domingo, 14 de marzo de 2010

Daniel Dalton-Buenos Aires, Argentina/Marzo de 2010



















Tenme en cuenta
 
Ten en cuenta, que la rosa de esa noche que se posara en tu mano, es carente de espinas lacerantes, solo están ahí para evitar un asedio de espíritus ya pasados que aún rondan tu alma casi solitaria.

La esperanza de la “no” soledad,  se ahoga cuando tu piel vuelve a ser mojada por el roció de el.

Verse, tocarse, espectáculo de un siglo de avatares  fortuitos,  que ciñe a la mueca de la sorna, para aquellos que no lo experimentan.

Cuando se aleja, tengo la sensación  de la muerte en vida, liberarse de todo lo que en ella trae, esas pocas palabras que al gemido suenan como rocas embestidas por olas de tormenta.

Quien no lo vea de este modo, puede dar  lugar a una infernal algarabía de insultos y sarcasmos al alma.

Vuelve a reír conmigo, tenme piedad.

Tal vez, regreses con aquella risa que todo lo cura, sin precariedades, con ahínco, con fiesta.

Tal vez, no sea para ti más que un buen pasatiempo del sin esperanza, contradicción de tu alma que aún espera ser llenada con los besos que otrora te dieran y que ya no están.

Manifestaciones hibridas y terribles de la sin pasión, que experimentamos cuando ya no tenemos aquel que diera la desproporcionada libertad de saber que aun esta, que aun nos espera.

El no tener un corazón con quien compartir, o tenerlo, pero no sentir, da igual para los sentidos que buscan de todas maneras, ampliar su necesidad de amar.                                                         

Con naturales esquemas de lo ya aprendido, por amores pasados, mi alma busca repetir escenas de lujuriosa felicidad, que siempre caen como agua fresca en mi alma seca por el olvido.

Déjame apoyar en tu pecho, para saber que ahí dentro,  palpita algo que tan solo por un instante, o una sola vez, de los cientos de miles de veces que lo realiza, solo una vez,  lo hace por mí.

Por eso, cuando frente al mar estés, piensa que del otro lado de el, existe alguien que late al mismo ritmo que late eso que te mantiene viva.


                                                                                                                                                                                      Finalmente más inválido de espíritu, y desarmado como un caballero sin su yelmo en la cruzada de la soledad por no tenerte, entrega su espada a las hordas insignificantes que laceran su existir.

Hombre de paz, que por  no tenerte, siente esa furia maldita de la soledad, que no deja de oradar su espíritu en busca de alguien, que  como un bálsamo curativo deje en paz su dolida existencia.

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