algo aturdida por su jolgorio.
          Me quito la ropa, me ducho y preparo café. Las dos nos sentamos en el living a esperar. Semidormida, inerte, dudo si huir o afrontar.
          La lluvia cesó cerca del mediodía. Lo veo estacionar el coche. Lo cotidiano, me increpa, no contesto. Tanta verborragia, cada vez más hiriente, me demuele.
Entonces, el dragón dormido en mí, se despierta, abro las fauces e intento tragarlo, deglutirlo.
         Recibo un rosario de amenazas. Antes de que llegue la violencia corporal, corro aterrada en compañía de Galia. Abro la puerta, huímos sin rumbo, pero un tiro de escopeta en la espalda me alcanza,trastabillo,y la cabeza da contra una roca. La sangre fluye a borbotones, tiñe la túnica que ya huele a mortaja. Los gritos taladran el resto del tiempo. Siento que no tengo salvación.
          La escena se convierte en ese patíbulo donde él me sentenció. Galia aúlla, se desespera. La llevo conmigo. Mudo con las aguas, infinitamente.


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