EL CRIMEN DE
CLEMENCIA O HARA
En esta oportunidad, llegó muy
temprano al domicilio de su patrona, no pudo abrir la puerta de calle, la llave
no penetró en la cerradura. Dio vuelta alrededor de la vivienda y entró por la puerta
de la cocina. Ésta estaba entornada y ese detalle llamó mucho su atención. Clemencia
Ohara, vivía sola y era asistida dos veces a la semana por la asesora.
Mientras preparaba el desayuno,
trató de descubrir por qué la puerta de calle no la pudo abrir desde el exterior,
como lo hacía a diario. El motivo le pareció extraño, tenía la llave pasada y
el seguro colocado.
Se dirigió al dormitorio, que
estaba en el segundo piso, con la bandeja lista. Golpeó la puerta y al no
recibir respuesta, giró el pomo, sintió un ruido metálico y éste no abrió. Presa
del pánico, acudió a la
Comisaría. Regresó acompañada por un sargento quien pudo
forzar la puerta. En la cama, semidesnuda, yacía Clemencia. Dos estocadas
habían terminado con su vida, un largo cuchillo le atravesaba la garganta, la
asesora emitiendo un grito de terror se desmayó…
El Juez ordenó levantar el
cadáver. El inspector Morales tomó el caso y como primera diligencia, la
asesora María Gutiérrez fue interrogada.
-El martes, a las 16.30, solicité
permiso para retirarme. Dejé la mesa puesta para la cena, para dos personas que
llegarían a visitarla.
- ¿Había alguien más en la casa? -
Preguntó Morales.
-
Sí, el jardinero Manuel Garrido, que acude una vez al mes.
- ¿Recibió visitas? - volvió a
preguntar Morales.
- Sólo me percaté de una llamada
telefónica, con voz airada ella dijo: -“No,
no te seguiré tu juego…” y colgó con evidencias de enojo.
-Algún detalle que sea de interés
y usted recuerde? – siguió interrogando Morales.
-Al cerrar la puerta de reja, vi estacionado
un auto color metálico. En su interior dos personas. No las identifiqué, sus
vidrios eran polarizados. Sin saber por qué, tomé nota de su patente BB-3252.
Nada más.
Morales hizo un recorrido por la
casa buscando el hilo conductor del caso. El desorden del dormitorio evidenciaba
que hubo resistencia por parte de la fallecida.
En el cenicero del velador había
dos colillas MK. PALL-MALL, americanos, uno de ellos con lápiz labial. Los
colocó en una bolsa plástica para el Laboratorio. En la mesita de noche el reloj
despertador caído, se detuvo a las 23.30. Además, el retrato de un hombre
mayor. Su padre, pensó Morales. Junto
a este, tres vasos wisckeros a medio consumir, uno con pintura de labios y el
otro con una huella dactilar.
En el comedor, tres cubiertos indicaban
el número de comensales. Dos colillas de cigarrillos, también uno con lápiz
labial. Le llamó la atención una mancha de fruta lanzada con fuerza contra una
pared. Recogió trozos para análisis.
Todo indicaba que durante la cena
hubo una fuerte discusión. Otro detalle fue la cerradura de la puerta
principal. ¿Por qué cerrada con doble vuelta y seguro? ¿Alguien trató de salir
y fue repelido con violencia? ¿Quiénes eran las personas al interior del auto? ¿La
patente BB-3252, a quién pertenecía?
Estas y otras preguntas debería
responder “El Ratón” al ser aprehendido. El Ratón, era el jardinero. Era un
hombre de 28 años, silencioso y retraído. Hacía su trabajo, recibía la paga y
se retiraba. Ahora, misteriosamente había desaparecido.
En el sepelio, Morales recogió una colilla MK PALL-MALL, con restos de lápiz
labial. La necropsia arrojó los siguientes datos: Post-Mortem: 36 horas, desangramiento
al recibir tres estocadas, zonas comprometidas: el corazón- ventrículo
izquierdo y aorta ascendente, compromiso en vena cava superior.
Con este informe Morales se
paseaba por su estrecha oficina.
–¡No puede ser! – musitaba en un
susurro. El ADN de las colillas de cigarrillo, expresa el informe, pertenecen a
la occisa. ¿Pero a quién pertenece la colilla recogida en el cementerio? ¡Esto
se complica!- Dijo, dando un puñetazo en el escritorio.
Golpean la puerta.- ¡Adelante! -Grita
enojado.- Inspector, aquí está el informe del análisis de la huella dactilar
encontrada en el vaso. - Abrió el sobre, cayó una fotografía. Sin dar crédito a
sus ojos tomó el abrigo y salió presuroso del edificio.
Llegó al Centro Penitencial y fue
directamente a hablar con el Alcaide. Luego de identificarse fue llevado a la
oficina de éste.
- Sí, es el recluso 3133. – Dijo
el Alcaide, luego de mostrarle la foto.
- ¡Hágalo venir, tengo que
interrogarlo! -manifestó Morales.
El reo 3133 era Juan Ignacio
Culebrón Maraño, 31 años, condenado a 15 años y un día por tráfico de drogas.
1.78 de estatura, 73 kgs. de peso. Tez morena, pelo negro. Profesión Ingeniero
Comercial.
Sentado al frente del inspector,
éste le mostró la foto de Clemencia O”Hara. El hombre se puso pálido y luego de
un instante en que se le advirtió
pensativo, sin apremios, confesó:
-Sí yo la maté. Ese día martes 11
salí condicional, meses atrás tuve una breve amistad con Clemencia, pero ella
me dejó, porque la droga siempre fue superior al amor. Ese día la llamé y le
pedí dinero. Lo necesitaba. Ella dijo que no seguiría mi juego y me colgó el
teléfono. Por la noche ella y dos amigas estaban cenando cuando las amenacé,
mediante un llamado, le dije que haría explotar el auto si no se iban pronto
sus amigas. Cuando estuvo sola, Clemencia cerró la puerta principal con doble
llave y seguro, introdujo palos de fósforos en la cerradura para evitar que yo
abriera con la llave que anteriormente me había entregado. Entonces fui a la
puerta de servicio y rompí la chapa, me dirigí al comedor y con furia lancé una
manzana a la pared. Llené un vaso de whisky, lo bebí y luego otro. Subí hacia su
dormitorio y de una patada abrí la puerta. Clemencia se estaba desvistiendo, estaba
a punto de acostarse. Lanzó un grito, corrió por el dormitorio, lanzándome
cuanto pudo. Traté de asustarla, le lancé un corte con el cuchillo que había
sacado de la cocina, al tratar de esquivarlo, éste se le incrustó en el pecho.
Al ver salir sangre a través de sus ligeras ropas, perdí la razón. Volví a
atacar y la tercera estocada le atravesó la garganta. Asustado, dejé el arma en
el lugar y escapé por la cocina. Me reintegré a la cárcel, pensando que no
sería objeto de sospecha.
El
inspector Morales, con el enigma resuelto, llegó a su oficina. Tomó los
informes, los compiló en una carpeta y en un gran sobre los despachó al Primer
Juzgado del Crimen.
Ya en su
casa, dio de comer a su gato, tomó una ducha y luego se sirvió un trago. A
continuación durmió 18 horas sin interrupciones.