lunes, 21 de diciembre de 2015

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Diciembre de 2015



ZARCILLOVIEJO

            El anciano, junto a su longeva mujer ceba el mate con que ambos matan el hambre que les acosa desde hace bastante tiempo.
            Pese a las muchas romerías a la Cruz de Mayo, para solicitar al santo su intercesión ante el Padre Creador, para que vuelvan a caer las lluvias en el pequeño pueblo de Zarcilloviejo, ubicado en la zona de los valles transversales de nuestro país.
Este villorrio se asentó en la ribera norte del caudaloso río Matafango, en el siglo dieciocho. Hoy, convertido en un pedregoso, polvoriento y reseco cause, luego de doce años de sequía. La degradación de la vida en Zarcilloviejo fue paulatina. En I922, el abuelo nació allí, creció, procreó, en un ambiente fresco y abundante de frutas, verduras y carnes. Es decir, un verdadero Edén. Frondosos sauces llorones crecían a orillas del río, desde el cual se bifurcaban canales rebosantes de agua que regaban el valle, más allá del horizonte.
            Año a año, el Señor fue olvidando el pequeño poblado. Cada vez fueron menos abundantes las lluvias. Por la falta de agua sus habitantes fueron buscando otros lares río abajo. “Castigo de Dios”, dijeron algunos. Otros, más versados, pontificaron que las condiciones climáticas habían variado, por lo tanto, Zarcilloviejo no volvería a su antiguo esplendor. El caso es que todos sus habitantes fueron abandonando sus campos, mientras los animales morían de hambre. Los esqueletos y osamentas diseminados por doquier testimoniaban la decadencia absoluta del otrora vergel
            Al quinto año de sequía el río perdió completamente su caudal. Al décimo, sólo el polvo cubría su antiguo lecho.
            Luego de doce años nada sobrevivió al “Azote de Dios” y sólo don Clemente junto a Doralisa y su leal perro Clarín, se cobijaron dentro de la choza cubierta de totora ya reseca por el inclemente sol. Fieles creyentes jamás renunciaron a su creencia en Dios “Ya vendrán días mejores”, decían cuando miraban su reseca huerta, apreciando cómo las últimas hierbas caían chamuscadas por la ardiente canícula.
            Un día don Clemente vio que su esquelético perro Clarín, traía una vela en el hocico, luego de haberlo dado por muerto. Durante  quince días estuvo desaparecido  del lugar. Cogió la vela, la encendió al pie de la “Cruz de Mayo, y oró junto a su mujer que tosía por la sequedad originada por la fiebre que afectaba su cuerpo por falta de alimentos. Las plegarias subieron al cielo, siendo escuchadas por el santo intercedor y llevadas al Padre de la Creación.
            Éste dispuso que Sor Llovizna, encargada de dosificar la lluvia en esa área verificara en los archivos la cantidad de oraciones elevadas y velas que habían sido encendidas durante las rogativas. Con asombro, Sor Llovizna, comprobó que I03.242 oraciones habían sido elevadas, y 60.305 velas se habían encendido, pidiendo el vital elemento
            Ante tal evidencia se dispuso que se debía entregar de inmediato lo requerido.
            Y así fue que luego de encender la vela, don Clemente sintió una corriente de aire fresco que inundó la choza. Salió a otear el horizonte, en él se levantaban negros nubarrones, que con truenos y relámpagos anunciaban la llegada de urgentes lluvias. Pequeñas gotas cayeron sobre las polvorientas tierras levantándose pequeñas burbujas que desaparecían pronto. Clemente y su mejer, se arrodillaron y dieron gracias por esta bendición del cielo.
            Siguió lloviendo, la tierra fue saturada y pequeñas charcas y chorrillos de agua fueron formándose y deslizándose hacia el reseco río. Llovió, llovió y llovió. Al tercer día fue tanta el agua caída que el lecho del río no soportó el caudal, desbordándose e inundando el lugar.
            Las fuertes y abundantes corrientes de agua minaron la base de la precaria choza siendo empujada y llevada por el torrente. Don Clemente, junto a su mujer y su perro, también fueron arrastrados río abajo, mientras truenos y relámpagos tronaban al caer la noche.
Al cuarto día el sol apareció en todo su esplendor, pero esta vez alumbró un gran lago en lo que antes había sido el pueblo de Zarcilloviejo.   






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