VIERNES DE TODOS LOS DÍAS
Confieso que a veces –sólo a veces–
espero aún tus viejas palomas de texto
–dinosaurios ya de otros meteoritos
y de otros gobiernos que inventamos en común–.
Aguardo en el bus, con tu asiento empapado
de consuelos,
como decir, “la paz que asesine todas las
guerras”.
Miro a todos lados en San Pedro,
acaso logre coincidir con vos en la misma
paradoja,
en la misma acera, sin querer,
como una moneda en unas manos llenas de hambre.
Llego a casa y coloco un segundo plato en la
mesa,
por si tu deseo vuelve a escribir a la hora de
cenar,
o por si se acaba el mundo, y vos no has llegado
aún…
Hoy viene a ser otro silencio más bajo tierra,
pero parece demasiado adiós para ser cierto.
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