MERMELADA DE FRUTILLAS
Un día, aparecieron, tímidas, pequeñas, relucientes.
La fruta entre las frutas. Mirarlas, apetecen.
De a poco van cubriendo veredas, esquinas y el centro de las mesas.
Para perdurar tanto rojo, alguna abuela sabia, coloca un buen puñado de frutillas maduras en una fuente honda.
Con prosaica matemática calcula: verter por un kilo de rojas gemas, no más de ochocientos gramos de millones de estrellitas radiantes, dulces, blancas, juguetonas, esparcidas cual lluvia de cercana primavera.
Dejemos que en la noche se empapen de aguas propias.
La mañana sorprende, la poción está a punto.
El calor de las brasas del carbón encendido o la azul llamarada de la corona ígnea, reciben, de etiqueta, el caldo a bullir.
Cuchara de madera, hundir y revolver.
Disciplinar ingredientes, esperar las burbujas, el chirrido alertando el final de la magia y apagar el fuego.
No olvidar los frascos esterilizados: hervidos en agua o con poco alcohol.
Dejar que se sequen.
Verter aun caliente o tibio, mejor, el encanto rojo dentro de los potes.
Tapar con papel llamado “de filtro” al que se le han de arrojar gotitas de alcohol.
Y los niños aguardan, blandiendo las cucharas, el momento solemne luego del trasvase.
Arrastrar los dulzores, enrojecer las lenguas, pegotearse las manos.
¡A jugar que las frutas necesitan reposo!
Un par de días o sólo, algunas pocas horas.
1 comentario:
Nina: un momento de niñez ansiosa por poder probar esa exquisitez. Lindo relato que trae,a la memoria,
momentos similares vividos y que endulzan el recuerdo. Un abrazo,
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