LA PLAZA
Se dirigió a la galería interna de la casa que unía todas las habitaciones. Miró una de ellas con demasiada nostalgia y, cuando sentía que su pecho se endurecía de angustia, bajó apurado las escaleras, tanto, que produjo un pequeño ruido al tropezarse con la alfombra que la cubría. Se tomó con fuerza de la balaustrada y, contra ésta, la carga inestable del bolso hizo impacto.
Con el peso en la mano izquierda, miró a los costados tratando de que nada lo vinculara, que nada delatara su persona. La experiencia contribuía a darle seguridad a cada uno de sus pasos.
Con la convicción de haber tomado todas las precauciones, se detuvo; entonces, Jaime, apareció por la puerta de la antecocina, miró hacia los costados y retornó pensando que, como otras veces, su atención era excesiva.
El hombre, que dedujo su actitud, esperó el tiempo de Jaime para que volviera a sus quehaceres.
Decidido, entonces, abrazó la carga oscilante, la cubrió con su propio abrigo.
Llegó a la calle con la seguridad de haber salido airoso de tamaña aventura. Fue hasta la plaza y, sentado, abrió la bolsa con el pinocho de madera que, ahora, por fin, sería suyo.
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