jueves, 21 de mayo de 2020

Marcela Predieri/Mayo de 2020


SANTIFICARÁS LAS FIESTAS

Dicen que si los deseos se cuentan no se cumplen, pero el catecismo le habían enseñado que la Virgen intercede por nosotros y que hay que pedirle a Dios y a todos los santitos. Por eso se los contó al Padre Francisco. 
―No, Blanca… Eso es pecado, pecado grande. El noveno mandamiento dice: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”.    
―Es que no puedo evitarlo, padrecito. Además recién vamos por el de no robar y yo no robo. Y el de no mentir, que creo es el octavo… Sí, a los demás me los sé a todos de memoria.
―Tenés que ser fuerte, rezá tres Ave María y cinco Padre Nuestro ―Sucede que Blanca ya no es tan chica, juega cada vez más seguido para pintarse las uñas de rojo y cada vez menos a treparse a los árboles o a buscar huevos tibios al gallinero del fondo cuando va a la casa de la abuela, por eso Padre Francisco la comprende―. A ver, chiquita, ¿qué más?
―Y… al cuarto me parece que no lo cumplo, pero porque no puedo. O lo cumplo a medias. No puedo honrar a mi madre. La odio. Y a papá cómo voy a honrarlo si no lo vi más. Además qué me importa. ¿Sigo con los deseos o los mandamientos? Lo que pasa es que…
―¡Por Dios! La muerte no se le desea a nadie. Mucho menos a uno mismo.
―Es que es lo que quiero. Y lo quiero de verdad. Con toda mi alma lo quiero. 
―No, no. Nada de eso. Eso también es faltar al quinto mandamiento. Ay, mi querida ―le dice el cura, pero ella sabe que no la quiere, y que no le van a alcanzar ni diez rosarios enteritos el día de los misterios dolorosos.
―Yo sí sé lo es dolor ―lo interrumpe ahora ella por primera vez―, lo sé porque me duele. Aunque no sangre como Jesús. Me duele y mucho. Por eso lloro. Mamá dice que yo nunca lloro y que si lloro es dormida. Que a lo mejor es porque lo extraño, y que no va a volver, ni Dios permita, dice. Por eso quiero a morirme, Padre, y quiero morirme ahora. Antes quería morirme cuando me sacaba las trenzas, cuando acariciaba el pelo y me bañaba… Yo lloraba, usted lo sabe, pero eso era antes, Padre... cuando no había aprendido el sexto todavía. 
―Pero ahora lo sabés…
―Sí, y apenas lo supe se lo conté a mamá. ¡Y entonces mamá lo echó! Por eso la odio.  Usted es mediador entre Dios y los hombres, ¿no? entonces haga que vuelva. Yo necesito que vuelva… Y si no que se muera también. Y me importa un pito que sea mi padre. O que sea pecado querer morirme si él no va a volver a decirme mi chiquita…
―Hijita, volvamos a los mandamientos, por Dios…
―Primero: Yo no soy su hija. Y si Dios es mi padre, entonces mi Padre es dios ¿A ver? cómo era el primer mandamiento? Amarás a Dios sobre todas las cosas ¿no era ese? ¿Ve cómo aprendí todo, Padre? ¿Ve como cumplo? Yo amo a papá. 
―Levantate, Blanca, estás blasfemando. O pedile perdón a Dios.

La torta de cumpleaños resplandece. Pero apenas acabado el canto, mientras todos están todavía gritando: ¡Pedí tres deseos! Che, déjenla pensar. A ver… qué pediste, Blanquita se arranca los moños de las trenzas. Enseguida la madre la zarandea del brazo. “Vos siempre dando disgustos” ... Los invitados, perplejos pero tratando de suavizar la situación, comentan: No entiendo por qué te pones tan mal, es cosa de chicos. Blanquita, tenés que entender que mamá está enferma de los nervios, dale, que no se haga mala sangre. Pedile perdón, vamos, pedile perdón a mamita

¿Pedir perdón? Ella sólo le pide perdón a Dios. Y Dios está en las alturas. 
Blanca se suelta del apretón de la madre, sale corriendo hacia el ascensor y marca el noveno piso. Blanca sube corriendo la última escalera hasta la terraza y mira el cielo también por última vez. 
Perdoname papá…
Abajo la sangre. Mala sangre. Muy mala.

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