martes, 21 de abril de 2015

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Abril de 2015

MUERTE DEL MINOTAURO          (MITO)

    Hace muchos, pero muchos años, cuando los albores de la Historia estaban en gestación, ya en la isla de Creta era evidente la leyenda del Minotauro, monstruo cuya cabeza y torso eran de hombre y de toro el resto del cuerpo, también era llamado Asterión, que significa “cielo estrellado” por su origen divino.
    Recorremos esta historia.
    Persífae, sacerdotisa representante de la luz lunar y del amor, es esposa de Minos, Rey de Creta, ella fue madre de Andrógeno, Ariadna y Fedra, pero así mismo, concibió un hijo al copular engañada con un Dios del Olimpo disfrazado como un gran Toro Blanco. Así es como de esta unión nace el adefesio llamado Minotauro. El rey lo odia y sólo desea destruirlo, pero no se atreve por ser de origen divino. Providencialmente se encuentra en Creta, Dédalo, un ateniense desterrado a quien le pide su colaboración. Este accede y planifica la construcción de una cárcel para encerrar a la bestia.
    Terminada esta obra que pasó a llamarse el Laberinto, el Minotauro Asterión es encarcelado bajo tierra. La característica de esta construcción radica en que sólo posee una entrada, múltiples pasillos permiten llegar hasta el centro pero, no se puede salir por sus intrincados recovecos. Quienes saben llegar hasta él lo alimentan periódicamente de seres humanos.
    Dos años después, Creta declara la guerra a los atenienses. Con la ayuda del Dios Dionisio, Minos gana el conflicto traspasando la obligación de hacer llegar cada nueve años, siete doncellas y siete donceles para alimento del Minotauro.
    A mayor abundamiento, recordemos que antes hubo otros con este nombre como Dionisio el Antiguo, quien fue el Tirano de Siracusa, 405 a 308 años antes de J.C. Sus descendientes siguieron llamándose igual y fueron figuras representativas de los griegos de Sicilia, ejemplo Dionisio de Halicarnaso, Dionisio de Areopagita, Dionisio el Cartujo, Teólogo y místico flamenco (1402-1471).           
    El Rey de Atenas, Egeo, prepara una nave para despachar la primera partida de jóvenes que servirán de alimento para Asterión en Creta. Su hijo Teseo le solicita ser el primero en embarcarse, ya que su intensión es luchar con la bestia hasta vencerla y así limpiar la ignominiosa afrenta que sufre Atenas. Aunque reticente, finalmente el rey lo autoriza.
    Teseo es un apuesto y valeroso joven y es el primero en desembarcar al recalar la nave en el puerto de Creta con su valiosa carga. Al verlo y conocerlo Ariadna, hija del Rey Minos de Creta, se enamora perdidamente de él.
    La joven sabe que los recién llegados servirán de alimento a su medio hermano a quien puede visitar en el Laberinto. Ella lo quiere y sufre tremendamente con su monstruosidad, pero así mismo siente aversión por el dolor que causa con los sacrificios humanos. Decide entonces, pactar con Teseo. Le ofrece la clave para vencer al Minotauro con la condición que la despose al salir triunfante. Teseo acepta y yacen juntos como promesa de amor.
    Es bueno dejar constancia que el Rey Egeo siempre creyó, equivocadamente, que Teseo había sido devorado por el Minotauro y, en su desesperación y remordimiento por haberlo dejado partir, se arrojó al mar, que desde entonces lleva el nombre de Mar Egeo.
    Volvamos a la noche de amor de Ariadna y Teseo. La joven teje un ovillo de hilo con su rubia cabellera. Al día siguiente se lo entrega con instrucciones de cómo utilizarlo, ella sostendría, desde afuera uno de los extremos. También deja en manos del muchacho una espada forjada en oro y plata por el Dios Poseidón, el dios griego del mar que correspondió al Neptuno de los romanos. Con esa espada bastaría un solo mandoble, para eliminar sin sufrimiento al engendro aquel.
    Teseo sabe que está bajo la protección de la Diosa Atenea, se dedica a cumplir las instrucciones sin rebatirlas. Ata el extremo del hilo a una aldaba que encuentra en la entrada, desenrolla el ovillo a medida que penetra hasta llegar al centro donde encuentra al animal que lo espera para devorarlo. Al verlo, el toro lanza un bufido que resuena hasta lo más profundo del Laberinto. Quienes han seguido tras Teseo, tiemblan de miedo e impotencia al sentirlo. El toro enfurecido carga sobre él, el contrincante no se amilana, espera su arremetida, lo esquiva, pasa de largo, el monstruo vuelve a la carga pero, en esta pasada Teseo levanta la espada y, con certeza extrema, la introduce en el corazón de la bestia que cae, primero sobre sus rodillas para, luego derrumbarse definitivamente.
El vencedor, encuentra fácilmente la salida gracias al hilo que marcaba la ruta.
    El pueblo lo aclama como su libertador. Ariadna corre arrojándose en sus brazos. Con la bendición del Rey Minos, Teseo sale de Creta con destino a Atenas, convertido en héroe y llevando consigo a Ariadna.
    Hasta aquí “miel sobre hojuelas”, pero detallemos el asunto.
    Según otra versión, Teseo, en el viaje de regreso, abandonó a Ariadna en la isla de Naxos. En este lugar geográfico la encontró llorando el Dios Dionisio, quien la consoló y la hizo su compañera. En prueba de su amor le regaló una diadema en forma de corona. Desde entonces los antiguos llamaron “Corona de Ariadna” a una constelación parecida a esa diadema.


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