jueves, 23 de octubre de 2014

Ascensión Reyes (cuento)-Chile/Octubre de 2014


EL REGRESO

            A esa hora, el aeropuerto estaba colmado de pasajeros que iban y venían por los diferentes niveles del gran edificio. Voces por los altoparlantes en idiomas diversos, anunciaban el arribo o despegue de los aparatos, colmados de personas de diferentes nacionalidades y razas.
            Erika, se deslizaba por la manga junto a otros pasajeros. Su avión venía de Brasil y a diferencia de la mayoría, que lucían alegres y conversadores, ella se veía reconcentrada y bastante triste. Aún llevaba en su mano el detonante de su estado de ánimo.
            Felipe, estaba dentro del numeroso grupo de personas que aguardaban a los viajeros; era un tipo atractivo de mediana edad. Moderaba su espera fumando un cigarrillo que aún no se consumía. Un guardia se acercó y le mostró con un gesto el gran letrero que impedía este molesto hábito en aquel lugar. Se disculpó y lo colocó de inmediato en un basurero, luego de apagarlo cuidadosamente.
            De lejos la divisó y una abierta sonrisa achicó sus verdes ojos, mostrando su perfecta dentadura de hombre sano y fuerte.
            Se encontraron en el pasillo y el abrazo salió espontáneo.
            -Erika, mi vida, creí que no regresarías. Tu última carta me dejó muy preocupado. ¡Nunca pensé que me harías tanta falta!
            -¡Mi amor!- Sabes que yo también te amo y estoy feliz de haber regresado. Contigo me siento protegida. Por favor, ¡vamos luego! Llévame a mi departamento.
            -No, primero iremos al restaurante del aeropuerto, tengo algo que decirte y es urgente. Dijo la frase con rostro serio, pero con una ternura reflejada en sus gestos y en sus ojos.
            Una vez acomodados en el elegante café, frente a sus respectivos “cortados” humeantes, las galletitas de mantequilla y el vaso de agua. Felipe sacó de su saco una cajita, miró a Erika y le dijo.-Querida, por favor, te ruego me perdones por anticiparme tanto y hacer esto en un café de aeropuerto. Pero ya no puedo esperar ni un minuto más. ¿Te quieres casar conmigo?- Junto con decirlo, puso en el dedo de la mujer una cinta plateada, que se apreciaba a la distancia su alto valor. La mujer lo miró sin decir una palabra, sonrió a través de sus lágrimas, y asintió con un movimiento de cabeza.
            Luego de pasado el momento de emoción, hablaron de su proyecto matrimonial, afinando los detalles y fijando una fecha aproximada.
            Una hora más tarde, se retiraron y emprendieron el trayecto hacia el centro de la ciudad. Si bien era cierto, eran amantes desde hacía mucho tiempo, nunca habían convivido en el mismo piso. Por ello, Felipe, captando la gran emoción de Erika, la dejó acomodada en su departamento y, se retiró discretamente. Esa noche se reunirían en un restaurante para cenar y festejar sus futuros planes.
           
Amelia, la hermana de Erika, debía ir para dar cuenta de su gestión administrativa de los negocios que juntas manejaban. Había llamado por teléfono, pero nadie le respondió, por ello usando la llave que su hermana le había entregado para emergencias, abrió la puerta del departamento. En su interior todo era silencio. Erika estaba en su cama, aparentemente durmiendo. Sin embargo, al acercarse comprobó que algo le sucedía. Finalmente, se dio cuenta con espanto que ya no respiraba, tenía el frío aspecto de la muerte en su rostro ceroso.
            En el velador un frasco de pastillas para dormir desocupado y en su mano apretada, un sobre azul claro. Con cierta dificultad lo pudo sacar sin romperlo.
            “Erika, mi niña, no puedo decirte amor, nunca lo sentí por ti. Pero creo ser un excelente actor y te convencí. No me juzgues perverso, no, no lo soy. Fue la vida la que me hizo actuar de esta forma. Una mujer como tú, me mintió amor y me contagió una mortal enfermedad la cual ya me está matando día por día. Tú querías un cambio en tu pasar. Me dijiste tener un novio eterno que nunca se había decidido a formalizar, por ello, te di una temporada de pasión y te hice sentir aquello que nunca lograste con tu amante. Tienes lo que buscaste, salvo que ahora cuando empieces a sentir los primeros síntomas, yo estaré bajo tierra. Rolando.”

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