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Ilustración: Carlos
Antonio López Diaz,
Madrid, España. |
Aquella tarde, cuando me pediste que me marchara, que olvidara las llamadas y los mensajes cargados de ternura; no hubo reproches y en mi locura acepté sin remedio tu incomprensible petición y vaya traición la tuya que al momento se rompió el más sagrado de nuestros juramentos.
Quizá no conocías de mi experiencia en desaparecer por completo, en mi maldición de ser invisible ante los ojos de quienes realmente quiero; quizá no sabías que perdías un corazón sincero, de esos que no encontrarás otra vez, de esos que se enfrían tanto como el hielo que ahora recibo de tus labios muertos.
Y llegado el instante en que cuando con remordimiento preguntes si te extraño, mi respuesta hiriente e inmediata llegará en una negativa, y es que extrañarte nunca.
Se extraña a quien se entrega lentamente al olvido, se extraña al que se siente en ausencia, al que ha partido, y no comprenderás que jamás podrías ser parte de ese olvido que tanto anhelas, de esa ausencia que tanto esperas, extrañarte nunca cuando siempre estarás presente, y aunque me pierda entre la gente, en mi mente solo habrá un deseo latente: que todo te vaya bien, aunque volverás a verme.
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