lunes, 22 de abril de 2019

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Abril de 2019


PUERTO

           
            ¿Por qué tienes que preguntar tanto si lo paso bien?
            ¡Ni bien ni mal! Vivo solamente. Quizás deberías preguntar, o preguntarte, como lo estaba pasando antes, Antes de llegar a esta situación de aclimatamiento o ajuste. De adaptación a un ambiente que tú y yo consideramos hostil, ajeno, descastado. Sin embargo, tu estupendo sentido intuitivo para captar situaciones anormales o exóticas que parecía las olfateabas con tu fina nariz perfilada, ha fallado en el pórtico,  en la entrada a un nuevo ciclo de la existencia. Podías haber detectado ese parpadeo en la oscilación de la sólida e inamovible plataforma en que se asentaba nuestra reputación, buen nombre, linaje y aristocracia, en la visita en la visita que el año pasado hiciste a mi modesto cuarto de pensión. Porque ahí la cosa ya iba para abajo. Si aquella vez tuviste un gesto desagradable al vislumbrar el barrio en que estaba enclavada mi oficina. ¡Me vieras ahora! Y no se lo cuentes a Inés Antonia o a Ignacio Alfredo. Aunque quizás deberías contárselo. Así no seguirían haciéndose ilusiones conmigo. Y no hay de qué avergonzarse, mamá. Nada de malo tiene el flamante novio, Pablo Horacio, viva o trate de vivir en una poca soleada pieza en las proximidades del mercado. ¡También ellos van en declive! Con la aristocracia añeja de sus apellidos, con un auto que ya no da más y con un fundo del viejo padre que nada produce que no sean deudas. Y aquella voz de falsete que se me quedó pegada a los oídos: - “Esta gente está insubordinada. Mira que faltar el respeto de esta manera, sabiendo que papá está enfermo y que Ignacio Alfredo no se desplaza a gusto en labores agrícolas y ellos ¡Pidiendo y pidiendo! ¡Como si no tuvieran de más para pasar el invierno con todos sus chiquillos, con los sacos de papas o de legumbres que se están azumagando en las bodegas! Por último, están acostumbrados a estas cosas. Y los medieros los han azuzado para quedarse con la mitad del fundo y hasta la sirvienta que trajimos solidarizó con ellos y se nos mandó a cambiar recién llegada a Santiago. Pero no importa, Pablo Horacio, ya están las tierras arrendadas y con esos dineros pudimos adquirir el soñado departamento aquel, en Providencia, el que será nuestro nido...” -¡Ay mamá! ¡Si vieras a tu nene...! ¡Cuánto te costó encontrarme trabajo! Pero, hablando entre  nosotros, fuera de poseer bonita figura (herencia tuya) y buenas relaciones sociales (dejadas por mi padre), tu nene no servía para nada...Y ya en la Central, cuando disminuyeron personal por razones económicas por “racionalización” o “mecanización de labores”, como ladinamente explicaron, bien comprendí que para no echarme así, limpiamente, me tiraban a esta pequeña sucursal en Valparaíso. Y ni siquiera fue por mi persona, sino por ti, por consideración. ¡Si el gerente había sido tan amigo de mi padre y de su diario copetín en el Club de la Unión hasta su arruinada muerte! Pero, ¿Sabes? Ha sido ésto lo mejor que ha ocurrido en mi vida. Porque aquí tu Pablo Horacio, no ha contemplado el mar sentado en la orilla. Porque no es ese mar de playa de veraneo del que te acuerdas con las chiquillas Del Solar, o las familias Astaburuaga, Amunátegui o Pérez Cotapos. Acá yo solo. Bajando de la pensión, chapoteando en la mañana temprano, aún sin desayuno, bajo el temporal y la lluvia con la calle lado a lado de agua, y yo, con un ridículo paraguas... Algo nuevo que no me habías enseñado, tener zapatos viejos de repuesto en la oficina. Y calcetines y otro pantalón para el que llega estilando...Los charcos de barro, las alcantarillas obstruidas, los cauces abiertos con los ratones que salen a flote. (¡Cómo gritabas con tus pequeños chillidos cuando veías una laucha ¿ Te acuerdas?) ¡No me habías enseñado nada, mamá! Ni siquiera que el mozo de la oficina, aquel más antiguo, es el que más sabe y el que más sirve. Más, muchísimo más que el encorbatado Jefe de Sección. ¡Las veces que, hambriento y helado, me he arrimado a su anafre saboreando el café caliente y el pan amasado! ¡Humeante café! El primero de la mañana con pan queso o mortadela comprada por ahí cerca en el Mercado. ¡No te horrorices! Sí. Se que las proximidades del Mercado exhiben veredas sucias, frutas podridas reventadas, escupitajos, hombres rotos y rotosos, cargadores, fleteros, verduleros. Todos gritando, vociferando, sacándose la madre, subiendo cajones, bajando sacos. Camiones y camioneros. Pescados. ¡Canastos de pescado! Mi inconmensurable ignorancia desconocía aún los lustrosos, plateados lomos de los peces recién traídos de la caleta, sin olor aún, palpitantes casi... Y la feria, el mercado, el muelle, las calles, los carros, todo vibrante de vida, reventando en color y vitalidad...Diferente a la vida elegante y decente que proclamas. Vida simplemente. Quizás todos los borrachos que encuentro en el camino a la oficina, están borrachos de vida con la misma expansión y liberación con que se chutea un tarro en la calle. Claro que tu hijo puede pescar infección, contagio o malas juntas. Pero veinticinco años es ya un cuarto de siglo. ¿No, mamá? Y si de infecciones se trata, Ya tuve tifus con las centollas  de año nuevo donde los Echazarreta Valdés, cuando aún estaba al lado tuyo. Y hablando de contagios, ¿sabes que me estabas anquilosando con la tiesura y afectación de los que iban a ser mis suegros? Obstinadamente encaramados  en lo que había sido “su gran mundo” -. Era también nuestro ambiente. Todavía es el tuyo. Por osmosis se ha absorbido esa arrogancia petulante de clase, que se nos derrumba al tener los bolsillos vacíos... “Pablo Horacio, que no te vean los hermanos de Inés Antonia. ¡Qué dirían si supieran que has almorzado en el mercado¡  ¡Sí! ¡Una regia cazuela con carne! ¡Con carne mamá, con carne! ¡Una presa así de grande! ¡Si se me estaban atrofiando el estómago con las verduritas y el quesillo por almuerzo! ¡Ya sé que estamos arruinados! Pero, para que lo sepas, todos los que flotan a tu alrededor con sus melosas sonrisas y viajes al extranjero, verdaderos o falsos, se desplazan en un atolondrado y desesperado juego de cheques sin fondo, pagarés postergados y documentos protestados. Sin hablar de las empleadas impagas, los arriendos atrasados o las contribuciones morosas. ¡Ya vas a mencionar la hija de los españoles de la gran ferretería! ¡Se que me habría convenido inmensamente! ¡Perdón, nos habría convenido! ¡Olvídalo! No entra en mis ideas pasar cincuenta años tras el mostrador dando a conocer las excelencias de un cepillo o la dureza de un formón, ni menos aprenderme todas las medidas de los clavos de acero. ¡No! No puedo aún llevarte a conocer mi nueva pensión. Tenemos tanto que hablar primero. ¡Tengo tanto que contarte!
            Matías por ejemplo. –Ya se nos acabó la plata, viejo, y estamos recién a primero. ¡Si no lo sabré yo, haciendo figuras para pagar la pensión y andar bien presentado! (“Hay que cuidar la imagen. Como te ven te tratan, Pablo Horacio”) ¡Y tus argumentos siempre razonables y delicados! Pero Matías ni siquiera reparó en mi figura. Pero yo sí fui impactado por aquel par de piezas. ¡Cinco niños, mamá! La mujer enferma. La vieja suegra atendiendo como podía  con sus doloridos huesos, yendo y viniendo. Matías, ridículamente insignificante en la oficina y en todo lugar, pero los grandes ojos de su mujer enferma eran sólo para él.- Está mal, ¿Sabes? Un  maldito tumor: no se atreve a ser operada. Si los rosales se podan se llenan de brotes. Algo así me explicó Matías la primera vez que llevó a su casa. Un color ceniciento, los ojos cada vez más grandes en un rostro cada vez más empequeñecido. Los niños meten bulla, son normales. Van al colegio. Se turnan. La mayorcita cuida a su madre, la suegra hace la comida. Útiles, remedios, ropa, medicina, calmantes...- Suerte mía que los chicos están sanos- Y Matías desenterrando no se sabe de dónde, una botella para festejar mi visita, y el almuerzo extrañamente sabroso  y abundante. El cuñado trabaja en el matadero, el padrino de uno de los chicos reparte el pan y luego está la hermana de Matías que tiene un puesto de frutas y verduras y ahí tienes la mesa humilde luciendo guisos apetitosos, pan caliente y lechugas frescas.-Somos unidos- Explica-escuetamente Matías. Y los hijos crecen y Matías trabaja y trabaja con la espina dentro pero íntegramente hombre Con algo inmensamente  grande que no es ni siquiera resignación. Algo como un  desafío a la adversidad. Me he sentido humillado, inservible con toda mi educación y linaje... ¿Podrías comprenderlo, algún día mamá?
            ¿Y recuerdas aquel gran resfrío que tuve aquel año que llegué al puerto? Estuve días y noches con fiebre, delirando quizás, débil como un pajarillo desamparado y enfermo. Muchos días después, pasado el peligro de la neumonía, reparé que alguien me había estado cuidando. Limonadas y tizanas. Mis ropas ordenadas y limpias dobladas en una silla al pie de la cama. Alguien se había preocupado por mí. ¡Marcia! Morena y silenciosa, no me había percatado de la existencia de una sobrina de la dueña de casa hasta entonces. Una modesta  muchacha de ondeado pelo negro y firme y sólido cuerpo. Fui librado de la extrema debilidad y en el mes de licencia su compañía me fue grata. Alegre y sencilla, así es Marcia. Me enseñó a encontrar el desconocido hechizo del mar duro y déspota de los días de temporal. Aquellos días amenazadores con el cielo oscuro y la lluvia en diluvio invadiendo los subterráneos y echando a perder mercaderías y comestibles en las grande bodegas. Con los febles faluchos  destrozados como nerviosos muñecos contra los roqueríos y los pescadores vacíos de manos y de dinero esperando  ver apaciguada la marea.
            Marcia acompañó mis exploraciones  hacia los cerros, calles y barrios desconocidos y sentí nuevas sensaciones, como si en este nuevo camino, hubiese encontrado mi propio yo viniendo hacia mí liviano de compromisos, ajeno a simulaciones, ausente de prejuicios. Como un niño nuevo, no aquel que tú creaste tan sabiamente, sino otro de más grande edad interior...¡Marcia y sus manos morenas entre las mías, tan blancas! Era todo una revelación para mí. Y cuando quise delimitar el sentimiento para dejarlo hasta donde era sólo gratitud, ya no pude hacerlo...Franca y dichosa, así es Marcia. Nada me ha pedido y, en los frescos días de nítido azul en el cielo, cuando el viento se desata acarreando papeles  para ensuciar juguetonamente las calles, su melena flamea  a ese viento llamando a refugiarse  bajo esa bandera a mi rendido amor...Tengo a Marcia y al puerto para mí. Mi propio puerto.
                                                                                                                                  No vengas, mamá...

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