domingo, 18 de julio de 2010

Alba Bascou-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2010



 BUÑUEL Y SAURA: PRESENTES.

            Comienzo del Verano en el MERCOSUR. Sentada en un banco de los varios que existen en ese hall,  espero la iniciación de la reunión. Es un día caribeño, donde la lluvia a sopapazos te moja para después secarte con ese sol que te calcina en diez minutos. La puerta del salón está cerrada. Para convencerme,  subí la vieja escalera caracol por la que tantos hombres y mujeres ascendieron, y me encontré con nadie y un cerrojo. El ascensor subía a otros pisos,  ignorante de la necesidad de este gran grupo de  gente.
            Bajé y seguí aguardando. De pronto, comenzó el desfile. Por la puerta de la entrada  principal asomaron cabezas con sombreros a lo Victoria Ocampo, cabellos colorados y ensortijados a lo Lynch y ojos desmesurados, contorneados, hebillas con rulitos a lo Delmira Agustini, figuras adustas y varoniles a pesar de los años a lo Bioy, otros con cara de no me acuerdo, cincuentones, y cuarentonas,  nietos o hijas o padres como acompañantes, cara repetida de fotógrafo que siempre circula por las ferias del libro y otros eventos y miles, miles de años sobre ese primer piso poblado de anécdotas y recuerdos.
            La ceremonia comenzó. El homenaje precario a los que trabajan con la escritura  continuó el rito. La entrega de diplomas con el ego de parte de los participantes onanistas -que sentían ser grandes autores de poemas y narraciones- fue creando un ambiente irrespirable. 
            El ego cabalgaba por la sala, mientras unos cuantos participantes cerraban los ojos en señal de no sé que excursión al Partenón, mezclada como una ensalada a piaccere con verborrágicos discursos sobre el 2004 y el año que vendrá, mientras otros, entrecerraban sus párpados pensando en un dónde estoy.
            Era la entrega de diplomas a los artesanos de la palabra que en algunos casos se trata de verdadera artesanía y en otros de simples garrapateos que necesitan gritarle al mundo mirá cómo escribo. Mirá vos, cómo la globalización  extendió su poder de  tal manera que a los escribientes se los estimula con un diploma, o una medalla y unos cuantos se creen el reconocimiento. Ingenuos o endiosados  se paran en sus piernas, y abren los libros con olor a imprenta, y a lo Berta Singermann elevan sus voces y recitan no una oración o un verso sino la poesía o el cuento íntegro. Y siguen los aplausos que cada vez son menos sonoros porque el desfile continúa, salvo en los casos de aquéllos críticos de tal parafernalia, que reciben el papel impreso y se retiran como avergonzados. Yo entre ellos.
            Opto por irme. La pedantería me entristece y la falta de crítica me enoja. De repente, y bajando las escaleras porque el ascensor no se detiene,  me escucho cantando Cambalache.
Atestiguo que no estoy en un taller literario donde en un grupo reducido, leemos, nos corregimos, creamos...Me restrego los ojos mientras mi compañero lleva la bolsa con las antologías, y ahí, vuelvo a cruzarme con viejos escribas, recuerdos de distintas  épocas que si resucitaran, estaría abrazándolos...Pero, no, son ficciones de tiempos idos, ángeles o demonios, que buscan clonarse con los gloriosos y caminan los escalones y hacen crujir la madera del piso con un gesto altanero, arrogante, imperioso. El  paisaje surrealista me conmueve.
            Después, salen a la calle y se pierden en la gente sin que haya quien se detenga para reconocerlos, pero ellos se sienten trascendentales, únicos, victoriosos y entran a los boliches de la zona con la cabeza erguida, soberbios como  los viejos milicos cuando se creían dueños de la vida y de la muerte de los otros.
            Y yo me voy, sabiendo que ése no es el lugar. Que los papeles mienten una vez más. Que son letras de intercambio para los que viven de apariencias dentro de un sistema que quiere compensar con falsas credenciales el trabajo creativo.
            Me entrevero con los que van y vienen por la calle Corrientes y distingo en la puerta del San Martín a los que ofrecen poesías y cuentos por unos pesos, sin arrogancia, y se me cruzan las simuladas editoriales que funcionan en locutorios y en sucuchos escondidos con jurados erigidos y avalados por el oportunismo y  la improvisación, donde en muchos casos, la corruptela también asiste. Porque a la literatura la transformaron en un mercado más.
            Y esa noche no puedo dormir. Tengo alucinaciones con Delmira, Gabriela, Alfonsina. Con un gigante con la cara de Bioy y un ciego que me pide cruzar Florida mientras que una horda de mancuspias cuidando a sus crías  saltan por todo Buenos Aires, frente a las caras indiferentes de mujeres y hombres.
            Es la madrugada y el reflejo de la luz callejera se filtra por el ventanal. Siento sobre mí, miradas y no sé de donde vienen. Al levantar la cabeza, descubro muchos ojos cargados de enojo que salen del libro recientemente editado. Con furia,  lo pongo boca abajo para que se  ojeen entre ellos y llamo a las mancuspias para que se devoren esos ojos irritados.
             Ojos devoradores de energías e ilusiones.
             Ojos, testigos de mercaderes de la pluma de los otros que instalaron las empresas como un comercio más...
                     



Diciembre 2004.
           

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Alba !!! Que buen relato!!!!

con un delicado humor chispeante

me gustó mucho!!

te saluda josefina