miércoles, 20 de mayo de 2020

Angélica Marengo-Argentina/Mayo de 2020


¿Perdemos el tiempo? La procrastinación como símbolo actual
Un artículo de opinión, de una autodidacta amante de la psicología y la filosofía.

"No es que tengamos poco tiempo, es que perdemos mucho".
Séneca

Procrastinación: Origen de la palabra. Significación psicológica y vulgar

El término correcto es procrastinar, devenido en procastinar para facilitar su dicción. Procrastinación proviene del latín procrastinare (pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) que significa postergación de una acción, o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables. Se ha incorporado rápidamente en nuestro lenguaje, como influencia directa del inglés procrast.
Se trata de un trastorno volitivo del comportamiento. Puede ser psicológico (en la forma de ansiedad o frustración), físico (como el que se experimenta durante actos que requieren trabajo fuerte o ejercicio vigoroso) o intelectual. El acto que se pospone puede ser percibido como abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, es decir, estresante. Por lo cual la persona justifica posponerlo a un futuro idealizado, en que lo importante es supeditado a lo urgente. No necesariamente está ligado a la depresión o a la baja autoestima. El perfeccionismo extremo o el miedo al fracaso también son factores para posponer, por ejemplo, al no atender una llamada o una cita donde se espera llegar a una decisión. Suele ser reconocido como un síntoma de algún trastorno psicológico, por lo cual es producto del manejo de las emociones y no de la holgazanería o “flojera”.
Este síndrome puede llevar al individuo a refugiarse en actividades ajenas a su cometido. La costumbre de posponer, si bien no se ha demostrado cabalmente, puede generar dependencia de diversos elementos externos, tales como navegar en Internet, leer libros, salir de compras, comer demasiado o dejarse absorber en exceso por la rutina laboral, entre otras, como pretexto para eludir alguna responsabilidad, acción o decisión. Algunos expertos aducen que hay conductas adictivas que contribuyen a este trastorno de evasión, tales como: la televisión, la computadora y más concretamente Internet, el celular y principalmente el uso de redes sociales. Otros autores afirman que tales adicciones no existen ya que se trata de un tema nuevo, en el que aún hace falta realizar mucho trabajo de investigación.
La procrastinación, en particular, es un problema de autorregulación y de organización del tiempo. Su solución consistiría, entre otras cosas, en lograr una adecuada organización del tiempo, concentrándose en realizar las tareas importantes que tienen un plazo de finalización más cercano. Quien pospone o procrastina una decisión, por no sentirse preparado - esperando que todo se resuelva por sí solo - suele aducir que lo hará después “en cuanto tenga tiempo”, con lo que está presentando, en el fondo, una conducta evasiva. Existe una en particular denominada "síndrome del estudiante" (el hecho de que muchos estudiantes pospongan la entrega de sus trabajos hasta el último minuto del día de la fecha límite o el estudio hasta el día antes del examen) está presente, al parecer, también en otros grupos sociales: en las temporadas en las que se acerca la fecha límite para pagar los impuestos (para presentar las declaraciones mensuales o anuales), las oficinas donde se llevan a cabo esos trámites (los bancos) se saturan de personas que asisten a realizar ese trámite solo hasta el último momento.
Hay distintos tipos de conductas: por evasión, por activación y por indecisión, todas son formas del mismo síndrome con distintas tonalidades.
Estas conductas tienen base psicológica y de personalidad: creencias irracionales, perfeccionismo y miedo al fracaso, ansiedad y catastrofismo, rabia e impaciencia, necesidad de sentirse querido, sentirse saturado.


Otro origen, otra explicación psicológica

Si bien hablamos del origen etimológico de la palabra, también se le atribuye otro, que deriva de la locución griega antigua akrasia, (hacer algo en contra de nuestro mejor juicio). Los griegos lo consideraban como hacerse daño a uno mismo. Esa autoconciencia es una pieza clave para entender por qué procrastinar nos hace sentir mal. Cuando procrastinamos, no sólo somos conscientes de que evadimos la tarea en cuestión, sino también de que hacerlo es probablemente una mala idea. Y aun así, lo hacemos de todas maneras. Esta es la razón por la que decimos que la procrastinación es esencialmente irracional, no tiene sentido hacer algo en que se sabe que tendrá consecuencias negativas.
Las personas ingresan a ese círculo irracional de procrastinación crónica debido a una incapacidad para manejar estados de ánimo negativos en torno a una tarea. No es un defecto del carácter o una maldición misteriosa que ha caído en nuestra habilidad para administrar el tiempo, sino una manera de enfrentar las emociones desafiantes y estados de ánimo negativos generados por ciertas tareas: aburrimiento, ansiedad, inseguridad, frustración, resentimiento.


Procastinación y pandemia. Tiempo de confinamiento obligatorio

Ahora bien, procastinación y pandemia. ¿Cómo se relacionan? ¿Tenemos tiempo libre o hacemos mal uso del mismo?
Procrastinamos más cuanto más tiempo tenemos. “Lo hago luego, total, tengo tiempo”. El confinamiento en el que vivimos estos días por el estado de alerta generado por la crisis del COVID-19 ha hecho que millones de personas se encuentren, de la noche a la mañana, encerrados en su hogar, aprendiendo a lidiar con el aislamiento social y a gestionar las horas del día que, de pronto, parecen eternas al discurrir entre cuatro paredes. Todos los días les parecen iguales. De súbito, los días dejaron de ser lunes, martes, miércoles, y comenzaron a dividirse en tiempos de comidas y descanso. Para algunos, pasaron a ser días de trabajo sin apuros ni coacción.
Esa sensación de que “hay tiempo de sobra”, que podemos sentir durante la cuarentena, hace que la procrastinación sea un fácil compañero de viaje. Es un enemigo que debemos combatir para poder seguir adelante con la mayor normalidad posible durante estos días, si además tenemos que teletrabajar.
“Es posible que desde que estamos en el confinamiento tengamos una sensación mayor de procrastinación, que además va aumentando a lo largo de los días. Esto se puede deber a varios motivos: por un lado, al disponer de más tiempo, sentimos más sensación de desaprovechamiento del mismo; gran parte de ese tiempo se aglutina además delante de una pantalla y, aunque cambiemos de tareas, al no movernos de lugar, la sensación de pesadez aumenta y nos resulta más agotador” explican los expertos.
Y es que, pese a que dispongamos de horas libres que en nuestra vida cotidiana no tenemos, para poder formarnos, hacer deporte, cocinar, leer o ver series, la realidad es que el procrastinador no encuentra ninguna motivación que le mueva a hacer alguno de esos planes.


Falta de motivación

La motivación está muy relacionada con la procrastinación. Al principio del confinamiento, estábamos muy motivados porque teníamos más tiempo para hacer nuevas tareas. Esta motivación nos hace que tengamos altas expectativas que luego resulta difícil cumplir. Cuando la motivación baja (porque siempre baja), la procrastinación llega a ocupar ese espacio vacío.
Y así, poco a poco, las tareas reales, las que no debemos dejar para después, se van acumulando en cuarentena, si no tenemos cuidado. ¿Pero podemos aprender a dejar de procrastinar? Sí, porque la procrastinación es selectiva. Es decir, hay cosas que el procrastinador no deja para después, como puede ser dormir, comer, etc. Son necesidades más básicas, pero que sí realiza. Es un tiempo entonces, para conocernos y decidirnos a no clasificar mentalmente: “Esto sí debo hacerlo”, “Esto puedo dejarlo para después”. Podemos tomar esa decisión sin martirizarnos y disfrutando. También es bueno aburrirse, pensar, darnos “tiempos muertos” y no sentirnos culpables por todo ello. Si hay un mañana, mañana será otro día, por supuesto. Y ahí, vamos a la segunda parte de la nota.


La pregunta es: Realmente creemos que tenemos tiempo?

Vayamos un poquito más allá del tiempo físico, como dicen algunos para distinguir el tiempo como concepto filosófico, y no como mera categoría intelectual para el hombre común, contabilizado en segmentos, tales como segundos, minutos, horas.
El COVID 19 vino, entre otras cosas, a recordarnos nuestra finitud (no caigamos en el chiste fácil, todos somos finitos), a que la muerte acecha y el tiempo, que con ingenuidad adolescente creemos ilimitado, no lo es. Al principio de esta hecatombe, los muertos se ubicaban en China, en una localidad que ni recordamos el nombre, nada más lejos de nuestro confortable hogar que un provinciano ignorante e incivilizado que aparentemente comió algo mal o poco cocido y desató la tercera guerra mundial, en términos de bajas y de rapidez con que se producen, aunque sólo sea una comparación doméstica.
En poco tiempo, la muerte se desplazó a lugares glamorosos que muchos conocemos, personalmente o en relatos de nuestros abuelos, cual bandada de golondrinas al final del verano. Pero seguían siendo números, datos estadísticos, imágenes conmovedoras, pero anónimas. ¿Qué pasará finalmente cuando esos rostros sin forma, comiencen a tener nombre y apellidos conocidos? ¿Qué sucederá cuando un amigo virtual de Facebook, o Twitter, Instagram deje de publicar y nos enteremos por terceros que se murió por coronavirus? ¿Realmente creemos que tenemos tiempo?
La semana pasada el profesor de inglés de un colegio envió tareas por el campus virtual y prometió enviar más tarea al día siguiente. Nunca sucedió. El viernes en los obituarios del diario se publicó su nombre.  La pandemia es real, más allá de cualquier ideología, postura política y económica que discutamos, y caemos de bruces frente a la realidad. Si hay algo que inquieta a todo ser humano, aunque éste se niegue a aceptarlo, es lo que sucede cuando dejamos de respirar, pensar, sentir. Cuando nuestros órganos vitales dejan de funcionar y ya no hay actividad cerebral. La muerte es lo único certero que tenemos.
Nacimos para morir. El cómo y el cuándo son dos interrogantes sin respuesta. ¿Realmente creemos que tenemos tiempo? Séneca, dijo también “Nada es tan cierto como la muerte” y San Agustín “Todo es incierto. Sólo la muerte es cierta”.
Podemos leer al menos una veintena de teorías de grandes filósofos sobre este tema, transcribo la menos simpática pero no por eso menos real, de Santo Tomás de Aquino, quien habló del mal que representaba la muerte, simplemente por el hecho de que con ella se acaba la vida: “La más grande de las desgracias humanas”.
Estos días, si tenemos tiempo, tiempo de reír, de pensar, de aprender, de gozar, de amar y de preguntarnos, ¿realmente tenemos tiempo para perder?


 
 Docente, Maestra Especial

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen artículo.
Marcelo L.