¿Cómo poder hablar con vos después de tanto tiempo que no estás?
¿Cómo poder decirte las cosas que no nos dijimos, y solo las sentimos en un abrazo, en una pasada de cachete a cachete con la barba sin afeitar?
Pero es así, y el papel me servirá para arreglar la extrañeza que siempre tuve de estar un poco más, una porque te fuiste cuando ya nos podíamos entender un poco mejor. A mí me pareció así el tiempo aquel del año que te fuiste. Otra, porque los tiempos de estar fueron pocos, por lo menos si los mido hacia atrás, fue así.
Se me ocurrió esta noche en que ya el tiempo se cae, buscar algunas fotos, y encontré, estas, y hay más. Por suerte te retrataste bastante. Por suerte donde pasabas dejabas huellas. Por suerte muchos te pudieron alabar, y hoy me lo dicen. Ya pocos quedan porque ellos también se fueron. Pero en el lugar donde lo poco que se dice, se dice, lo poco que se sabe se recuerda, en ese lugar de la memoria, estás con todas tus semblanzas. Con todas tus actividades, con todas tus ocurrencias, con tus silencios también, con tu caminar como tromba detrás de lo que querías, así fuera algo tan simple como hacer un fuego para el asado, o limpiar un piso, o estacionar la chata de una forma, y no de otra.
Y en ese rincón queda también lo que fue tu vida, un desvivirte por cada uno. Hoy yo me fijo en lo que hiciste por mí, y como dice Güiraldes al despedir a su padrino, Don Segundo Sombra “no sé cuántas cosas se amontonaron en mi soledad. Pero eran cosas que un hombre jamás se confiesa.” Aquellas decisiones en mi niñez, ¿por qué juzgarlas en su causa? El vaivén de la vida, en encuentros y desencuentros, pero lo que no puedo callar y no decirte hoy es el que siempre supe que cuando te necesitaba estabas. No era común en los papás entonces.
Querido viejo, siempre recuerdo con ternura tu presencia. Quiero que lo sepas. Siempre te llevo tan adentro que necesito que lo sepas, por eso te escribo, para que lo sientas. Como tantas cartas que te escribía, cuando no estaba en casa, y te contaba lo que hacíamos, No sé si te decía lo que sentía, lo que me pasaba, lo que deseaba, pero entonces, había que callar, y seguir. Me gustaba esperar las tuyas, en esa letra tan rara, todas con mayúsculas y con pluma y tinta, mojada en el tintero. A veces usabas la roja, no para marcar lo malo, sería el tintero que tenías a mano. Con esa fuerza pisciana, a veces, la pluma pasaba el papel, y agregabas algo casi siempre, por el costado de la hoja de carta…
Descansá de tus desvelos. Hoy tendrías tantos. Sabés que me toca otra tarea, otra familia que acompañar y formar. Vení a vernos, que te vas a alegrar también con nosotros, como empezando otra vez. Te mando un abrazo, poneme la mano en el hombro y vayamos cansinamente y en silencio unas cuadras, que sentiremos lo mismo que sentimos siempre. Mejor en el día de tu cumpleaños, que en los fríos y barrosos días de junio…
¡Nos vemos!
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