jueves, 21 de mayo de 2020

Luis Tulio Siburu-Argentina/Mayo de 2020


EL CAMAFEO                                                                           

Chela es callada. Portadora de silencios que nacieron en alguna historia pasada. Que no se escribe con lágrimas sobre la mejilla.  Pero que por adentro gotea incesante, horadando el alma.
A pesar de ello Chela no le esquiva a la vida. Camina por el barrio, hace las compras, prepara su ensalada, disfruta de las frutillas, lee un libro, escribe algún verso, duerme la siesta de jubilada, escucha música al atardecer, cena temprano, reza el rosario, se duerme mirando una película.
Detrás de las ventanas o en un cruce en la vereda, no falta quien se pregunte por ese medallón que cuelga de su cuello desde siempre. A pesar de su religiosidad nunca un crucifijo, la imagen de una virgen, algún santo de su devoción. Sólo ese relieve ovalado, grisáceo, algo blancuzco, enmarcado en un borde fino que no se alcanza a distinguir si es metal o madera, con una mezcla de figuras que semejan esculturas.
Ausente a esas conjeturas, cada tanto Chela recorre fotos de una pequeña caja que guarda debajo de la cama. Allí se encuentra con aquel carnaval jujeño, durante unas vacaciones de los veinte años. Y con ese morocho que la invitó a bailar la cueca, le habló de la luna, cortó flores para ella, la hizo sentir mujer en la montaña.
Por esa noche fue novia y pensó que alguien la amaba, mucho más cuando él se detuvo en un puesto de la feria artesanal y le obsequió ese colgante de madera trabajada, que mostraba un Cupido junto a una mujer semidesnuda, con fondo de antigua escalinata.
Nunca más lo vio al morocho.
Mientras preparaba la valija para volver a su casa, miró el medallón apoyado en la cama y se le ocurrió una idea. Total, en el barrio nadie sabía adónde había ido ella de vacaciones. Con tintura gris y blanca disimuló el relieve de madera y lo hizo parecer nácar o alguna piedra preciosa y hasta un ágata de la italiana Torre de Greco.
Y desde ese día jamás se lo sacó de su cuello. El recuerdo de su primer desamor la acompañó siempre y fue la intriga del vecindario. Solo podían inferir que de su cuello colgaba un camafeo.


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