Volvé al
presente
Alexis y su amigo estaban desayunando en un bar de Flores,
un bar en esquina, muy de barrio, chico, con esas mesas cuadradas de madera y
sillas metálicas, muy cómodas hasta los dos minutos de uso.
Alexis pidió un café con leche y una medialuna, no
tres como era habitual en él, porque dijo una vez más que estaba haciendo
dieta. Mario, su amigo, pidió una chocolatada y un alfajor de chocolate.
Era un domingo de verano, poca gente, pero aún así se oía mucho el ruido de
la calle por la cantidad de autos que pasaban por la avenida Directorio, que no
los dejaban conversar tranquilos.
– No cambiaría nada de mi pasado,
creo que somos lo que vivimos, pero a veces tengo la tentación de pensar
en cuánto podría modificarlo si pudiera
¿nunca lo pensaste? -- le preguntó Alexis observando pensativo el
alfajor de chocolate.
– La verdad que no – le respondió Mario sin entender
el motivo de la pregunta.
– Hace algunos años murió mi bisabuela, yo era chico, tenía catorce años,
pero supe que algo muy importante se había ido de mi vida.
– ¿Tenías bisabuela? – le preguntó Mario
– Sí, tenía bisabuela, y era la mejor. Era el núcleo de la familia. A veces
no quería juntarme con mi familia, pero si sabía que iba a estar Tata, yo iba,
no me importaba nada. Ella me llamaba a los gritos desde planta baja cuando un
amigo llegaba a mi casa o me llamaba por teléfono, y se enojaba cuando le
hablaba mal a mi mamá.
– ¿Por qué le hablabas mal a tu mamá?
– No la aguantaba más, pero si me interrumpís no te puedo contar sobre
Tata.
– Bueno, dale, seguí.
--Ella me retaba mucho, pero yo sabía que me quería como a nadie. Me daba
consejos, me contaba historias de la familia, me hacía la comida con sandía de
postre. Todas las mañanas me dejaba un alfajor Jorgito de chocolate arriba de
la mesa para que lo comiera antes de ir al colegio, un alfajor exactamente
igual al que estás comiendo vos ahora. Antes el Jorgito salía treinta centavos,
ahora está a quince pesos creo.
– ¿Treinta centavos? Cómo aumenta todo ¿viste? Si estoy haciendo bien la cuenta aumentó
cincuenta veces su valor en catorce años – calculó Mario.
– Es verdad, aumentó mucho, pero por más caro que cueste ahora lo puedo comprar, lo puedo
tener, en cambio el Jorgito que me
regalaba Tata no, y yo quiero ése, el que me dejaba todas las mañanas.
En ese momento sonó su teléfono, era su mamá. Se
levantó de la mesa, salió del bar y caminó unos metros sobre la calle Bonorino
porque en la avenida era imposible hablar por el ruido de los autos.
– ¿Qué pasa? – preguntó muy frío.
– Hola, ¿no?
– Ah sí, hola, ¿qué pasa? – repitió impaciente.
– Alex, necesito pedirte un favor.
– Si me vas a decir que vaya a tu casa, no insistas, ya te dije que esos días los
hicieron para el consumo, no para las madres. No debería llamarse “El día de la
madre” sino “El día de la compra”.
– No nenito, no te voy a pedir eso, te quería decir
que cuando termines de usar el pendrive que te presté me lo traigas y de paso
te quedás a comer. Hace mucho no te veo.
– Si, ya lo terminé de usar, cuando pueda te lo
llevo y me quedo un rato. Cortó y volvió
rápido a la mesa. Mario lo vio enojado y le preguntó si estaba bien. Alexis
respondió que sí,
solo que estaba muy pesada su mamá,
que lo llamaba por cualquier cosa como excusa para
hablarle.
– Tratala bien – le aconsejó su amigo mientras comía el último bocado del
alfajor.
– ¿Qué estás haciendo Mario?
– ¿Qué?
– ¿Ya te comiste el alfajor? No te podés comer un Jorgito a esa velocidad,
lo tenés que mirar, abrirlo despacio, sentirlo y de a poco lo vas comiendo. Hay
que disfrutarlo.
– Dejate de joder.
– En serio te digo.
– ¿Me dejas tranquilo? Gracias.
– Bueno, te dejo tranquilo, pero te digo esto porque es lo que hago desde hace
muchos años. Tata me sugería que lo fuera comiendo lento, así lo disfrutaba
más, y que luego del último bocado no tomara nada así sentía el gusto del
alfajor unos minutos más en la boca. Lo que te quiero decir es que me gustaría
retroceder catorce años para poder decirle todo esto a mi bisabuela, una vez,
una sola. Le diría que recuerdo todo lo que me enseñó, que le voy a comprar lo
que necesite en el mercado de la avenida Varela, las veces que sean necesarias,
que se quede acostada mirando tranquila la novela que esta noche los platos los
lavo yo, y mientras la abrazo fuerte le diría que todavía la amo mucho.
– ¿Vos dirías
todo eso? – le preguntó Mario riéndose.
– Sí, y no entiendo por qué te reís.
– Porque sos la persona más fría y cerrada que conozco, no sos capaz de
decir ni la mitad de las cosas que dijiste. Además vos no lavás los platos ni
en tu casa, ¿se los vas a lavar a ella?
– Si, ¿sabés que sí? A Tata sí.
– ¿Y cómo arrancaría esa supuesta conversación? – preguntó
su amigo un poco más serio, ya que entendió que era un problema real para
Alexis.
– Una vez pensé que para decir algo importante y que quisiera expresar desde hace mucho tiempo, empezaría diciendo:
-- Hola, ¿tenés un minuto? Tengo algo importante para decirte.
– ¿Y por qué empezarías con esa frase tan insulsa?
– Nunca le expresé todo lo que siento por ella y si lo hago quiero hacerlo
bien. Quiero que me entienda y sepa que lo que le digo es verdad, y que si no
lo hice antes fue por vergüenza, pudor o
simplemente porque no sabía que era tan necesario para mí contárselo. Y el
hecho de usar esa frase tan insulsa como vos decís, es porque me da tiempo para
calmarme y pensar cómo decirle todo el amor que siento por ella. Igual no tiene
sentido pensar esto, Tata ya no está y me quedé con todas las palabras en la
mente para siempre. ¡La culpa la tenés vos por pedirte el alfajor que me
compraba Tata!
– A mí hablame bien que no soy tu mamá.
– ¿Cómo?
– Que no soy tu mamá, no me hables mal ni me grites.
– ¿Yo le grito y le sigo hablando mal a mi mama? --le pregunto muy serio
Alexis.
– ¿Me estas jodiendo? No solo que le seguís hablando
mal y le gritás, sino que sos la única persona que le habla así a una madre que
se preocupa tanto por su hijo.
Alexis se quedó serio durante
varios minutos, solo se oía el ruido de los autos en la calle, el sonido de las
tazas y los platitos, el vapor que calentaba la leche en la barra y el murmullo
de las conversaciones. Mario empezó a contarle cómo era su vida en Pinamar, se
había mudado hacía poco y ahora podía disfrutar del verano en la playa.
–Me pone contento que tu vida haya mejorado. ¿Y cómo
van las cosas con tu mujer? – le preguntó Alexis distraídamente, moviendo la
cucharita del café.
– Muy bien van las cosas por suerte.
– Mario, me tengo que ir – dijo Alexis de pronto mientras
buscaba la plata para pagar.
– ¿Qué pasó, te enojaste boludo? – le preguntó Mario.
– No, no me enojé. Es que me di cuenta de que no
tengo que retroceder catorce años para decir todo lo que siento, lo puedo hacer
ahora, lo puedo hacer hoy.
– ¿Cómo que lo podés hacer hoy?, no podés, y menos
sin la máquina del tiempo – le dijo Mario con un tono burlón.
– No hace falta la máquina, solo sé que no quiero
pasar más por esta situación, que todavía estoy a tiempo.
Pagó y se fue corriendo las siete cuadras hasta la
estación Carabobo de la línea A.
Los domingos es menor la frecuencia del subte y tuvo que esperar veinte
minutos. Eso lo hizo poner más ansioso.
Mientras viajaba iba pensando cuánto tardaría en recorrer las doce estaciones
que le faltaban para llegar.
En quince minutos llegó a la estación Piedras, subió la escalera mecánica
corriendo, cruzó la avenida de Mayo sin mirar a los costados y logró entrar al
edificio por la amabilidad de una vecina que lo conocía y le abrió la puerta.
Subió ansiosamente la escalera que lo llevaba al departamento y golpeó la
puerta.
– ¿Quién es? – preguntó su mamá desde adentro.
– Soy Alexis– respondió casi sin aliento.
– ¡Alex! Esperá que te abro hijo – dijo ella sorprendida
y emocionada mientras giraba la llave en la cerradura.
Cuando abrió la puerta la mama lo vió muy desaliñado,
con la camisa transpirada, despeinado y con el pendrive en la mano.
– Gracias por traérmelo, pero no era tan urgente.
– ¡Hola mama!, ¿tenés un
minuto? Tengo algo importante para
decirte.