lunes, 21 de noviembre de 2011

Nélida Vschebor-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2011

CONFESIÓN

            Sabes Mario, nuestros veinticinco años de casados pasaron sin pena ni gloria. No es una queja. Es cierto que tu presencia siempre se impuso en el hogar. Que la infidelidad no hizo presa de tu pensamiento. Que no pasamos necesidades. Pero ¿te acordás las discusiones cuando nuestros hijos cumplían años?  Jamás quisiste comprar un juguete. Para eso está el día del niño, decías. Elegías una nueva mochila para la escuela. O un delantal. A veces ropa. Quizá zapatos si hacía falta. Nunca un muñeco, un autito de colección, un peluche. En fin, los niños tenían respeto y un poquito de miedo. En el beso de las buenas noches ellos siempre se acercaban a besarte. Vos sólo ponías la mejilla.
           
Al fallecer mamá me escondí en los rincones a llorar mi pena. Acercándote vos dijiste “Nora, la vida nos da y nos quita. Piensa que tuvo una buena vida junto a los suyos”. Y de consuelo sentí tu mano sobre mi hombro. Cómo hubiese querido que me tomaras en tus brazos, que me acariciaras, para sentirme apoyada, contenida.
           
Mario, en veinticinco años no trajiste ni siquiera una mísera flor. Tus labios nunca dijeron “te quiero”. Hasta los momentos íntimos resultaron rutina.
           
Por eso hoy te traje este hermoso ramillete de rosas que
dejaré sobre tu tumba y haré de cuenta, que lo compartimos.

Elsa Teresita Vila-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2011

Pérdida


¿Puede ser posible
perderlo todo?

Puede ser posible.

El vacío, total, cadavérico
circunda el aire.

Los huesos demuestran
que
alguien estuvo ahí.

Despojado de las telas, de los sueños
de la vida de hoy,
se yergue el armario…

Ahogo, fiebre, lágrimas.
Mi luto.
Se acercó el abismo.
No todos supieron de su muerte.
Suena aún
su poderosa voz.
¿Puede ser posible?

Puede ser posible.

Oscar Alfonso Vera-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2011

Sumergido en la noche

Sumergido en la noche otoñal de mi vida
transitando hojarasca de inhollados caminos
palpitando emociones con el alma transida
recuerdo primaveras de enternecidos trinos.

Camino por mis noches con sus lunas ocultas,
buscando las estrellas que me brinden refugio
pero entre las nubes, todas juntas se ocultan,
mientras yo piso el fango de este sórdido otoño.

Traigo la primavera dormida en mi mochila,
en un cántaro fresco en aguas de neblinas,
y mieles de otros besos, y tiernos colibríes
miles de hojas doradas envueltas, en retoños.

El tiempo rechinando, con su paso Cancino
quiere posarse en mi alma, pero mis frescas alas
inmersas en las nubes  han de seguir si sino
buscando primaveras, hoy tengo el mundo todo,
tengo el mar y la tierra, tengo el sol y los campos,
las montañas, los ríos, y las hierbas,  y hasta un cielo,
cargado de recuerdos, y un camino a mi modo..

Beberé mis quimeras,
en húmedas cavernas,
y beberé  mi otoño.
que hay sangre
aún, en mis venas.

María Belén Vecchi-Olavarría, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2011

Cantarle a lo que duele, bailar, reír, todo este día es
vidrio y sol, tengo un mar y un planeta en un bolsillo, pájaros, cosas que no entiendo y miguitas.
la noche en un parque de diversiones, ví gente bailar cantar hablar, ví un pez escondido tras una mirada, estuve ahí cuando el lugar estalló en risas, estuve ahí cuando el amor subió a un escenario.
canciones de agua, gestos de agua, mi lugar en la noche, la infancia en la calle, cantarle a los días, a todo lo que está pasando ahora, la vida.

Loreto Silva-Chile/Noviembre de 2011

Signos

A la hora en que el sol recién se levanta el cuerpo de la arúspice se recorta contra el fondo del altar, extasiada ante el fuego un sino dramático hiere su rostro. Ausculta los sacrificios, revisando vísceras que una y otra vez repiten el mismo mensaje. Frente al templo el pueblo intranquilo espera noticias de la suerte de Pompeya, los días previos tembló con frecuencia, esa mañana se ha levantado viento que sopla desde el Vesubio cuando siempre lo hace en dirección contraria, estos hechos le hacen temer una tragedia mayor.
Cubierta con un manto la sacerdotisa camina por la ciudad aún a media luz, avanza al palacio del patricio Julio, analiza la circunstancia ya que desde su asunción los nobles se han alejado de los servicios religiosos y si bien no impiden a la plebe sus ritos, desoyen los augurios, menosprecian a los sacerdotes y restan a los dioses la importancia antes conferida. Se hace anunciar mientras camina ágil por los pasillos hasta divisar al noble: _Mi Señor, traigo graves noticias referidos a Pompeya. -El hombre se ve agostado, arrugas profundas surcan su rostro, sin embargo su voz es potente y dominante al hablar: _¿La ciudadana Claudia visita a su señor? -Ella descubre la tiara que la señala en su calidad de servidora del templo: _No, mi Señor, es la sacerdotisa, trae importantes mensajes, signos que han sido leídos hace poco en el templo de Zeus. Él no oculta su molestia ante la respuesta: _¿Y qué podría ser tan grave e importante para que, Claudia, se dignase a visitar a este patricio? -Ella agrega: _Los designios de las deidades han sido cada vez más malignos. Ni los sueños más tenebrosos podrían augurar tanto mal a la Magnífica.
_ ¿Ah sí? y ¿qué futuro presagian tus dioses? -Claudia ignora el sonsonete de esta frase, respondiendo: _ Pronto, muy pronto, seremos atacados por la furia del Vesubio, primero un terremoto, luego cenizas nos cubrirán, cuantos estén en la ciudad perecerán asfixiados bajo varios metros de materias horribles que la sepultarán por cientos de años -la mujer se descontrola y suplica: _¡mi Señor debes ordenar la huida, la única forma de salvar con vida será marcharse de aquí lo antes posible! -Julio, pensativo, se levanta de su sillón, camina lento en torno a la mujer que parece estar visualizando lo mencionado.
_¡Dramas! ¡Tragedias! ¿Eso me traes? ¿Crees que atenderé las caprichosas señales interpretadas por una arúspice? ¿Por qué los dioses me habrían de comunicar algo tan importante por tu intermedio? ¿Dónde están los otros sacerdotes que como tú comparten el don de “leer signos en tripas”? -dice esto último con desdén.
_No lo sé, sin embargo los mensajes nunca han sido tan claros, cumplo con informarte, eres tú quien debe salvar al pueblo. -Claudia le sostiene la mirada, Julio pregunta: _¿Qué saben ellos? -nervioso se pasea frotándose las manos, se detiene frente a ella: _Nada, he venido directo a avisarte. -Julio sigue moviéndose y responde: _Sería causa de burla ante Roma si huyésemos: ni siquiera el terremoto ocurrido dos decenios atrás pudo con nuestro temple. ¿Miedo a la furia del Vesubio?, declarado extinto por sabios -En un último intento de convencerlo lo interrumpe: _No discuto eso mi Señor, pero los signos indican con claridad... -y a su vez la interrumpe Julio. _Signos, signos, -hizo un gesto reconviniéndola: _ ts, ts, ts, no sigas por ahí mujer. Te ordeno salir de aquí y no decir palabra. ¡A nadie! ¿Entiendes? ¡A nadie! ¡Guardia!
Claudia lleva la vista extraviada al llegar a su hogar, busca a su esposo con quien cruza una mirada que no requirió mayores palabras, luego va a uno de los carros sube a sus hijos más pequeños y ordena a todos que la sigan. Al salir de Pompeya el sol se ha levantado. Los vecinos que están en la calle y la guardia, que aún la vigila, los miran hasta que cuesta abajo se pierden en el horizonte.
A mediodía un terremoto los conmociona, la vista de los habitantes se dirige al Vesubio, éste no exhala ni una bocanada; Julio, por un instante, recuerda los dichos de Claudia desechándolos sin más y se dedica a revisar las edificaciones para determinar los daños. Pierde la noción del tiempo hasta que algo le causa extrañeza; el ruido ensordecedor que acompañó al terremoto y el pánico de la gente ha dado paso al sonido sibilante del viento que aumenta su fuerza. ¿Dónde está la gente?, ¿los gritos del mercado?, ¿los movimientos de los carros sobre las calles empedradas?
_ Mi señor, tal como ordenaste, la acompañamos hasta las puertas de salida... -el soldado titubeó: _ ahí tomó su tiara y la lanzó bajo las ruedas del carruaje -Julio palideció incrédulo, agregó el soldado: _ Además Señor, debes saber que... la gente huye mi Señor, se enteró que ella se fue y comenzó a huir, quienes dudaban la han seguido después del terremoto, la ciudad casi está abandonada. -Julio enfurecido grita: _ ¡Cobardes! Un terremoto los asusta de tal forma que huyen como estampida. No importa, nosotros protegeremos a Pompeya. ¡Soldado! _¿Cuántos ciudadanos quedamos?
_ Los patricios y soldados, mi Señor, cerca de dos mil personas.
_ Más de ocho mil se han ido, ¡no importa!, ¡no importa!, cuando regresen les cobraremos en oro su entrada, ¡volver a la Magnífica será un privilegio para esos bastardos! Cierren las puertas, prepárense a protegerla, nadie ingresará o saldrá sin mi autorización.
Desde una colina muchos pompeyanos vieron a la distancia como el Vesubio en forma inesperada explotó, sobre él una nube gigantesca subió al cielo cubriendo el sol; recién ahora que decantó, en un radio de unos diez kilómetros, se entrevé que por sus laderas bajan ríos de lava encendida y materiales calcinados, que, como dijo Julio: “no están en dirección a Pompeya”; sin embargo el insólito vendaval llevó las cenizas y gases hacia ella. El pueblo vio con estupor como fue arrasada, nadie pudo salir de allí, pasaron las horas y aún en ese tercer día contado desde la tragedia, muchos de ellos siguen estáticos, observando. Claudia tiene la mirada perdida, su esposo la tranquiliza mientras ven en lontananza brasas incandescentes indicando el lugar donde existió la magnífica Pompeya.

Luis Tulio Siburu-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2011

CLAVELES VIOLETAS Y BLANCOS


Buscó aire desesperadamente.
Como aquella que por su insomnio ,
espera ansiosa la llegada del día.
Volvió a buscar aire,
no lo encontraba.
Solo encontró el alba
colado entre las cortinas,
como un abanico de luces
anunciando la mañana.
Con un estertor se levantó bruscamente.
Cayeron sobre su pálido rostro
y sus blancas canas,
las sondas que a la vida la amarraban.
Como un pulpo de brazos incoloros,
el color de la muerte la abrazaba.
Cayó hacia atrás y la almohada,
humedecida por sus últimas lágrimas,
la recibió ya sin aire,
la soportó ya sin vida,
la percibió ya sin alma.
……………………………………….
Algo me despertó.Apreté el botón del reloj,
haciendo que las agujas se iluminen.
Eran las cinco y veinte ,
el mismo instante de aquél día.
Treinta y siete años han pasado,
de aquellas horas de angustia,
de aquel minuto de agonía,
de aquel segundo de despedida.
Hoy compraré claveles violetas y blancos
y se los llevaré a mi madre.
Disfrutaremos los dos en compañía.


Ana Romano-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2011


Puja

Descarga
asomando
restos
en los velos

La puja
nos desencadena

Defiende
la leona
la cría.

Carmen Rojas Larrazabal-Venezolana, reside en Los Ángeles, California, EEUU/Noviembre de 2011

Ritual de luz  y de tu nombre

La lluvia-historia del río,
desbordado entre tus venas
lleva el pulso
de la Tierra
con su caudal
infinito…

Desciende con el sol
hasta el ocaso,
mas no dejes que fragüe tus verdades
en el fuego cruel que siempre aguarda
al acecho de tu voz y de tu sombra,
para llevarte más allá,
por los caminos sin memoria
de alguna noche sin nombre,
donde un segundo despojado de medir
abrazos intenta conquistar
lo eterno del amor que nos elude,
y desterrarlo una vez más
donde habitan
los azules peregrinos del silencio.

En su antiguo ritual
este sol de ayer va derritiendo
hasta el breve perfil que lo atestigua.
Sumergida en la noche
irá tu historia,
delirando de luz sobre tus ojos,
y sin temor a beber de tus anhelos,
jugarán al claroscuro
los colores.

No dejes que fragüe tus amores
y así, ligeramente los traduzca
al lenguaje efímero que enciende las miradas
sin que palpiten de luz los corazones.

Desciende con el río

al mar del alma,
donde aprenden a cantar los sentimientos,
donde saben a mil besos, sal y arena
y hay caricias confesadas, sin testigos,
por el viento.

Repite alguna mantra clandestina
a puro canto de vida en tus latidos,
hasta que al fin, libre se declare el corazón
cuando encuentre la voz
que había perdido
hilada y mil veces deshilada
entre los hilos destejidos de un adiós.

Ascención Reyes-Viña del mar, Chile/Noviembre de 2011

EL DESEMPLEADO


     Para Joaquín Palacios Lindemann, era denigrante haber llegado a vivir en ese vecindario. Modestos edificios viejos, que en verano conservaban el frío del invierno y en la estación lluviosa no bastaban todos los tiestos para detener las goteras que caían en los pasillos y en algunas piezas.  En este punto, agradecía la poca fortuna que aún le quedaba, en su habitación aún no se hacían presentes aquellas impertinentes gotas. En cambio a sus vecinos los hacían desperdigar sus enseres por toda la pieza; generalmente a la medianoche cuando en sus camas rebotaba el agua sin poder hacer nada por impedirlo. Al día siguiente cada gotera  había dejado un charco de cierta consideración.
     Hoy era un día importante para Joaquín, había llegado de la Argentina a este país vecino en busca de nuevos horizontes, hacía alrededor de seis meses. Como equipaje sólo había traído sus pocas ropas algo gastadas y aquel pensamiento que nunca lo abandonaba, tenía la convicción de que había llegado a este mundo con un sino perdedor. Y que a pesar de jurarse a sí mismo que lo sacaría de su pensamiento, por más que lo intentaba, era totalmente inútil, ahí estaba siempre como una espina dolorosa.
     Su aspecto, o más bien el que le devolvía el espejo, era bastante aceptable. Un metro ochenta, delgado y con un rostro bastante regular. En el borde de sus ojos ya se advertían unas indiscretas arruguitas y algunas hebras plateadas en su cabello negro de treinta años y algunos meses. Sólo tenía un defecto que provocaba su timidez. Un tic que se hacía manifiesto en cuanto abría la boca; de inmediato cerraba sus ojos, como si una luz lo encegueciera y su cuello se balanceaba hacia arriba y luego a los lados, en un movimiento ondulante por espacio de medio segundo y hasta ahí llegaba su encanto. Tal inconveniente ponía una barrera infranqueable en cualquier interlocutor, más aún tratándose de un empleador exigente. Al decir de sus hermanos era por mala costumbre, según él, un defecto no corregido a temprana edad. Sus padres, ya desaparecidos, lo sobreprotegieron más que al resto de sus hermanos mayores.
     Hoy iba a presentarse al llamado de una empresa importante. La misiva le había llegado por correo y para dar una buena impresión se había despertado muy temprano. Mas bien no había podido dormir de corrido en aquella noche, temiendo que apenas abriera la boca, sus ojos y cuello le jugarían otra mala pasada, incorporándolo nuevamente a ese callejón sin salida a que lo había condenado la diosa fortuna. Era como estar atrapado en un laberinto sin encontrar aquella ansiada puerta; y el tiempo, su tiempo, se aceleraba inexorable, la edad que mostraba su curriculum vitae  ya le jugaba en contra.
     Mientras, se afeitaba prolijamente en el viejo espejo que había conseguido con su casera, sus negativas premoniciones respecto a la entrevista, las masticaba sin poder evitarlo. El marco del viejo espejo se veía desconchado y la luna quebrada en tres partes, de modo que en ese momento eran tres rostros los que proyectaba el espejo, e incluso mirando con más detenimiento, cada imagen era diferente una de otra, al tener diferentes ángulos de visión. De pronto se le ocurrió que si toda su vida había sido un perfecto cúmulo de situaciones negativas - a las que seguirían sumándose otras futuras-  entonces bien podría enviar a la entrevista a otro sujeto que tuviera su porte, su rostro y no su defecto. Tan convencido quedó de esta alternativa que terminó su prolija afeitada, se vistió cuidando todos los detalles, una discreta corbata haciendo juego con la camisa y el terno, zapatos bien lustrados y la raya del pantalón como recién imprentada; el mérito se lo debía al colchón bajo el cual colocaba todo aquello que debía plancharse. Enseguida se concentró mirando los tres rostros proyectados en el espejo y dio la orden a aquel trozo en el cual le pareció que su imagen se proyectaba mejor.
     Mucho rato estuvo observándose y ya empezaba a pensar que estaba loco al pretender tal cosa. Mas, de pronto vio que la imagen elegida cobraba vida propia, repasaba su peinado por última vez y luego se alejaba hacia la puerta de calle y desaparecía por ella cerrándola tras de sí.
     Tres horas después se pudo ver por el espejo la llegada del hombre, con la cara sonriente. En su mano traía el diario del día y un cartapacio que contenía parte de sus nuevas obligaciones.

Rolando Revagliatti-Buenos Aires, ArgentinaNoviembre de 2011

Debut inocuo


          “Yo tan sólo quince años tenía.” Debut inocuo. Un privilegio desusado. Ella, treinta: Rosa, se llamaba. La panza alta, llamativa. Aparte de eso, flaquita. Montón puntual. Soy el elegido. Me pregunta por Álvarez Thomas, la avenida. Ni siquiera sabía yo a cuántas cuadras. Le miro la pechuga. Indico para allá, me atosiga, que si tengo tiempo la acompañe. A cincuenta metros le soy muy simpático. Es baja y viste mameluco. Me digo sonreí, pero no me sale; me digo para qué. Articulo las dos sílabas de mi apodo, le da risa, a ella la nombran por el diminutivo. Julio no habrá entendido, ni le dije chau, ella tiene unas orejitas... Me raptó como a un recién nacido y es cierto: soy virgen; huele bien, fresca, eso es importante; virgen hasta la re-médula soy; Rosa, Rosita, conmigo en el zaguán pasando Álvarez Thomas. Ni a bailar fui nunca, yo estudio, con sus manos en el cierre de mi vaquero, este año termino cuarto, me besa los párpados, me inclina, me inclino. Julio no habrá entendido cuando lo dejé, ella se agacha y ahora me besa el bulto, analista de sistemas voy a ser. Qué sortilegio, dura la panza, no anocheció del todo, qué lengua la loca; ¿pero en el caserón no vive nadie más?, me entero, observo; me voy a encamar con esta embarazada; le digo, no le digo, le digo de mi condición: exclama mejor y iupi. No está triste, esta mujer no está triste para nada, no sufre, no me mortifica; vive aquí, aquí nació, su hermano falleció en esta cama que cruje. Me desnuda, la toqueteo mientras lo hace. Decime Rosita, no, qué marido, ningún marido; hablo sin mentar, hablo para adelante; pibe lindo, preñada por un forajido, soy la más alcanzable trotamundos. Tengo fecha para sesenta días, estoy inspirada, me lo elegí sutil, un arbolito fino y colorado, por el barrio. Ya sé, tía Fernanda, te mudaste por mí, vivís como la mona, con esa pelambrera fantástica no me recuerda a ninguno y me olvida de todos; dentro de sesenta días le voy a decir, tía Fernanda, perdoname, la prima de mi padre. Me saco todo, le enseño, le muestro: a lo perro, domingo lerdo, me lo apoya, el slip se lo mandé al carajo. Ser contemplada, creer, mi tía y yo. Lunguito mío, estrecho tórax ceruminoso; ganas de cantar, de gritar, de aplaudir, de explotar; insisto con los chupones, que dure caliente, con regularidad, así, ¿ves?, se hace, yo quiero un novio, una me lo expropió; se distrae con el ombligo, despacio y rápido, lo que vos pesques,  el mordisqueo en la nuca, vulgar pero no insípida; los expertos  me han hecho mal, la clepsidra me emborracha, me muevo poco, me muevo poco. Disculpame, se sale. Julio va a pensar que exagero, él se quedó de araca, resbala, inocuo es esto; ni siento, no llego, me pone nervioso este festín; nunca concerté una cita, me desorienta, me habla, seguí, seguí, sigo pero así no va, dale, con fuerza, embestime, estoy empantanado; sostenete con una mano, dame la otra, ponela acá, preferiría, ya sé, ya sé, ahí va mejor, aguantá, aguantá, esta cama, eyacular, un dos tres para siempre otra vez, así, queridito, muy bien; sólo bien (siendo generosos), pero te lo agradezco. Rosa: te agradezco este debut, aquel debut. ¡Ah!, y tacho “inocuo”.

RAQUEL PIÑEIRO MONGIELLO-Funes, Provincia de Santa Fe, Argentina/Noviembre de 2011

COSAS ESCRITAS

Uno ve cosas escritas
siempre en la misma página
y se da cuenta
de la pobreza de las palabras,
queriendo sostener
vapores que vienen,
como un martirio de bruma,
a tapar lo inaguantable
y uno piensa que nada pasa
ni se muere tanto,
si alguna vez, algo se hace mejor.
Uno ve y no puede dejar de borrar,
lo que ahora pasa,
ni reprimir confesiones,
porque todo está ahí
ensuciando los detalles de cicatrices
todavía dispuestas a resistir,
una filmación menos enlutada.   

Nilda Antonia Pigazzini-Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2011

CUANDO PARTA
                                                                                                                  
Él

Cuando parta
no cubriré  tu cama  con
las rosas , esas que acariciabas.
Desorientada...escucharás
                                             murmullos será solo                                                                 el rumor de tus palabras.
Al fin comprenderás  amor
cuanto te amé ...porque
el silencio te verá angustiada

Nadie dirá nada, ni el
eco  de mis sueños
ni tu  infantil deseo ,
ni tus lágrimas
comprenderán
la nada.

Ella

Cuando parta ,
Diré adiós a mis amigos
evocaré lugares ,recuerdos
queridos será otra forma de
vivir sin lágrimas.
No abriré la ventana, ni admiraré
las rosas , esas que plantaste
aquel día, las rosadas…
Por la mañana…
Le diré a los pájaros que no
me esperen ,
Despediré mis restos.

Al fin comprenderás  amor...
Cuánto te amé.

Rosalba Pelle Mancuso-La Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Noviembre de 2011


VOLVERLO A VER
(Gabriela Mistral)

I
Con las fibras pequeñas del alma,
con los hilos que bordan
las luces del corazón,
así llegaste a mi vida
para devolverme la calma
de los lagos azules.

II
En los espacios de soledad,
aquellos en los cuales pude descansar
sobre mis propios restos
o intentar algún recurso para justificar la vida,
pensaba haber muerto.

Ahora, en las tardes lluviosas,
cuando muchas veces confundo las lágrimas del cielo
con mis propias lágrimas, lo pienso...
Yo, que no entendía del amor o de tantas risas,
que sólo era capaz de comprender la soledad o la tristeza
tiemblo, llanura extasiada,
primavera azul, ocre pampa arrasada.

Durante horas tan vacías,
en el correr de cuántas  alboradas
clamaba su presencia sin saber que aún rugía,
sin ver su rostro ni su estampa,
imaginando su voz en cualquier parte,
en el silencio demencial de los días solitarios.

Por eso hoy lo recuerdo como el primer día.
Ahora comprendo que en las noches,
aunque esté muy triste el cielo,
su luz existe, su luz vive.
Cuántas veces es la luz una mirada,
una sonrisa o el reflejo de cada una de  sus palabras...

Una de estas mañanas,
cuando el alba despierte suavemente
y el resplandor vagabundee por las paredes de mi cuarto,
lo pensaré corriendo por entre los árboles
jugando libremente con un dios.
Tal vez el crepúsculo
habrá justificado el cansancio de la tarde.

Y cuando anochezca,
mientras niños y bohemios vivan la muerte del día,
cuando todas las estrellas se asomen al escenario-cielo,
estaré esperándolo en el umbral de la noche,
estaré buscándolo entre el angustiante perfume de los nardos,
para que juntos vivamos al lucero
acorralado por el sol .

Álvaro Iván Ortegón González-Cali, Colombia/Noviembre de 2011

Tedio

Vivo en la desgracia,
soy una desdicha,
derruido en la desidia
¡Qué astucia la mía!

Riego tristonas lágrimas
atosigado hasta la crisma,
salto ríos de nostalgia
¡Oh fuego de mi angustia!

Consumido en el silencio
con voluntad de piedra,
de mi corazón escapa
el positivo símbolo de la existencia.

Al palpar mi moribunda alma
con trémula e invisible mano,
todo bosquejo sensible
muere ante el abismo negro.

La indolencia tórnase vida
después del agujero,
mi ser enloquece burlesco
y anida una intensa agonía.

¡Hágase el hombre
cuando lo increpa la nada!
¡Que deambule en la miseria
y beba la cicuta!