lunes, 21 de noviembre de 2011

Rogelio Guedea-Mexicano, reside en Nueva Zelanda/Noviembre de 2011

Todos en uno

De camino al banco, y después de haber estado leyendo el diario de Da Vinci, pensaba en esos hombres que, precisamente como el propio Da Vinci, sabían todo (o casi todo) de prácticamente todo: matemáticas, astronomía, física, arte, etcétera. Los veía como una galaxia extremadamente ordenada y cuyos satélites o planetas funcionaban con una armonía a prueba de balas. Con estos pensamientos llegué al banco. Como tenía tres dudas que quería resolver, le pregunté a la señorita que me atendió a la entrada que si podía hablar con un ejecutivo. Rápidamente me señaló a uno y me pidió que me sentara. Llegado mi turno, pasé con la ejecutiva, una asiática con un buen sentido del humor a la que le pregunté algo sobre un depósito que quería hacer al extranjero. Me dijo que sí e inmediatamente lo hizo. Aproveché la oportunidad para intentar dirimir la segunda duda, que tenía que ver con la hipoteca de mi casa. La ejecutiva se quedó blanca y me dijo que para eso tenía que ver a Ryan, el de aquel escritorio. Le dije gracias y fui donde Ryan. Lo mismo: me resolvió la duda sobre mi hipoteca en un abrir y cerrar de ojos. Aproveché la oportunidad e igualmente le pedí que si podía darme un poco de información sobre mi seguro de vehículo. Aunque no me lo creas, le dije, es hora que no sé qué hacer en caso de que se me estampe un tráiler. Ryan se puso blanco y me dijo que lo disculpara, pero que aquí tenían dividida la información por especialidades y que para el asunto de los seguros tenía que hablar con Maureen, y me la señaló con el dedo. Fui donde Maureen, esperé a que terminara de hacer su llamada y luego le hice las preguntas pertinentes con respecto al seguro de mi vehículo, que me aclaró a la brevedad. Gracias, dije incorporándome y extendiéndole la mano.  Había pasado un poco más de una hora ya en el banco cuando salí a la calle y me encontré con un sol radiante y una calle casi sin tráfico. Mientras me alejaba del banco, el pensamiento con el que había llegado volvió a aparecer en mi cabeza. La imagen de muchos planetas y galaxias girando alrededor de la cabeza de Leonardo Da Vinci, ese hombre hecho de muchos hombres que bien habrían podido contestarme  las dudas bancarias habidas y por haber, fue un bálsamo que me acompañaría el resto de la tarde.


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