El reposo del guerrero
En el lecho conyugal ella le había preguntado más de una vez si en realidad el joven economista recién llegado del extranjero había instalado nada más que por casualidad su oficina casi al frente de la suya, al otro lado de un pasillo oscuro en ese edificio vetusto, pero cargado de tradición comercial, en pleno centro de la ciudad, en lugar de arrendar algo más espacioso, mucho más moderno, en esas mismas torres de cristal que rodeaban a ese pequeño edificio, como pétalos dorados que encerraran a un pistilo negro. Edificios que reflejaban a raudales la luz solar aunque un poco nublada. O si era una tramoya, y en realidad ellos dos estaban metidos en algo, una empresa o negociado nuevo, que iba a introducir de manera interpósita, a través de un proxi, un mediador, a un nuevo inversionista extranjero. Si Julia, que en general mostraba poco interés en sus asuntos, pensaba eso, era posible que otras personas pudieran creer lo mismo. La inquietud que esto le producía se compensaba con creces con el secreto orgullo de saberse objeto de esas sospechas, si las había, de esas habladurías. Todos saben lo importante que son los rumores en la fortuna o caducidad financiera. Con sus amigos más íntimos había jugado a veces con esos malos entendidos, y otros similares, en estos círculos de negocios y empresas de diversas dimensiones, de todos los matices entre el negro y el blanco, entrecruzadas de martingalas, relaciones familiares, favores dados y recibidos, red tupida que constituía en gran parte la economía del país. Muchas veces calor de unas copas, en locales de moda o de cofradías, había caído en silencios reticentes o desviado el curso de una conversación que se ponía comprometedora, pero de manera que incluso los oyentes más ocasionales lo captaran. Y era en parte debido a esos rumores que lo implicaban en presuntas actividades de negocios agigantadas en la imaginación es que se había producido una cierta excitación en Julia, una especie de segunda luna de miel y ante su grata sorpresa, un veranillo de San Juan—el Indian Summer de Nortemérica— que parecía habérsele asentado en los testículos, y los sentía hormiguear agradablemente mientras esperaba que ella terminara de levantar la mesa mientras él leía las cotizaciones de la bolsa en el tradicional diario impreso, sentado en su sillón del living.
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