Canto a la paz
¡Paz!
¿Paz?...
Palabra tan manoseada.
En tu nombre se cometen
todos los días los peores atropellos.
¿Estás en algún lado?
No lo sé.
No lo sé, y poco importa,
pues parece que a nadie le preocupa
realmente mucho tu
situación.
La paz está en los
cementerios… De eso no caben dudas.
¡pero allí hay solo
cadáveres!
¿Podrá estar la paz
entre los vivos?
Lo que palpamos a
diario,
lo que nos duele cada
día,
cada hora,
cada minuto,
es tu ausencia. O si se
quiere: tu lejanía.
¿Dónde estás, Paz?
¿Quién te hirió de
muerte?
¿Tal vez estés muerta?
(Entre nosotros: ¿viviste alguna vez?)
Lo que conozco,
lo que conocemos y nos
golpea,
nos humilla como Humanidad,
nos escupe en la cara,
lo que nos sacude
dondequiera,
no tiene nada que ver
con la paz.
¿O todo eso es la paz?
(humillaciones, afrentas, soportar con estoicismo, cerrar la boca).
Te emparentan con el
Amor.
En tu nombre, y con
amorosas palabras
nos desfiguramos,
somos una grotesca
caricatura
de aquello que
levantamos como lo más sublime.
¿Somos mentirosos
entonces?
¿Por qué necesitamos
invocarte a cada rato para hacer siempre lo contrario?
¿Por qué en nombre de la
paz matamos, denigramos, torturamos,
podemos sentimos
superiores?
Se habla de progreso,
pero eso es siempre el sacrificio de muchos
para el bienestar de
pocos.
Con una cruz cristiana y
la Biblia bajo
el brazo
Se masacró todo un
continente…
Se aniquila, se tortura,
se denigra…
¿Paz?
Se habla de bien común,
pero son pocos, muy
pocos los invitados al festín
de los poderosos.
Con los símbolos de la
paz y del amor
nos confinan a los
mendrugos,
a las sobras, a la resignación.
Si se protesta, nos
condenan.
Si no se protesta, nos
matan.
Quienes somos víctimas –y
la gran mayoría lo somos–
difícilmente podemos
alzar la voz.
¿Acaso la paz es
aguantar?
¿Es soportar con
estoicismo? ¿Es apretar los dientes y sobrellevar las penas?
Nos enseñaron que ser
pacíficos es tolerar, tener paciencia, sonreír siempre.
¿Realmente eso es la
paz?
¿Quién dijo que a las
mujeres les gusta ser sumisas,
que a los niños les
gusta callarse ante los mayores
o que a los negros les
gusta imitar a los ganadores blancos?
¿Quién formuló aquello que
los trabajadores trabajan felices para su amo?
Con la mayor de las
violencias nos obligaron
a creer en los dioses
(¿amorosos y pacíficos?).
Quien se resiste a creer,
puede ser condenado a la pira, al suplicio, al escarnio.
¿Paz?
Con la más grande
ausencia de paz (¡sí, sí: de paz!)
nos obligan a
uniformarnos,
a seguir la caravana,
a no abandonar el redil.
¿Y si reaccionamos?
¿Somos violentos si no
usamos corbata,
si no estamos a la moda
o no saludamos cortésmente
a nuestros explotadores?
¿Somos violentas (o
locas) las mujeres si no queremos tener sexo un día?
¿Somos violentos si nos
rebelamos contra el mundo?
Con la furia visceral
más grande que exista
¿no podemos decir que no?
¿Quién dijo que la paz es
quedarse sentado, mudo,
aterrorizado ante el que
manda,
regocijándonos con las
mezquindades y mediocridades
que ya aceptamos como
normales?
¿Somos pacíficos si nos
vamos tranquilos a dormir sin
indignarnos por lo que
debe indignarse?
¿Dejamos de ser pacíficos
si echamos a la hoguera del odio ancestral,
amasado en milenios de
sometimiento,
todas nuestras
opresiones?
¿Dejamos de fomentar la
paz si nos levantamos contra esas opresiones?
Si “la violencia es la
partera de la Historia”,
¿somos violentos
si abrimos los ojos
algún día?
Paz, paz… ¿La de los
cementerios entonces?
Si es cierto que la paz
es la ausencia de guerra, ¿podemos quedarnos tranquilos
pensando que vivimos
pacíficamente porque no suenan balas ni cañones?
La mujer golpeada,
el esclavo explotado,
el “inferior”
despreciado,
el loco encerrado en su
manicomio,
el engañado en
cualquiera de las infinitas formas del engaño,
el despreciado por no
ser del grupo dominante,
el que sufre hambre,
la que sufre violencia
sexual,
el incomprendido que
disiente siendo señalado,
el que sigue al rebaño
porque no puede permitirse ser diferente,
el despreciado por ser
diferente
¿viven en paz?
Quizá la paz es una
aspiración.
Quizá no más –¡ni nada
menos!– que eso.
Se busca, pero nunca se
llega a tenerla…
porque los vivos no
habitamos cementerios.
Quizá haya que apretar
los dientes y destruir muchas cosas
para acercarnos a ella.
Con las tripas del
último burgués
ahorcaremos al último
burócrata.
Con las tripas del
último papa
ahorcaremos al último
rey.
Con las cenizas
humeantes de lo viejo aborrecido
modelaremos la utopía.
1 comentario:
No sabía que también escribía literatura, licenciado, yo fui su estudiante. Interesante poema. Saludos.
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