jueves, 17 de febrero de 2022

Alejandro Insaurralde-Argentina/Febrero de 2022


 

 De la educación musical arcaica a la “nueva música”


Objetivos vedados.

 

Sonaron las alarmas. Y sí, era hora de advertirnos que los ígneos laboratorios cerebrales de los chicos ya estaban recalcitrantes de soportar la vetusta didáctica en la que aprendían, nada menos, que la más bella de las artes. Una didáctica que ya no creaba telas de arañas, las calcinaba. Y calcinaba la paciencia de cualquiera, sobre todo la de ellos, los alumnos. Enseñar música en las escuelas se había convertido en una práctica arcaica frente al advenimiento de nuevas necesidades de aprendizaje, práctica que no “armonizaba” con los tiempos que corren, un sistema “desafinado” y “fuera de tiempo”, como un concierto pésimamente tocado, o sea, inaudible.

Esas promisorias cabecitas ávidas de nuevos contenidos, de renovados diseños, de una educación más compleja y a la vez divertida, estaban al borde de un colapso que amenazaba con esterilizar el potencial creativo que todo niño tiene. ¡Qué mejor que las artes para desarrollar la creatividad y sembrar un estímulo para la expresión!

Tales objetivos estaban vedados. Yo recuerdo que, en mi niñez, las clases de música eran patéticas. Lo que debía ser una actividad de expresión artística, se convertía, en el mejor de los casos, en un recreo más para evitar el hastío; los alumnos (y en esto me incluyo) nos ganábamos la luctuosa reputación de bestias indómitas que alienaban al pobre docente carente de recursos (o de ganas) para desarrollar una buena clase; los más desenfrenados provocaban desmanes al mejor estilo tarantinesco de Pulp fiction; y sólo un pequeño grupo de alumnos aplicados cantaba, en medio del caos reinante, en un rincón olvidado por Dios, allí solitos, como sobrevivientes de un naufragio.

 

 

Tiempos extraños.

 

Sin embargo, no era sólo la educación la que fallaba, sino el sistema mismo, un sistema pergeñado por cúpulas tan autoritarias como ineficaces que preferían lo arcaico antes que lo nuevo, lo anticuado antes que lo innovador, la censura antes que la libre expresión. Si contextualizamos históricamente ese problema, vemos que el país entero sufría un vaciamiento cultural provocado por la dictadura militar en donde toda la educación se vio damnificada, y la artística no estaba ajena. Se orientaba hacia el mismo ideal chauvinista de los déspotas de ocasión que se proclaman en pos de un bienestar común sin saber por dónde empezar. Los cánones anacrónicos que impartían sólo respondían a un status quo anclado en la decadencia, donde abundaban las peroratas ridículas que, por grandilocuentes y patrioteras, disfrazaban la inoperancia. Todo esto terminó enfermando a la misma comunidad educativa (padres, maestros, alumnos) que se dirigían, ya sin identidad, hacia esa gran maquinaria que los devoraba en la desesperanza y el miedo.

 

 

Nuevos vientos.

 

En la actualidad encontramos también buenas dosis de tornasoles pedagógicos, pero no se puede generalizar por culpa de contadas excepciones. Sería un error involucrar a toda una generación que intenta desmantelar los prejuicios montados contra los docentes de música, y que se perfecciona día a día en un terreno como el artístico, donde queda mucho campo por explorar.

Como docente del área, puedo advertir vientos de cambio que oxigenan a una asignatura escolar que venía en bancarrota. Los aportes de prestigiosos pedagogos extendieron los horizontes de la enseñanza musical en las escuelas, como los de Brian Denis, con su texto Proyecto sonoro donde se lo inicia al niño a un lenguaje no convencional para interpretar los sonidos, como las grafías analógicas ; de George Self, con su obra El nuevo sonido en el aula destinado a la exploración sonora en el entorno; de Ferrero–Furnó con su obra Musijugando donde se brindan cancioneros aptos para vivenciar con actividad lúdica las cualidades sonoras, el ritmo, la melodía, la forma, la textura y la expresión; de Carmelo Saitta con su Creación e iniciación musical donde se le incentiva la creatividad al niño ya desde el nivel inicial. Estos trabajos ya tienen sus años, pero parecen haber sido ideados por verdaderos visionarios ya que en la actualidad se los aprovecha mejor, y no desatienden al niño moderno con sus necesidades siempre cambiantes, sino más bien, se ajusta a ellos.

La arcaica educación musical – la de mis padres y abuelos que se limitaba al canturreo de himnos y marchas, y alguna que otra actividad teórica – debió ceder espacio a una evolutiva enseñanza que, sumado a los expertos en la materia, fue enriquecida desde ámbitos que trascienden lo musical, como la Psicopedagogía y las Artes visuales.

A partir de aquí podemos decir que, no siempre, todo tiempo pasado fue mejor. Bastante le debemos a muchos de nuestros precursores, aunque también, debemos reconocer que hoy la educación musical en las escuelas está en un proceso de desarrollo digno de elogiarse.

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