martes, 24 de noviembre de 2020

Stella Mayol/Noviembre de 2020


 

                                                        EL   JUICIO 

 

 Los veo desde un lugar oculto en el recinto.

Recorro con la vista a todos los presentes, observo sus actitudes, gestos, expresiones de los rostros, movimientos. Trato en lo posible de no perderme ninguna reacción a cada pregunta que deben contestar los testigos, la víctima y el imputado.

Este juicio oral puede durar muchas horas, por eso sentado en el suelo, estratégicamente ubicado , con mi grabador y el celular apagado , listo para sacar fotos, estoy en estado de máxima tensión. Me interesa personalmente, me duele esa mujer.

 

Pasan las horas interminables, densas como el aire y la angustia que se respira en esta sala. Todos los presentes están  exhaustos. No dejo de secar el sudor que corre por mi cara y  manos, aunque es otoño, exactamente diecinueve de abril.

 

Esperamos el veredicto.

Dudo de que triunfe la justicia. Observo al victimario y sus abogados, no parecen  consternados. Tampoco los jueces denotan  nada.

 

La víctima es la única que está destruída. Esa mujer me atrae, tiene un perfil delicado, elegante, se expresa con corrección y hasta diría que es bonita, pese a su gesto adusto y el rictus amargo de su boca. Sus ojos son grandes, negros, de mirada profunda, teñidos por la tristeza que le aflora desde el alma.

Me conmueve. Es una mezcla de admiración por la fortaleza y piedad debido a lo que le ocurrió. Ella implora justicia. Su cuerpo quiere gritar, lo siento. Me atrae tanto, nunca me había pasado algo así como periodista.

 

El acusado se pone de pie. Todos se ponen de pie. Entra el tribunal , contengo la risa y la bronca al ver tanta hipocresía.

 

Al victimario le adivino una sonrisa sarcástica, mientras se roe las uñas con la voracidad de una rata.

“¿ Còmo? ¿ Qué estoy escuchando? ¡ No! ¡ No puede ser!”

 

Una condena irrisoria, dos años en suspenso…ante tanta aberración cometida por ese sicópata.

¡Por Dios! La sala es ahora un bullicio infernal,  agravios contra los jueces, contra la bestia, cámaras de televisión, un desborde total.

 

La veo a ella, ajena a todo, unas lágrimas iluminan sus ojos.  Está caminando por el pasillo central, con altivez, se dirige al estrado, pero ¿qué hace esta mujer? No entiendo, parece un arma ¿será?. En un segundo dispara un tiro certero al pecho del violador. Nadie atina a reaccionar mientras el hombre cae al piso fulminado.

 

  Casi simultáneamente , la mujer se dispara un tiro en la sien, ante el estupor de los que estamos en el lugar.

Es una escena infernal. Sangre, en las caras de los jueces, el recinto es el mismo infierno. La mujer al lado del victimario, todo es rojo, nuestras ropas, rostros.Todo es espanto, gritos, corridas , como si  un río de sangre nos tiñera , porque  somos culpables de tanta injusticia.

 

Me voy temblando, descompuesto.

Tengo las fotos y la grabación.  Es mi trabajo.Pienso que ella se vengó a costa de su propia vida mutilada.

 

Pasaron algunos años, sin embargo, ese momento sigue  vívido en mí.

 

Tuve la oportunidad de salvarla de tanta cobardía y no lo hice. Pensé en la noticia, primera página de todos los diarios, fotos inéditas, de un don Nadie que se transformó en Alguien, pero a un costo muy alto.

 

No transcurre un día sin que la recuerde. Yo, igual que la bestia, me roo las uñas con la voracidad de una rata.

 

 

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