domingo, 15 de diciembre de 2013

Marta Susana Díaz-Argentina/Diciembre de 2013



NARANJAS Y ESTRELLAS

Esperanza ya contaba con  dos hijas mujeres antes de tener a Juan.
Vivían en Calilegua, una localidad al sudeste de Jujuy.
Descendientes de los indios omaguacas, desde changuito Juan recolectaba naranjas junto a sus padres y luego ayudando a su madre.
Aprendió a contar con naranjas, se alimentó con naranjas y todo él olía a naranjas dulces y amargas como la vida.
La madre elegía del árbol las que estaban a punto y con sumo cuidado él sabía acomodarlas en capas para evitar que se dañara la piel.
      - Estas van a otros países. Yo ayudo a mi país – decía el Juan adolescente con
orgullo.
Los aborígenes  les transmitieron  sus historias ancestrales pobladas de leyendas y cantos.
En las noches bajo las estrellas, en el patio de tierra apelmazada, nunca faltaba  un cantor de bagualas arrastrando la voz,  llevando el ritmo acompasado con un cajón,  para llenar sus oídos con el  legado de sus antepasados.
Entre naranjales,  la quena rompía el silencio y el sonar lastimero y melancólico  se perdía entre la oscuridad perfumada de azahar.
      -     Mama. Llegó esta carta del ejército.  Debo presentarme el lunes.
      -     Vaya m’hijo. Yo esperaré por usted. Cuídese mucho.
Y Esperanza, escondiendo los ojos que brillaban más que otras veces, supo que tenía un largo tiempo por delante para sufrir en silencio hasta que su hijo regresara de servir a la patria.
Se supo en el pueblo que el ejército  invadió unas islas en el sur, muy lejos de Calilegua.
Esperanza seguía en su duro trabajo jornalero suspirando y mirando las estrellas en esas noches jujeñas, tratando de transmitirle en su idioma indio algún mensaje a su hijo.
A Juan lo embarcaron rumbo a Malvinas.
Al llegar a las islas, caminó varios kilómetros hasta el Monte Longdon, lugar donde tendría que combatir.
Armó junto a sus compañeros las trincheras y todos los recuerdos del pasado se perdieron en la neblina.
Sólo quería sobrevivir.
El hambre, el congelamiento y el terror fueron sus compañeros por dos meses en esas tierras australes.
En el suelo de piedra, atrincherado y armado con un fusil oxidado, oyó el siseo de las balas, el estruendo de las bombas y los lamentos de los heridos.
Acostado. Boca arriba, miró hacia el cielo sintiendo la azul cercanía entre la vida y la muerte.
Le pareció escuchar el sonido de una baguala acompañada del cajón indio y el lamento de la quena.
Lo último que vieron sus ojos fue el cielo tachonado de naranjas brillantes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Marta: Tu relato me hace recordar a la película: La deuda interna, sin embargo a la historia paralela y complementaria protagonizada por Juanjo Camero le falta la altura narrativa "Martadiazana" que coloca en los ojos de un coyita el asombro de un cosmonauta que descubre un planeta extraño en el confín del universo. Por algo te tengo en mi biblioteca en el estante de las "grandes escritoras vivas". Un abrazo y un gran principio 2014. Marcos.