jueves, 3 de diciembre de 2009

Etelvina Maldonado-Buenos Aires, Argentina/Diciembre de 2009



Todo era nuevo


Calenté bien la plancha y la puse en el borde de la mesa, justo allí donde él se sentaba para tomar el mate cocido y le cambié de lugar el pan que siempre tenía que estar a su derecha.

Lo escuché caminar por la galería golpeando con su bastón las paredes, al llegar a la cocina se detuvo en la puerta indeciso, luego entró con el brazo extendido hasta encontrar la silla, se sentó y con mucho cuidado, desplazaba su mano izquierda alrededor de la taza, la mano derecha, la que supuestamente tenía que tocar la plancha, no la movía, comenzó a girar la cabeza inclinada hacia un costado, con la oreja como pantalla, yo escondida detrás de la cortina comencé a temblar.

--¡Negra de mierda, sé que estás allí! –me gritó--. Te creés que no siento el olor a hierro recalentado y el calor cerca de mí, a mí no me vas joder con tus trampitas, por aquí vas a tener que salir –tiró la silla y se cruzó en la puerta, moviendo el bastón como un rebenque.

Pude salir arrastrándome por el piso y corrí a esconderme. A la hora de almorzar, estábamos todos en la mesa. Mi padrastro comenzó a tantearnos, nos tocaba el pelo, la cara y así iba reconociendo quiénes éramos. Cuando llegó a mí, apenas me puso la mano en la espalda, gritó:

--¡Fuiste vos, desgraciada, temblás como un conejo! –y el sopapo me dolió hasta las uñas, mi mamá se interpuso y del empujón fue a parar al piso y desde allí me gritaba:

--¡Andá a la casa de tu tía!

Mi hermana, algunos años mayor que yo, me siguió. Íbamos cruzando el llano, las dos calladas, pero seguramente las dos pensábamos lo mismo, cómo liberarnos de él. En un momento la miré, tragué saliva y le dije:

--¿Por qué no le decís a mamá que él te manoseó?--. Ella se puso colorada, cruzó los brazos como escondiendo sus senos. Después de un rato me dijo:

--Vos sos muy chica para entender algunas cosas. Mientras él esté con nosotras la familia nos va a ayudar, si no, qué va a hacer nuestra madre para darnos de comer a los cinco que somos.

Sentí que la cara se me iba mojando de bronca y me la sequé con la manga de la blusa. Mi hermana se detuvo y me abrazó, lloramos las dos, allí, en medio de la nada, y del mismo modo nos abrazamos después ella ya casada, yo adolescente, aquella mañana cuando el carro con los caballos desbocados mató a nuestro padrastro.

En medio del abrazo sentí palpitar entre mis ropas la tijera causante de la loca carrera de los animales, era octubre, había dejado de llover y el sol brillaba más que nunca y todo era nuevo, las flores de los perales, hasta la cara del cielo en los charcos de agua. ¡Sí, todo era nuevo!



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Etelvina, bien llevada la descripción de un tema que, a lo largo del tiempo, sigue siendo presente. Cuántos silencios obligados por distintas circunstancias.Un abrazo, Laura Beatriz Chiesa.

Anónimo dijo...

Etel!! buenísimo tu cuento!! tu estilo de contar historias.

besosss Jóse