lunes, 16 de diciembre de 2013

Jorge Piñones Segovia-Chile/Diciembre de 2013



E  L   N  I  Ñ O    Y    E  L    P  A  S  C  U  E  R  O

Ya estaba por terminar el año 2009, se había realizado la primera vuelta de la elección presidencial y la renovación en la Cámara de Diputados y Senadores. Se iba acercando rápidamente la Navidad, por esos días me tocó ser testigo de una anécdota, al revés de lo que sucedía en mis tiempos, cuando se imponía la autoridad de los padres sobre los hijos. En los tiempos que corren, todo es muy diferente y para muestra un botón.
En el barrio en donde vivo, en el sector de Miraflores Alto, perteneciente a la comuna  de Viña del Mar, supe de los dilemas de un joven matrimonio, vecinos del sector. Francisco, más conocido como el Frank, de apenas cinco años de edad, ya se imponía ante sus mayores, los cuales se culpaban mutuamente del mal comportamiento de su “querubín”. El niño era de carácter fuerte, caprichoso y muy despierto, siendo además muy ocurrente. De contextura gruesa, debido a la inmensa cantidad de golosinas que engullía como una máquina, durante todo el día. Al revés de su padre que era alto y delgado y, su madre, de físico esmirriado.
Un día después de haber tenido Juan y Teresa, una discusión rutinaria, ella optó por llevar a Frank a pasear al centro de Viña del Mar, a la Avenida Valparaíso. Debido a que su esposo, como dictando una sentencia, manifestó “quiero estar tranquilo”, porque en ese instante se encontraba  atendiendo a unos compañeros de oficina, quienes estaban de visita para ver la final del Campeonato Nacional de Fútbol Profesional.              
Teresa, con su regalón de la mano, una vez en el centro de la ciudad y después de haber atravesado la plaza, eludiendo a los comerciantes quienes ofrecían una serie de golosinas. Más relajada, se introdujo entre la muchedumbre que caminaba lentamente  y, como en una romería, en dirección al cerro Castillo.
Vitrineando en los negocios y escuchando los rezongos de Frank, a quien sólo le importaban los juguetes electrónicos, ante los cuales el niño quedaba extasiado. A su madre le costaba un triunfo sacarlo de las tiendas y aguantar los argumentos de los vendedores, esmerándose en tratar de interesar a los mirones  por algo de lo que allí se exhibía.
De pronto, al pasar cerca de una heladería, al chiquillo se le antojó un helado de crema con chocolate, en porción doble. De inmediato, Teresa se opuso, porque ya se había servido uno cuando venían en el bus. El niño insistió, con el argumento de que ese helado él no lo quería porque era de los baratos. -¿Y cómo sabes tú del valor? - le preguntó Teresa. - Me di cuenta cuando le  pasaste al heladero una moneda de $ 100. - ¿Y que más le iba a pasar, si el helado era de agua?- le contestó.- Por eso, ahora yo quiero uno de crema con chocolate. - Lo siento, para otra vez será, porque en este momento, tengo muy poco dinero.- Entonces, uno sólo con crema y el de chocolate para otra vez,- La madre le miró con el rostro contrariado. - La próxima semana vamos al médico especialista para que controle tu peso y, con toda seguridad, muchas cositas ricas te va a prohibir. – El niño seguía insistiendo: - ¡Yo quiero que me compres aunque sea uno simple!- Teresa, perdió la paciencia y con un zamarreo terminó la discusión. Así continuaron caminando y vitrineando. 
Pasadas algunas horas, ya la tarde se iba en retirada y, regresaban por la acera del frente. Teresa, se sentía grata, había encontrado algunas ofertas navideñas las cuales le servirían para algunos compromisos. Al pasar en frente del paseo Cousiño, se encontraron con un flaco Pascuero, sentado en un rustico carruaje de madera, en cuyos lados estaban las figuras de dos renos. Se hacía tomar fotos junto al niño que le confiaba sobre los juguetes que deseaba para Navidad. Un joven, sobrino del Pascuero, era el fotógrafo. Con una máquina Polaroid, efectuaba la toma del tío abrazando al niño y luego se la entregaba a los padres, mediante un costo determinado.
Cuando vio desocupado al Pascuero, Frank se acercó y, éste le recibió con los brazos abiertos. El pequeño se puso en acción, de inmediato, sorprendiendo al hombre lo agarró de la barba de algodón, unida por un elástico a su cara y se la tiró. Al cabo de un momento, llevadas por la suave brisa, motas blancas flotaban por el aire.
Teresa trataba de obligarlo para que dejara de hacer aquello, pero todo era inútil, ahora le apretaba las mejillas, terminando por enojar al Pascuero. Al sacarse al niño de encima, no reparó que éste le había hundido uno de sus dedos en una manga de su viejo traje, dejándole un gran agujero. Todo terminó cuando la madre logró sacar a Frank del lugar, con la promesa de que sí, le iba a comprar el helado.
El Pascuero luego de este mal rato, reflexionaba acerca del caos en que vive la gente y las criaturas que nacen son puros demonios. Entonces se preguntó –“¿No habré estado en presencia de uno de ellos?”. Aliviado vio alejarse a la mujer con su “pillastre” de la mano.
Teresa cumplió su palabra, una vez más, le dio en el gusto al regordete Frank. Muy feliz salió de la heladería con un tremendo barquillo doble de crema con chocolate, terminando de disfrutarlo sentado en un banco de la plaza, mientras su madre hojeaba, entretenida, una revista femenina.
Ese día terminó, con un marido muy enojado por la derrota de su equipo preferido y, Teresa afanada bañando a Frank, quien se había ganado una indigestión de consideración cuando iban de regreso a casa.    (Memorias de un COYOTE) (invitado Grupo LiteRatis).  

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