sábado, 21 de mayo de 2016

Luis Tulio Siburu-Argentina/Mayo de 2016



De noche en el acuario
El sereno mira el reloj. Las ocho de la noche en punto. Apunta con desgano la linterna hacia el interior del recinto. Pregunta en voz alta si hay alguien dentro y al no escuchar respuesta cierra la puerta con candado y apaga las luces de los pasillos. Sólo quedan prendidas las que están en contacto con el agua. Puedo contestar que espere, que aún me falta observar algo. Pero en ese instante imagino una aventura, una sorpresa, un encuentro. Y me quedo. Sé que no voy a estar en soledad.
Pronto hay un revuelo y comienzan casi a pegarse al doble cristal del sótano azul. Tiburones moteados, medusas, rayas, caballitos, estrellas, sargos.
Ojos saltones y caparazones o gelatinas sin ojos, observan mi presencia. ¿Qué piensan de mí mientras los miro? Vaya a saber. ¿Imaginan a un habitante de un navío descascarado, que sale a caminar el fondo para buscar el adn del capitán responsable de  su hundimiento? ¿O creen que soy el Dios Poseidón, que mientras corre a sus detractores le roban el tridente, en el medio de los cacerolazos contra la corrupción en el mar?  Quizás yo divague necedades…pero ¿Puedo pretender que ellos piensen con coherencia y mesura en esa pequeña y lujosa cárcel que tiene alimento y agua sin contaminación pero a la cual le falta la libertad y la inmensidad del océano?
Apoyo yo también la nariz en la barrera transparente que nos separa y me quedo ñato de asombro viendo los colores y brillos que me devuelven por un rato la niñez, un pedazo grande de paz carente de asfalto y bocinas, la fantasía de no mojarme y al mismo tiempo el goce de nadar desnudo con otros, sin que te señalen ni se mofen, dejando los prejuicios en la orilla de chismosos, pitazo represivo de bañero o bandera negra de peligro.
Cuando lleguen las nueve de la mañana volverá a girar la llave del guardián y un correr de estudiantes o abuelos, curiosos o parejas tomadas de la mano, ilustrados profesores de Biología o japoneses con cámaras digitales, inundarán de realidad este pasillo sin mareas ni olas, como si llegara un tsunami. Y entonces me iré, mientras mis amigos nocturnos se quedan en esa soledad con burbujas. Volveré a mi solarium de cemento y escribiré sobre la mazmorra de cristal que vi esta noche. Y mañana votaré como buen ciudadano para que se respete el libre discernimiento de los que viven viboreando supuestamente felices, aunque presos en un hábitat pulcro y engañoso.
Cuando pise el verde húmedo del parque, recién me daré cuenta que pasé la noche en el acuario subterráneo. Lo demás semejará un desborde de mi imaginación. El inquieto Nemo seguro ahora les contará a todos al oído – para que no me extrañen ni teman - que los humanos no existen. Que se murieron todos en el Titanic, ese monstruo que vino del espacio hace cien años a interrumpirles el sueño en su querida Atlántida. Lo que los convirtió a ellos en un grupo de exóticos expatriados en el Bioparque Temaikén de Escobar. Mentiroso Nemo. Los humanos sobrevivimos y pagamos para verlos. Seguimos creyéndonos seres superiores, con peceras gigantes para divertirnos a costa de nudistas con bráqueas que siguen reclamando poner también su voto en la urna. 














1 comentario:

Josefina dijo...

Un lindo relato y muy bien contado que te deja pensativo.

beso Josefina