Desde mi puesto observo la aldea. Pequeñas construcciones, modestas, precarias, alineadas simétricamene como si fueran diminutos soldados; mejor dicho , los soldados somos nosotros esperando la orden de arrasar la aldea.
Somos muchos. La calma es total; - ¿Cuánta gente vivirá allí?
En mi posición quieto, atento , casi sin respirar, el fusil pronto a disparar; mi mente lúcida, despierta . Observo a la gente caminando tranquila, a pocos metros los niños jugando felices, con la tierra fangosa a la orilla del río, chapotean en el agua , ríen… ignorando totalmente lo que sucedería en unas horas, o en pocos minutos.
Encendí un cigarrillo; la orden se hacía esperar. El paisaje era de una belleza indescriptible, la aldea enclavada en el centro : por un lado el río sereno semi-azulado, bañando la costa atrás las montañas altas , severas, cortadas a pico. Un pequeño bosquecillo de árboles, daba un toque cálido quebrando la dureza de las rocas.
Anochecía, el sol declinaba tiñendo con una coloración rojiza el paisaje.Tal vez como una premonición.
Nunca le había prestado mucha atención a la naturaleza ¿ Por qué hoy precisamente?
No tuve tiempo de contestar: la orden llegó… no podía perder un segundo.
Mi cuerpo se encoge ante el ruido de la balacea, las granadas estallan por doquier.
Tengo miedo, mucho miedo, soy un ser aborrecible..
La orden estaba cumplida: la aldea había sido arrasada… mi alma también.
1 comentario:
Aída: creo que tu relato tiene, implícito, el sentimiento de muchos de los que deben acatar esas órdenes. Cómo no sentir arrasada el alma!!!. Mi cariño, Laura Betriz Chiesa.
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