martes, 23 de agosto de 2011

Marta Susana Díaz-Buenos Aires, Argentina/Agosto de 2011


MAÑANITA DE CAMPO

   Se levantó lentamente, apoyándose en el  bastón.
   Los sonidos salían como latigazos desde el televisor: crímenes, violaciones, política…
            - ¡Bah! dijo la vieja. Lo de siempre… Y apagó el aparato.
   Se dirigió arrastrando las chancletas despacio hasta el rincón de la pileta  y bombeó hasta casi llenar la cacerola. La apoyó  sobre la cocina a leña, que crepitaba desde hacía  rato, escupiendo pequeñas ascuas,  mientras se iba calentando el ambiente cubierto por altos techos de chapa oxidada.
  El molino de viento chirriaba metales con cada ráfaga,  aumentando en su espíritu la desolación.
   La ventana que daba al fondo, dejaba ver una hoja sin vidrio, tapada con un cartón gris por donde se colaba el viento sur, esa mañana destemplada de otoño.
   Con unas cuantas verduras ideó el almuerzo, que era siempre igual, pero ella se sentía artista plástica picando cebolla, recortando apio, rallando zanahorias y pelando papas en redondo sin que se rompiera la cáscara.
   En medio de la rutina, ese era el momento más placentero del día.
   Luego, con el cuchillo dentado fue cortando el pan en finas rebanadas, pensando como siempre, que cada pan del almuerzo era un día menos de vida. No lo podía evitar.
   Su marido cada vez estaba peor. El hijo lo había llevado al médico el día anterior y éste le había recomendado que guardara reposo tres días hasta que aflojara la bronquitis.
            - Hoy le voy a llevar el caldo a la cama. Pronto se pondrá bien - pensó la anciana, dándose ánimos.
   Se sentó cerca del fuego atizando la lumbre, mientras esperaba que el caldo estuviera listo. Le gustaba  oír el ruido del crepitar de la leña. Cada chasquido le parecían  los pasitos del nieto que pocas veces les llevaba el hijo para que viera a sus abuelos. Ya tenía tres años.  ¡Lo extrañaba tanto!
   No quería pensar verse sola, sin el Braulio a su lado. ¡Ya ni recordaba cuantos años hacía que estaban juntos!
  ¡Él era chinchudo!  Discutían bastante. Pero no podían estar el uno sin el otro.
   La tos del marido la sacó de sus pensamientos. Se sobresaltó. Prestó atención esperando que se  calmara. No quería ir hasta el dormitorio porque las piernas le pesaban demasiado. 
   Había heredado las várices de su madre. Y el carácter impulsivo del padre.
   La tos se apaciguó y escuchó los ronquidos rítmicos de la respiración nuevamente.
   Se sonrió al pensar que el compás iba acorde con el motor de la vieja heladera “a bolita”.
   Poniendo todas sus energías en agudizar el oído, creyó escuchar un ruido desconocido cerca del cobertizo.
   La desconfianza por el mundo exterior se le había hecho crónica  con el correr de los años.
   Tomó  una azada  bien afilada que colgaba detrás de la puerta. Por las dudas…
   Se paró con la azada cerca del vidrio roto, parapetada contra la pared, detrás del aparador. Y esperó.
   Cuando el muchacho empujó el cartón y asomó la cabeza, no la vio y saltó adentro.
   La azada le cortó el cuello. Ni un grito. La vieja lo arrastró de las piernas hacia la pared como se arrastra un fardo.
   Sobre las baldosas amarillentas la sangre quedó dibujada tal como si la paleta de un pintor hubiese esbozado un atardecer. Luego todo fue silencio.
            -¿No hay más?  ¿Ningún otro viene a visitarnos? preguntó al rato.
   Y una carcajada nerviosa  hizo despertar al Braulio.
            - Ya te llevo el caldo. No te levantés viejo.
   Tomó la bandeja con el plato y los panes cortados. Temblaba.  Despacio se dirigió al dormitorio.
-          ¿De qué te reías?
-          De los dibujitos de la tele.
   Esperó que el hombre pusiera las migas en el caldo y tomara su sopa.  
   Llevó el plato a la pileta de la cocina.
   Se dirigió a la entrada.
   El sol  daba de pleno sobre la puerta. Al abrirla,  sintió su calor.
   Y recién entonces, abrió su boca desdentada para gritar: ¡Socorro!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un cuento con mucho realismo y finamente redactado, me ha dado mucho gusto leerlo.

abelespil dijo...

Amiga Marta: felicitaciones. Este cuento emite la cristalidad del presente junto al acompasar el dolor por la vejez.
Abel Espil

Anónimo dijo...

Me ha encantado tu cuento. Está muy bien escrito. Sigue haciéndolo y recopílalos (todos los que tengas) en un librito.
Ánimo escritora.
Bezitozzzzzzzzz andaluces pa tí.
Maribel

Aurora dijo...

querida Marta, una vez más, siento el privilegio de disfrutar tu talento y tu infinita sensibilidad. Escribes con sencillez aparente, que de pronto se desborda en un florilegio maravilloso. este cuento , entre muchos otros, sumado a tus poemas, tienen la virtud de emocionarnos. Recuerdo aquel de la abuela y la blanca negra mañana... Aurora

Anónimo dijo...

Marta:Me encantó tu cuento. Aterrador,como a mí me gusta. Te mando un beso desde Miramar. Marcos.