lunes, 19 de febrero de 2018

Keith Poppins-Argentina/Febrero de 2018



FRAGIL

Me desperté, no como quién se despierta a la mañana, elucidando el nuevo día. Me amanecí desconforme y mareado. Estaba sentado en una escalera, era una pieza cuadrada, a mi lado me rodeaban los vidrios calados por flores, aunque soy amante de las flores, no pude divisar precisamente de que variedad eran, pero estaban, estaban tan presentes como la escalera redonda en la cual persistía sentado. Se escuchaban murmullos, muy allá, a lo alto de los escalones, eran susurros de gente humana, como si estuvieran dialogando activamente sobre un tema que interesara a todos, escuchaba opiniones, intuí que debían de ser más de uno. Seguía mirando hacia mis costados, sin poder moverme demasiado, mi cuerpo estaba quebrado, débil y frágil, no sentía mis pies pero si mis ojos, que observaban ya con mucha claridad el terreno. Las paredes eran tan grises como el cielo en la cumbre máxima del invierno. La escalera era de madera, de un color marrón gastado, como un dibujo animado de esos que veía cuando era chico. Sin mover mi cabeza, mis ojos se enfocaron en mis brazos que estaban cruzados sobre mi pecho, como si me hubiera dormido especulando y pensando en no sé qué. Buscaba explicaciones pero no las encontraba. Empecé a desesperarme cuando de pronto un aullido proveniente del final de la escalera me sobresaltó. Sentí mi cuerpo, no era un gato, era un mugido muy diferente al de los gatos, pero si era de un felino. Los susurros se callaron y dieron paso a los gritos desesperantes de este ente que emitía el gruñido. Mi mirar era fijamente hacia arriba, sin emitir sonido y movimiento. Seguí esperando. Lo escuche cuatro veces más y se calmó. Los murmullos sonaron nuevamente. Poco a poco empecé a sentir mi cuerpo, primero en forma de cosquillas, luego en un carácter de nerviosismo. Logré pararme, me apoyé suavemente en la escalera y empecé a subir, muy suave y lentamente, aplacando el mayor de los silencios. Las plantas de mis pies pesaban como grandes bolsas de concreto, pero seguía escalando. La escalera empezó a tornarse curvilínea, seguí avanzando, los murmullos seguían debatiendo y ese ruido me daba confianza para continuar, tenía miedo... ¡Sí que lo tenía! Pero... ¿Que era toda esta situación? ¿A dónde estaba? Empecé a ver bultos al final, necesitaba una explicación. Un escalón antes de llegar hacia la luz, el aullido resonó de nuevo, hiriente y determinante. Mis pies se aflojaron y caí, me desmoroné por la escalera, rodando y golpeando todo mi cuerpo con cada escalón, llegando de nuevo al lugar donde había despertado. La sensación fue igual a la fragilidad que sentí al despertar la primera vez, el cuerpo dolido, la cabeza mareada y la insatisfacción de no saber quiénes eran ellos, ni quien era yo.

Diego Felber-Argentina/Febrero de 2018



YA NO VOLVERÁS

Su mirada se perdió en el ocaso, el sol arrasó con su ser, dejando en mí esos recuerdos, antaños como el mejor vino.
¿Como hago para olvidarte si el mar pronuncia tu nombre una y otra vez? ¿Si aún respiro el aire con el aroma de tu piel?
Tus huellas se pierden en la infinidad del olvido...
¡Es difícil desprenderse de tí, amor! Pero, ya no queda nada: Me siento vació, mi alma está triste y despoblada.
La noche se asoma y la fría soledad me sorprende (Me acorrala). A lo lejos observo la luna tan brillante que dibuja el horizonte con su claridad.
Mis lágrimas al caerse se mezclan con el rocío del césped (Es duro aceptar que ya no estás), que mi único consuelo será el de recordar lo que un día fuimos, pero sin olvidar aquella certeza de que tú ya no volverás.

Martín Farel-Argentina/Febrero de 2018



OTRO DÍA

Me dirigía como siempre a la estación, y en el camino me cruzaba con lo de siempre, perros ladrando, las canciones de Nirvana, viejas caminando al son de la batería de Cris Coma...
Compraba un paquete de cigarrillos mentolados en el lugar de siempre y ahí me di cuenta de que estaba viviendo otro día.