miércoles, 2 de enero de 2013

Lilia Elena Durand-Buenos Aires, Argentina/Diciembre de 2012

Cosas que recuerdo

            Recuerdo el ruido  de los carros, con sus ejes hundiéndose en el polvoriento camino y el grito de los chajás, semiescondidos en los pajonales, alborotando al teraje que, espantado, se alejaba de los nidos.
           
            Recuerdo aquel hombre, sentado a la sombra de entreverados talas, el mate en una mano y la otra ocupada en arrancar los abrojos del pegoteado pelaje de su flaco y añoso perro.
Triste y solitario era el paisaje.

Recuerdo esa mañana. Regresábamos al pueblo. Pensativa  la maestra. Callados los cuatro niños hacían sonar los nudillos de sus dedos que friccionaban con  fuerza para quitarse el dolor y la picazón  de los sabañones, huéspedes indeseables de ese invierno frío.

Recuerdo el cruce del Paranacito, cuando el carro se detuvo. Tres de los pequeños bajaron. En la ruta los esperaba su padre.
“Hasta el lunes maestra. Hasta el lunes niños.”
Juancito, el último, se quedó mirando como se alejaban a campo traviesa, esquivando perdices que volaban al ras de los pastizales.

Recuerdo el cruce de los puentes, los arroyos y lagunas serpenteando entre camalotes y junquillos. El brillo azabache de los ojos de algún hurón, presto a la huída al menor indicio de peligro. Por lo demás, el paisaje era agreste. Talas y espinillos raleaban en las estériles extensiones de tierra.

Recuerdo el camión cisterna dando tumbos entre pozos y fangales. Una nube de polvo y ripio nos cubrió y espantó al matungo que salió disparado. Doloridos y cubiertos de barro nos levantamos. El camión yacía de costado en la banquina. Chofer y acompañante estaban siendo atendidos por ocasionales automovilistas.

Recuerdo a Juancito corriendo hacia la banquina, bajarla a saltos y regresar trayendo en sus brazos, lastimado y muerto de miedo, un cachorro que se revolvía en sus brazos y lamía los rasguños que el enramado y las espinas habían dejado en el rostro del niño

Recuerdo ese gemido cuando la maestra quiso limpiarle las heridas y estiró sus patitas encogidas y sangrantes.  Los ojos de Juancito se enturbiaron.
Tibiamente acarició su cabeza. Un temblor frío lo recorrió y cayó sobre el cuerpo del perrito que apenas entreabrió los ojos y su larga mirada se perdió en el infinito.

Recuerdo a la maestra, sentada con un niño triste en brazos, la melodía de una canción en sus labios y un cachorro inerte a sus pies.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que belleza de recuerdos Lilia!!!!!

Cómo contás tan bien!!!, que nos hacés participar contigo en ese lugar.

Hermoso y tierno relato Lilia, me hacés recordar los tiempos de mi infancia, cuando iba al campo de mi tio en Baigorrita.

Anónimo dijo...

Lilia, no te dejé el saludo.

Muchos cariños y un FELÍZ 2013

Beso y abrazo

Jóse