DESAFÍO:
Letanía airada de Lima por la tez escupida.
Ya nadie canta letanías de trigo,
sólo rumores de piedras rotas y de garajes
de metales herrumbrados.
Y por las esquinas del sueño, heridas, granates heridas.
La rigidez del palo cainita, la estultez del ayuno obligado,
el capullo marchito en el botón nonato,
el vaivén desnudo del corazón que late
su cadencia de esperma y rudo grito
en estas calles que gimen su chirrido de sopetón
de bronce empedernido.
¡Y tú, en medio,
transido de alarido!
Que nadie diga que el dolor no rebulle
en el diario crepitar del agua en la marmita
y que la savia
no empolla su gusano,
si un concierto de plástico abrillanta
el envés del alma, y los cabellos espantados
ahuecan los pasos parricidas,
ensayando su danza en el del cénit de esta alborada,
cuando se asesina el brío y la alegría.
¡Y tú, en medio,
haciendo de tus dientes
un rastrillo cenizo!
Oh, pena. Pena e ira.
Pasan orondos los amputadores
con el candor del que obedece
el llamado de la bestia y de la baba,
trayendo de nuevo la noche y además
la voz que se pudre en la quijada.
Van. Van. Sierpes que se moldean en la plétora
del agio y del vientre henchido:
No cesan su tartamudear, su calambre,
su eterno fisgonear en los alveolos de la pena.
¡Y tú, en medio,
sin afilar tu cuchillo!
Tú, en medio, siempre, gritando obscenidades
que humedecen, salobres, los párpados del aire:
Tú, de carcajadas de harina,
encerrado, encorvado bajo el peso de tu cólera silente,
para que aún despunte la mañana.
¡Tú, en medio,
de perfil de sepia!
Mientras moscas borrachas de insomnio
y cabestreos de rábula,
esputan sin pudor en tus pupilas,
el día, esta hora, escarcha tu labio y no preguntan
por qué estalla el nodo rijoso aplastando tu quejido;
para que veas,
para que tus airados ojos vean
que nadie abrirá una puerta,
salvo tus propias manos,
por donde pase al fin este viento anciano, encanecido.
Y, sí, ¡tú, aún, en medio…!
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